No sé aún la razón por la que me interesaba tanto el tema de la brujería. ¿Llevaba quizás algún gen de aquellas desgraciadas mujeres que fueron asesinadas? Porque así creo que hay que referirse al hablar de aquel lamentable suceso: obra y gracia del Santo Oficio.
Mis investigaciones sobre el fenómeno de la brujería, se encaminaban más hacia los aspectos históricos que hacia los escatológicos. Lo cierto es que las brujas no eran esos seres malvados que hacían hechizos y maleficios o pactaban con el demonio, tal como nos las han presentado por obra y gracia de la Inquisición. Sobre todo a partir de Santo Tomás de Aquino, responsable de la definición de lo que era la brujería y la magia y que ha perdurado hasta bien entrado el pasado siglo XX. El Tomismo fue la base ideológica en que se sustentó la caza de brujas ya que según el de Aquino, las personas que practicaban técnicas adivinatorias, en realidad lo que pretendían era apropiarse de conocimientos divinos con ayuda de los demonios. En este sentido, condenaba prácticas específicas como la prestidigitación, la nigromancia, la hidromancia o la quiromancia. Con anterioridad a Tomás de Aquino y dentro del marco de la Iglesia, se las consideraba seres ignorantes y maliciosos, seguidoras de las antiguas religiones paganas y que en diversas épocas, dentro del cristianismo, fueron perseguidas y marginadas, pero sin tanta virulencia y ensañamiento como lo hizo la Inquisición.
En realidad, se trataba de una reminiscencia de los antiguos cultos paganos, ligados a los ciclos naturales de la madre Tierra, cuyo papel central estaba en manos de la mujer y que dentro del cristianismo podían llegar a convertirse en movimientos heréticos. De hecho las actuales romerías, como por ejemplo la del Rocío, no dejan de ser una de estas prácticas que el cristianismo “reconvirtió”.
Yo siempre había relacionado la brujería con la superstición y la ignorancia. Además los aspectos históricos, antropológicos y sociales indicaban otra cosa: El paso del matriarcado al patriarcado, con la consiguiente substitución del papel hegemónico de la Diosa Madre por la del Dios Padre. Bajo ninguna circunstancia, había considerado la posibilidad de que poseyeran poderes o capacidades especiales, o la de poder conectar con otras entidades más allá de esta realidad física, etc…
Esto es lo que creía hasta que descubrí a Thelma, una mujer que conocí camino del “Puig Campana” tal como he comentado al principio del relato, aquella tarde del mes de mayo. Una tarde apacible y tranquila en la que se olía a primavera por aquellos parajes tan especiales, llenos de fuerza y a los que, según los más viejos del lugar, acuden las personas que necesitan recuperar energías perdidas o desean acelerar un proceso de recuperación después de una enfermedad.
Estaba andando por un sendero y pensaba en mi incipiente estado de gestación, pensaba en si sería niño o niña. Entre mi marido y yo habíamos cruzado una apuesta: él mantenía que sería niña, que es lo que prefería y yo, en cambio, aseguraba que sería un niño —por una vez en la vida, ganó mi marido—. La cuestión es que, después de un recodo, el camino empezaba a elevarse de una forma suave y observé que a unos trescientos metros más adelante, justo al lado del camino y sentada en una piedra junto a un gran árbol —me parece recordar que era una encina—, había una mujer que giró su mirada hacia mí, justo en el momento de haber superado el recodo y avanzar lentamente hacia ella. No sé por qué, pero un leve escalofrío subió lentamente por mi espalda hasta llegar a la nuca y no pude evitar un estremecimiento. Poco a poco me invadió una inquietud, al mismo tiempo que algo dentro de mí me decía que cuando alcanzase a aquella mujer, el encuentro sería significativo para mí. No me equivocaba. Cuando estaba justo a su altura y sin haber dejado de mirarme de una forma especial, me sonrió y me dijo:
—Hola, bonita tarde tenemos hoy. Es ideal para andar e impregnarse de la fuerza y de la belleza de este lugar.
—Buenas tardes —le respondí, entre prevenida y expectante, ya que era consciente que aquella atención hacia mi persona no era normal—. Sí, es cierto, hace una tarde espléndida de mes de mayo —añadí por cortesía.
—Y además, es extremadamente bueno y necesario que, en tu situación, estés en contacto con la naturaleza para contrarrestar los aires nocivos que respiras en la ciudad.
La verdad es que no esperaba aquel comentario. Por un momento dudé de hacerle un saludo con la cabeza y seguir mi camino, pero no pude evitar preguntarle.
—¿Qué quiere decir con esto de “mi situación”? —le pregunté de forma entre inquisitiva y burlona.
—Pues lo que es evidente, que estás embarazada de muy poco tiempo, pero la energía que transpiras es de vida, muy diferente a la de las demás personas que no lo están.
—No entiendo qué quiere decir. ¿Me está diciendo que sólo con mirarme sabe que estoy embarazada sin que ningún signo externo lo delate? ¿Es usted comadrona y por su larga experiencia intuye cuando una mujer está embarazada?
Una sonrisa bondadosa suavizó los rasgos de la cara de aquella mujer, de edad indefinida, que igual podía tener unos 50, 60 o 70 años. Se veía en la plenitud de su madurez, pero estaba lejos del inexorable declive y decrepitud a la que todo ser humano ha de llegar. Después de unos segundos de silencio, que me parecieron eternos y sin dejar de mirarme fijamente a los ojos, cosa que hacía aumentar más mi nerviosismo, me dijo:
—No hija no. Y perdóname que te trate de hija ya que por edad, de sobras podrías ser mi hija. No, no soy comadrona. Pero deja que me presente. Me llamo Thelma y estoy muy vinculada a los procesos de la vida y a los innumerables secretos que se esconden en la naturaleza y por los que se me ha permitido conocer casi todo lo relacionado con la salud y la enfermedad. Tu situación estaría dentro de lo que podríamos llamar, mi especialidad. —Y sin dejar que yo pudiese decir nada, añadió:
—Sí, tú estás embarazada de dos meses, semana arriba, semana abajo. Es más, en tu seno llevas una niña o mejor dicho, lo que será una preciosa niña ya que en estos momentos aún es un proyecto que ha de acabar de consolidarse y al que tendrás que prestar mucha atención. Un proceso que culmina, hacia finales del tercer mes, cuando una alma decida encarnarse.
—¿Cómo dice señora… Thelma? —le pregunté medio alucinada y añadí—. ¿Cómo sabe que llevo una niña, si ni tan siquiera el ginecólogo me lo ha podido confirmar mediante una ecografía? ¿Se basa quizás en la superstición de que se nos nota en la cara según llevemos un niño o una niña? Por otra parte, ¿qué quiere decir con eso que “tendré que prestarle mucha atención”?
—Perdona, ¿cómo me has dicho que te llamas? —María —le respondí desconcertada.
Sin dar casi un respiro respondió contundentemente y aún me dejó más confusa:
—Escucha María, sobre tu primera pregunta, digamos que es fruto de mi experiencia. Además tengo el 50% de probabilidades de acertar o de fracasar. Pero la segunda pregunta sí que es importante y quizás sea la causa por la que el destino ha hecho que nos encontremos por el camino.
—Has de saber —añadió con voz calmada y suave pero no exenta de firmeza— que cuando una mujer queda embarazada, se le produce un especie de “agujero energético” en el vientre por donde circulan las energías vitales que la unen con su hijo. Es por esto que la muerte de un hijo es tan especial para la madre, diferente a la muerte de otros seres queridos, puesto que con la muerte se rompe este vínculo y el agujero, al que me refiero, permanece abierto. La desvitaliza a no ser que lo “cierre” mediante la realización de unos determinados ejercicios, propios de chamanes y que son totalmente desconocidos en nuestra cultura occidental.
No daba crédito a lo que escuchaban mis oídos y con un tono entre burlón e intrigado le pregunté:
—¿Y