El último viaje. Terry Brooks. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Terry Brooks
Издательство: Bookwire
Серия: Las crónicas de Shannara
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417525569
Скачать книгу
la bruja antes de acercarse lo suficiente a ella como para que esta les provocara algún daño. También debía mantener la esperanza de que encontrarían a Bek, a Walker o a cualquiera de los otros con vida antes de que lo hiciera la jurguina.

      La joven bostezó y flexionó los dedos dentro de los guantes tras haber pasado horas agarrada a las palancas de los controles. Llevaba veinticuatro horas despierta y ya notaba los efectos de la falta de sueño en el cuerpo. Aunque la ropa de cuero para volar le protegía las herida, sentía cómo le palpitaban y le dolían; y se le cerraban los ojos por la necesidad de dormir. Pero no había nadie que la relevara al mando, así que no tenía sentido obcecarse con sus penurias. Tal vez tendría un golpe de suerte y encontraría a Bek con el amanecer. Él podría pilotar la Fluvia Negra, Rojote lo había instruido bien. Con Bek al mando, ella podría descansar un poco.

      Su hilo de pensamiento se centró en el muchacho unos instantes. No, no era un muchacho, se corrigió enseguida. Bek ya no era un muchacho, no de forma significativa. Sí que era joven, pero ya había acumulado mucha experiencia vital. Sin duda, era más maduro que los alcornoques de la Federación que había soportado en el Prekkendorran. Era listo, divertido y destilaba una confianza genuina. Evocó sus conversaciones durante el vuelo que los había conducido hasta ahí y recordó cómo habían bromeado y se habían reído, cómo habían compartido historias y confidencias. Tanto Hawk como su hermano se habían sorprendido. No comprendían la atracción que existía entre ellos. Con todo, su amistad con Bek era distinta de aquellas a las que estaba acostumbrada. Se cimentaba en sus personalidades, que eran tan similares. Bek era su mejor amigo. Tenía la sensación de que podía confiar en él. Tenía la sensación de que podía contarle cualquier cosa.

      Sacudió la cabeza y sonrió. Bek la tranquilizaba y no era algo que muchos hombres hicieran. No la había invitado a ser otra persona más que ella misma. No esperaba nada de ella. No pretendía competir ni quería impresionarla. Sí que se sentía un poco intimidado por ella, pero ya estaba acostumbrada. Lo importante era que él no dejaba que eso interfiriera o afectara su amistad.

      Se preguntó dónde estaría. Se preguntó qué le habría ocurrido. De algún modo, había caído en manos de los mwellrets e Ilse la Hechicera, lo habían subido a bordo de la Fluvia Negra y lo habían encarcelado. Entonces, alguien lo había liberado. ¿Quién? ¿Había perdido realmente la voz, como le había contado Aden Kett, o tan solo lo simulaba? Tanta ignorancia la frustraba. Tenía muchas preguntas y carecía del modo de descubrir las respuestas si no hallaba a Bek primero. No le gustaba imaginárselo en medio de una persecución. No obstante, Bek era un hombre con recursos, era capaz de encontrar el modo de eludir peligros que intimidarían a otros hombres. Estaría a salvo hasta que lo encontrara.

      Hawk se habría reído de ella si estuviera aquí. «Tan solo es un muchacho —le diría sin hacer la distinción que ella había hecho—. Ni siquiera es uno de nosotros, no es un nómada».

      Eso no importaba. Al menos, no para ella. Lo verdaderamente relevante era que Bek era su amigo y era consciente, aunque nunca lo admitiría ante nadie, de que no le sobraban los amigos.

      Abandonó esa línea de pensamientos y centró su atención en lo que hacía. Los primeros atisbos de luz despuntaban tras el horizonte, entre los huecos de las montañas. Dentro de una hora empezarían la búsqueda. Al anochecer, tal vez podrían abandonar esta tierra.

      Hunter Predd, que llevaba un rato desaparecido, se materializó a su lado.

      —He ido a echar un vistazo abajo. No ha pasado nada. Algunos están durmiendo. No he visto señales que indiquen que han intentado escapar. De todos modos, esta situación sigue sin gustarme.

      —A mí tampoco. —Cambió de posición para dar un respiro a los músculos que le dolían y le daban calambrazos—. Tal vez, Rojote nos alcanzará antes de que acabe el día.

      —Tal vez. —El jinete alado miró hacia el este—. Cada vez hay más luz. Debería empezar a buscar. ¿Estarás bien sola?

      La otra asintió.

      —Vayamos en su busca, jinete. A todos los que dejamos atrás. Bek, por ejemplo, todavía está vivo; él y quien fuera que lo rescatara de manos de los mwellrets. Eso lo sabemos, al menos. Quizá haya unos cuantos más. Pase lo que pase, no podemos abandonarlos.

      Hunter Predd asintió.

      —Y no lo haremos.

      Salió de la cabina del piloto y cruzó la cubierta en dirección a la barandilla de popa. Rue Meridian observó cómo hacía señales a la noche y luego se dejaba caer por la borda con la ayuda de un cabo. En unos segundos, apareció a lomos de Obsidiano y le ofreció un saludo tranquilizador antes de fundirse con la penumbra. Apenas lo distinguía recortado contra la oscuridad recesiva. Hizo virar la Fluvia Negra en la misma dirección que el jinete había tomado. Dejaron atrás las colinas boscosas y planearon con suavidad hacia el paisaje desolado de las ruinas.

      Rue Meridian echó un vistazo rápido hacia abajo: todo era plano y gris. Tendría que haber mucha más luz para que ella atisbara a alguien. E incluso así, dudaba llegar a hacerlo. Rescatar a los miembros desaparecidos de la compañía de la Jerle Shannara sería tarea, casi por completo, del jinete alado y su roc.

      «Por favor, no les fallemos —pensó—. Otra vez no».

      Inspiró hondo y se colocó de espaldas al viento.

      * * *

      Hunter Predd se deslizó por el cabo desde la borda de la aeronave, su vista aguda distinguía a la perfección la elegante silueta de Obsidiano, que tomaba altura, obediente, en la oscuridad. El roc se colocó justo debajo y luego se alzó para que el jinete lo montara con comodidad. Una vez Hunter Predd notó el arnés entre las piernas, buscó las sujeciones, soltó el cabo y, con un apretón de rodillas, hizo que su montura tomara altura.

      El alba era un borrón gris tenue al este, pero su luminosidad se apoderaba del paisaje. Al sobrevolar las ruinas, vacías y en silencio, distinguió los edificios derrumbados y las calzadas llenas de desechos. Obsidiano debía de ver mucho más. Incluso así, la búsqueda no sería fácil. Le daba la impresión de que Rue Meridian creía que lo único que tenían que hacer era un barrido completo de la ciudad y que así encontrarían a cualquiera que hubiera sobrevivido. No obstante, Bastión Caído era enorme. Había kilómetros y kilómetros de escombros y muchas probabilidades de que fracasaran en su intento de desentrañar sus secretos. Los compañeros a los que buscaban deberían encontrar el modo de exponerse si querían divisarlos más que por casualidad. Y para lograrlo, tendrían que mirar al cielo para ver al roc. Habían transcurrido casi dos semanas desde que la compañía desaparecida había desembarcado de la Jerle Shannara en la orilla de la bahía y habían emprendido su camino hacia las ruinas. A estas alturas, era posible que ya hubieran perdido toda esperanza de que los encontraran. Tal vez, ya no buscaban ayuda. Quizá, ya no estaban vivos.

      De nada servía especular. Había venido con la nómada para encontrar a cualquiera que hubiera sobrevivido, así que ahora no tenía sentido que pusiera obstáculos a la búsqueda antes de haberla empezado. Al fin y al cabo, Obsidiano había encontrado motas más pequeñas todavía en grandes extensiones de tierra con probabilidades mucho menores. Había posibilidades de encontrarlos, lo único que tenía que hacer era aprovecharlas al máximo.

      Voló describiendo círculos cada vez más amplios mientras el sol despuntaba en el horizonte y, de paso, trataba de atisbar algún tipo de movimiento en tierra que pareciera fuera de lugar e indicara la presencia de algo ajeno a esa tierra. Mientras lo hacía, pensó en su decisión de emprender este viaje y se preguntó si habría hecho mejor al quedarse en casa. No se lo planteaba solo porque la travesía había sido una catástrofe, sino porque parecía que no habían conseguido nada a pesar de lo mucho que les había costado. Si Walker había muerto, entonces, seguir el mapa de Kael Elessedil habría sido en vano. Peor, se habían malogrado vidas que podrían haberse salvado. Los jinetes alados creían firmemente en dejar que las cosas siguieran su curso, en vivir su propia vida y no entrometerse en las de los demás. Había tenido que transigir mucho para embarcarse en esta travesía y le resultaba un gran esfuerzo seguir