La muchacha que amaba Europa. Joan Quintana i Cases. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Joan Quintana i Cases
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418411618
Скачать книгу
podría jamás llegar a saber de ellas. Descartó inmediatamente seguir por aquella vía.

      Sin tener claro que Hasan fuera una ayuda o un peligro, le dijo:— ¿Y si contara con la ayuda de alguien?

      10. La Dirección de Vigilancia del Territorio, creado en el año 1973, es el servicio de inteligencia interior de Marruecos. (Rebautizado en 2013 por DGST. Direction Générale de la Surveillance du Territoire)

      VIII

      AFRAA

      A partir de la confesión, la complicidad entre Ilhem y Afraa aumentó a medida que pasaban tiempo juntas. En ella, Ilhem descubrió a una mujer desconocida, con una aptitud de análisis extraordinaria. Se quedó absolutamente admirada de su carácter férreo y terco, así como de su capacidad de trabajo y abnegación, superior a cualquier otra persona que hubiera conocido. ¿Cómo no lo había advertido antes?

      Era una mujer avanzada en el tiempo, con una cultura que continuamente escondió detrás de una imagen de pueblerina tonta. Nadie la encontró nunca con un libro en las manos, más bien parecía que fuera analfabeta. Pero a partir del momento en que, por la noche, se quedaba a solas en su habitación, leía hasta la madrugada. Tenía escondida dentro de un armario una pequeña biblioteca con libros en varios idiomas. Los compró donde pudo y cuando pudo, siempre a escondidas, en los mercadillos, bazares y librerías de ocasión.

      Tiempo después de contarle la historia de sus padres, le relató también su vida, despacio, sin ira, sin pesadumbre ni disgusto, sin odio. Ni siquiera sentía rencor por quién se lo había quitado absolutamente todo. Todo, hasta el mínimo detalle que recordaba perfectamente a pesar de los años transcurridos y las vicisitudes por las que tuvo que pasar.

      Cuando nació, su vida no auguraba un gran futuro. Apenas sería tratada como algo más que una bestia de carga en el campo y una paridora de hijos, con un marido que seguramente la hubiese malquerido y pegado hasta su más que segura prematura muerte. Ése era el destino de prácticamente todas las mujeres nacidas en las aldeas del Rif profundo, a quienes nadie da el mínimo valor. Precisamente por eso, se cuidó mucho de educar a Ilhem en sus valores actuales.

      Hablaba amazig, la lengua materna empleada en su niñez y juventud en el Rif; marroquí, por el país al cual pertenecía; español, por el colegio al que fue en Villa San Jurjo, actual Alhucemas; y francés, enseñado por sus padres y por el tiempo pasado en la Universidad de Casablanca. En resumen, Afraa era una mujer fuerte, con cultura y que no se amilanaba ante ningún obstáculo, como demostró durante los años que vivieron juntas.

      —¿Sabes, Ilhem? Yo no hubiera tenido ningún futuro en el Rif, una de las regiones más olvidadas y pobres de Marruecos, castigada además por la guerra con España, si no hubiese sido por mis padres. Se conocieron en la Universidad de Granada, estudiaban farmacia cuando se enamoraron. Mis abuelos no veían con buen agrado aquel romance, pues les hubiese gustado un matrimonio concertado, tal como era costumbre. Pero se casaron al acabar los estudios y volvieron al Rif, que en aquella época aún era protectorado español. Montaron un pequeño laboratorio farmacéutico en un pueblecito, en el que se empeñaron económicamente hasta las cejas, pero les fue bien. En pocos años eran conocidos en todo el Rif, con sus medicamentos y fórmulas magistrales que solucionaban problemas típicos de aquellas zonas paupérrimas. Malnutrición, infecciones y la alta mortalidad infantil estaban a la orden del día, entonces, y con sus conocimientos ayudaron dentro de sus posibilidades a solventarlos.

      Calló un momento, como para recordar algo que, en realidad, estaba fijado a fuego en su memoria.

      —Una o dos veces al mes, mis padres se desplazaban a Villa San Surjo, la capital, a comprar medicamentos, principios activos y otros componentes, a una farmacia que los importaba desde España. Además, acostumbraban a viajar a España una vez al año para informarse de las últimas novedades en farmacopea y utensilios de laboratorio. Incluso creo recordar que también hicieron algún viaje a Casablanca, para ponerse al día de las novedades francesas.

      La mujer calló un rato, bebió un poco de agua y continuó:

      —Nacieron tres hijas y mi madre empezó a temer que no podría dar un heredero a su marido. Pero el cuarto fue un niño, mi hermano Mohammed, y después nací yo. Recuerdo bien mi infancia en la farmacia, los juegos con mis hermanas y las clases que nos daba mi madre que, por cierto, sabía mucho más que el maestro de la madraza del pueblo, donde sólo se enseñaba el Corán. Mis padres no querían que la religión se entrometiera en nuestra vida, pero no hubieran podido hacerlo sin su estatus social. Ser farmacéutico, constituía un rango. En aquel tiempo, de todas maneras, vivir en las kabilas no estaba marcado por la religión como ahora, se vivía de una manera más libre.

      Paró un momento para serenarse y beber otro poco, la narración le había dejado la garganta seca.

      —Recuerdo vagamente a mis padres, de forma desdibujada por el tiempo, en el laboratorio de la farmacia, mezclando ingredientes y desmenuzándolos en el almirez. Y yo siempre a su lado mientras mis hermanas jugaban en el patio trasero. Me gustaba el olor a formol y a las hierbas que adquirían, me informaba de cómo se hacía esto y lo otro… Mis padres siempre me enseñaron cómo realizar fórmulas simples para curar problemas cotidianos. Antes de los diez años, preparaba ya los medicamentos más elementales. Me cautivaba mezclarlos en el mortero viendo cómo se iban convirtiendo en una pasta o un polvo que después permitían curar heridas o sencillas enfermedades. Salía con ellos a recolectar hierbas y componentes minerales. ¡Me enseñaron tantas cosas que aún hoy recuerdo! Las pocas veces que estuviste enferma, por si no lo recuerdas, te curé con remedios aprendidos de mis padres. Hubiera sido una buena farmacéutica, si no se hubieran producido los terribles hechos que acabaron con todo.

      Tragó un poco de saliva, y continuó:

      Afraa respiró pausadamente, como preparándose para poder contar lo que representó el fin de su existencia hasta entonces. Sus ojos se humedecieron por el recuerdo de los sucesos de aquellos años y unas lágrimas asomaron sin ser reprimidas, para deslizarse por sus mejillas.—En vez de casarme y tener hijos, acabé el bachillerato y me fui a Casablanca a estudiar una carrera. Pretendía estudiar Farmacia y continuar con el negocio de mis padres. Pero los acontecimientos se precipitaron. La unificación del Rif produjo el sentimiento de estar viviendo otra colonización, aunque esta vez marroquí. El modelo español se transformó para convertirse en el francés, suponiendo una enorme colisión política, cultural y económica. Las revueltas y protestas se producían cada vez más frecuentemente. Se cerró la frontera con Argelia evitando la emigración rifeña. En la administración marroquí había una total ausencia de representantes autóctonos. El paro, la miseria, y el caos económico se adueñó de la zona y se culpó de todo a los políticos corruptos de Rabat. Sin embargo, mis padres no veían con buenos ojos todas aquellas manifestaciones, intuían que nada bueno podría suceder con el ambiente de violencia existente y se prepararon para una época de transformaciones.

      Su emoción aumentó exponencialmente al cruento relato.