La muchacha que amaba Europa. Joan Quintana i Cases. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Joan Quintana i Cases
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418411618
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les he gustado, creo. Acabaron la comida, y tras hacer un poco de sobremesa se levantaron, pagaron la cuenta y se fueron.

      —Es un buen sitio para comer; se come bien y tienen calidad, los precios no son baratos pero en general es recomendable, sólo hay que abstenerse de hablar mal del gobierno y mucho menos del Rey. Aunque esto es mejor no hacerlo en ningún sitio público.

      —Es muy temprano —dijo Hasan al llegar a su hotel—, si quieres podemos ir un rato a la discoteca de tu hotel, así podrás ver la competencia que tendrías si quisieras seguir con tu plan.

      —Vale, pero hasta las once y media como máximo. ¿De acuerdo? —dijo ella.

      La distancia hasta el hotel Tanjah Flandría era de unos escasos cincuenta metros. Pero su discoteca tenía una entrada posterior en la calle Ibn Roch para no tener que pasar por el hotel. Como en todas las discotecas del país, un policía custodiaba la puerta y les impidió la entrada por no llevar consigo la reserva de la habitación. Decidieron entonces entrar por la puerta del hotel, situada al final del vestíbulo.

      Se sentaron en una mesa al fondo de la gran sala, cerca de un grupo de chicas que estaban bailando.

      Pidió un refresco, ya había bebido demasiado y quería estar muy despejada a la mañana siguiente para la entrevista. Hasan pidió un Cardhu 12 con hielo y se arrellanó en la butaca.

      Como había dicho, el ambiente era mínimo, unos camioneros españoles estaban sentados bebiendo y mirando a las chicas que estaban juntas en el rincón. No entendía el español en absoluto, pero Hasan le dijo que hablaban de transportes y camiones.

      —Aunque es muy temprano, pues aquí no empieza el ambiente hasta la madrugada, hay algunas chicas esperando si pueden sacar algo esta noche, algún extranjero que les pague la habitación y que les dé un poco de dinero para mañana. Los marroquíes pagan una miseria por pasar la noche con una mujer, se creen con el privilegio de tenerla gratis. Ellas tienen que pagarse la pensión, la comida, la ropa, otras necesidades y la protección. Oficialmente no hay proxenetas, como tampoco prostitución, pero en realidad tienen a toda la policía ejerciendo de chulos. O pagan con dinero o pagan con su cuerpo, pero no se escapan de pagar. Hay que pagar para poder estar aquí.

      Ilhem se ruborizó por la manera de hablar de Hasan, pero estaba segura de que le hablaba con sinceridad. Quedó muy seria pensando en lo que le había contado, le parecía repugnante que todos los policías se aprovecharan de aquellas pobres chicas, le parecía obsceno, al fin y al cabo, el país no daba muchas oportunidades a las mujeres para poder trabajar honradamente y ganarse su subsistencia; sueldos de miseria, condiciones denigrantes y abusos de todo tipo estaban a la orden del día. Tampoco los hombres podían ganarse bien el sustento, los salarios eran un poco mejor para ellos, pero no dejaban de ser una mezquindad con relación al coste de la vida. Se enfadó consigo misma por haber pensado en semejante posibilidad, pero es que no tenía ni idea de lo que ello podía representar.

      En ese mismo momento comprendió por lo que tenían que pasar las mujeres, los agravios y la denigración que padecían, y se quiso revelar contra ello, se dijo que eso no le pasaría a ella. La otra vez, en Marraquech, no le había parecido tan desagradable, claro que entonces se había divertido y no sabía nada de lo que le acababa de contar Hasan.

      Escucharon un poco de música y alguna chica salió a bailar a la pista para ver si alguien se fijaba en ella. A Ilhem no le gustó aquel espectáculo.

      —Me voy a dormir. Mañana tengo trabajo y quiero estar en forma. Quédate tú si quieres. Hasta pronto, Hasan, buenas noches.

      Se levantó y, sin esperar respuesta, se fue a la barra para pedir que pusieran la bebida en la cuenta de la habitación e inmediatamente salió disparada hacia el interior del hotel. Estaba enfadada por todo lo que le había dicho sobre las chicas y el hecho de que ella hubiera pensado hacer lo mismo aún la enfadaba más, le parecía más ruin. Pero entonces, ¿qué tenía que hacer para ir a Europa?

      Se despertó temprano, se duchó, arregló y se puso el vestido de la noche anterior, que le favorecía. No quería ir seria como el primer día. Pidió un taxi para que la llevara al puerto y al llegar a la barrera de la zona franca, tuvo que identificarse y comunicar adónde iba. El policía la dejó pasar sin problema al conocer el nombre de la sociedad. El coche la llevó hasta la puerta, que abrió la misma chica del día anterior.

      —Después de la entrevista con la psicóloga la atenderá el director general. Tendrá que esperar un poco, aún no ha llegado. ¿Quiere un café?

      —No, gracias, acabo de tomar uno. Al cabo de media hora entró la psicóloga. Se sentó y estuvieron hablando durante más de una hora. Hizo los test clásicos, empezando por el de Rorschach y acabando por el de Lusher, junto con los de hábitos, personalidad y psicotécnicos. Mientras esperaba de nuevo para la entrevistarla del director general, pensó en qué utilidad podían tener aquellos test que ya había visto y hecho en la universidad, los conocía todos y los había estudiado, así que dar la respuesta que más interesaba para conseguir el puesto le parecía muy fácil, sabía la respuesta antes de que le formularan la pregunta. Pensó que, simplemente, era una prueba retórica más para la admisión al trabajo.

      Ahora la psicóloga seguramente estaría hablando con el director, hablándole de su personalidad y de la idoneidad o no para el puesto, pero estaba tranquila, sabía que el único escollo que encontraría podría ser la escritura en alemán. Albergaba estas elucubraciones cuando entró el director.

      —Guten Morgen, Frau Ilhem. Ich bin Dieter Genscher —le dijo directamente en alemán.

      —Buenos días, Herr Genscher, encantada de conocerlo —contestó en un alemán bastante correcto. Estuvieron hablando en este idioma durante toda la entrevista. Al director, le impresionó el carácter de aquella chica. En un primer momento le pareció frágil pero, a medida que hablaba con ella, admiró su fortaleza mental y determinación. Parecía que sabía muy bien lo que quería, era educada y la intuía inteligente y dispuesta a salir airosa de cualquier reto. Su apariencia tan europea, su cabellera medio rubia y sus ojos claros con aquel matiz azulado le daban un aspecto por el que podía pasar perfectamente por alemana. Tal vez el único contra, si es que a priori se le veía alguno, era el idioma, dominaba el francés, pero su alemán no era perfecto. Y aunque tenía que efectuar varias entrevistas más, Ilhem parecía ser la aspirante perfecta. En opinión de la psicóloga, el resultado de su entrevista y test eran demasiado perfectos, o era una chica excepcional o la había engañado sin saber exactamente cómo, pero no dejaba de ser una mente extraordinaria.

      Se despidieron y quedaron en que ya le dirían algo en unas semanas.

      Al salir a la calle, el sol la deslumbró, sus rayos penetraban en la superficie algo oleosa del agua del puerto pesquero, produciendo reflejos de matices dorados y plateados. Las pequeñas ondulaciones producidas por una suave brisa, daban al mar un aspecto hipnótico a la vista. Estuvo un rato admirando el espectáculo hasta el momento en que se rompió el hechizo al percatarse de la cantidad de basura, deshechos y peces putrefactos que flotaban concentrados en un rincón de la dársena.

      —Hola, Ilhem. Nos volvemos a encontrar.

      Se giró rápidamente para saber quién le había hablado y vio la cara sonriente de Hasan que la miraba con complacencia.

      —¿Me sigues otra vez? —preguntó molesta—. No me querrás hacer creer que estás aquí de casualidad.

      —Pues sí y no. He dejado el cliente en la estación marítima y después he preguntado en el Yatch Club por una empresa alemana textil y me han indicado ésta. Quería volverte a ver, ayer saliste a la carrera de la discoteca y me dejaste con la palabra en la boca. Te llevaría a Rabat pero aún tengo un trabajo que hacer en Tánger.

      Se dieron dos besos y quedaron en llamarse, se subió a su coche y desapareció por la puerta principal en dirección a la ciudad.

      Ilhem avanzó hacía la parada de taxis que había en el puerto, cogió uno y le pidió que la llevara a la estación. Compró un billete a Marraquech en primera clase, quería viajar tranquila. Mientras esperaba su tren, llamó desde el