132 Bowsky, W. M., op. cit., 167.
133 Baethgen, F., 1920, 168-268.
134 Miethke, J., 1983, 421-446; Mierau, H. J., op. cit., 115-128; Pauler, R., 1997, 117-164.
135 Fößel, A., «Die deutsche Tradition von Imperium im späten Mittelalter», en Bosbach, F. y Hiery, H. (eds.), 1999, 17-30; Wittneben, E. L., 1997, 567-586.
136 Pauler, R., 1996.
137 Whaley, J., 2012, I, 103, 503.
138 Levine, J. M., 1973, 118-143.
139 Escher, F. y Kühne, H. (eds.), 2006.
140 Welsh, F., 2008.
141 Whaley, J., op. cit., I, 86-87.
142 Zanetti, W., 1985, 107-123.
143 Meuthen, E. (ed.), 1991.
144 Hook, J., 1972.
145 Álvarez, M. F., 1975, 83-88; Kleinschmidt, H., 2004, 129-132.
146 Kleinheyer, G., 1968, 72-76; Brockmann, T., 2011, 386-389. En 1653 se añadió una frase que decía que el emperador debía respetar la Paz de Augsburgo además de proteger la Iglesia.
147 Staats, R., 2008, 116-117.
148 Dandelet, T. J., 2001.
149 Hengerer, M., 2012, 173-176, 297-298; Repgen, K., 1998, 539-561, 597-642; Koller, A., 2012, 157-210.
150 Ingrao, C. W., 1979, 96-121; Beales, D., 1987-2009, II, 214-238, 353-354.
151 Berkeley, G. F.-H. y J., 1932-1940, III; Haslip, J., 1974; Stickler, M., «Reichsvorstellungen in Preußen-Deutschland und der Habsburgermonarchie in der Bismarckzeit», en Bosbach, F. y Hiery. H. (eds.), op. cit., 133-154, 139-140.
CAPÍTULO 2
Cristiandad
LA MISIÓN CRISTIANA
Cristiandad y cristianización
La Alta Edad Media diferenciaba cristianismo (fe) y cristianos (creyentes), pero carecía de un concepto geográfico de la cristiandad. La fe comenzaba con el bautismo (cristianar). Cuidarse de esto era la misión de reyes, señores y obispos, además de imponer la observancia de las festividades cristianas y otros signos externos de creencias personales. El eslogan «defensa de la Cristiandad» (defensio Christianitatis) surgió durante el siglo IX en respuesta a la amenaza árabe-musulmana, en especial en el sur de Europa, e identificaba una gran comunidad lega situada fuera de la Iglesia (ecclesia), que el emperador debía defender. La cristiandad solo asumió vínculos más estrechos con Europa con la promoción del papado como único y exclusivo líder de todos los cristianos, iniciada por Gregorio VII. Este concepto reducía al emperador al simple papel de gobernante del reino cristiano más grande. La demarcación geográfica de la cristiandad se consolidó con la primera cruzada de 1095 y con las expediciones militares subsiguientes contra la «otredad» oriental.1
Hasta entrado el siglo XI, los confines meridionales del imperio abarcaban Italia, Roma incluida. La ausencia de una frontera religiosa en el oeste fue una de la causas de la falta de una demarcación clara entre el imperio y el territorio que se convirtió en Francia, mientras que las diferencias con los paganos escandinavos, eslavos y magiares del norte y el este eran más acusadas. El imperio quedaba separado de su homólogo cristiano de Bizancio por una extensa franja de pueblos paganos que se extendía por el sudeste de Europa, un factor que permitía a ambos imperios ignorarse mutuamente. Por tanto, aunque el imperio estaba situado en el corazón geográfico de lo que ahora se considera Europa, en la época se hallaba en el confín noroeste de la cristiandad latina y proporcionó los medios para que la fe penetrase en esas regiones.
En los mitos originales de sus habitantes ya existía una primera diferenciación este-oeste. Los francos se consideraban descendientes de Jafet, hijo de Noé, y creían que los eslavos procedían de Cam, otro de los hijos de Noé.2 Los eslavos adoraban dioses de los bosques y del cielo y practicaban la bigamia, la cremación y otras costumbres completamente ajenas a las de los cristianos, tales como excavar sus casas en el suelo en lugar de edificar casas de troncos como las de los francos. Los eslavos sentían escasa afinidad por las prácticas cristianas y consideraban los diezmos un tributo a un Dios indeseable y foráneo. Incluso aquellos dispuestos a abrazar el cristianismo chocaban con considerables barreras culturales. En la cultura eslava los límites entre pasado y presente eran más fluidos que entre los cristianos, acostumbrados a la cronología lineal de la Biblia; de ahí que a los eslavos les chocase la negativa de los curas cristianos a bautizar a sus antepasados.3
La cristianización ayudó a consolidar la autoridad imperial y facilitó su expansión al norte y al este, más allá del Elba. No obstante, y al contrario que los otomanos musulmanes, que no fueron mayoría en su propio imperio hasta finales del siglo XIX, la población del imperio siempre fue, en su inmensa mayoría, cristiana, con tan solo una pequeña minoría judía: la población incluía unos pocos eslavos paganos en las ambiguas zonas fronterizas del nordeste, pero en torno al siglo XIII estos habían sido cristianizados en su mayor parte.4
La cristianización no fue un «choque de civilizaciones».5 Este enfoque, popular pero controvertido, define civilización sobre todo con arreglo a la religión y considera que las culturas son entidades mutuamente excluyentes, que tan solo pueden chocar o dialogar entre ellas. La expansión imperial fue legitimada