—El matrimonio es más que llenar la barriga de un hombre con su comida favorita, pero eso ya lo sabes, ¿verdad?
—Aún tengo muchas lecciones que aprender y siempre escucharé sus consejos con la mente bien abierta. Alguien que haya criado a un hombre tan maravilloso tiene que ser muy sabia.
—Estás halagándome para que te diga cómo hacer esa salsa especial de mole que adora Elliott —bromeó—. Pero creo que me la guardaré de reserva para cuando tenga que pedirte un gran favor.
Karen se rio.
—Elliott me dijo que nunca podría sacarle la receta. Dice que hasta sus hermanas solo saben que contiene una variedad de pimientas y, tal vez, ¿un poco de chocolate? —preguntó esperando que le confirmara al menos eso.
—Un buen intento, muy lista, pero creo que me la guardaré un poco más. Tengo que tener motivos para que mis hijos sigan viniendo a casa.
—No creo que vengan por la salsa mole —le dijo Karen con total sinceridad mientras se despedía de ella con un abrazo—. Vienen por el amor que les da.
La señora Cruz la besó en las mejillas con entusiasmo.
—Y por eso eres mi nuera favorita.
—Soy su única nuera —dijo Karen y, a pesar de la extraña conversación, era un papel en el que cada vez se sentía más cómoda. Deseaba que estar con su suegra le resultara tan sencillo como estar con Frances y tal vez, con el tiempo, acabaría siendo así.
Estaba dirigiéndose a su coche cuando Adelia aparcó delante de la casa. Frunció el ceño al verla, bajó corriendo y cruzó el césped.
—¿Qué haces aquí? ¿Estabas hablando con mi madre sobre Ernesto? —le preguntó alterada.
—Claro que no —respondió Karen con tono tranquilizador—. ¿Por qué iba a hacer eso? Tu matrimonio es algo íntimo, Adelia. No me has contado ni una palabra de lo que está pasando y, aunque lo hubieras hecho, yo jamás se lo habría contado a tu madre.
Adelia se mostró aliviada.
—Lo siento. Tengo los nervios de punta. Me ha llamado mi madre, así que ya estoy a la defensiva.
Karen se rio.
—¿Te parece divertido? —preguntó Adelia torciendo el gesto.
—A mí también me ha llamado. Hoy debe de ser el día que tu madre ha elegido para resolver problemas maritales.
El rostro de Adelia fue relajándose y ella también empezó a reírse.
—¿A ti también?
—Sí.
—¿Y qué tal ha ido?
—Creo que he logrado tranquilizarla.
El efímero buen humor de Adelia desapareció.
—No estoy segura de que sea tan buena actriz como para fingir, pero lo voy a intentar —dijo poniéndose derecha—. Las cosas ya están bastante difíciles sin que mi madre se ponga histérica.
—Buena suerte —le dijo Karen antes de verla entrar en la casa. En ese momento, no la envidiaba.
Adelia habría dado lo que fuera por poder salir corriendo detrás de Karen. Había intentado eludir a su madre diciendo que tenía cosas que hacer, pero la señora Cruz había insistido. Cuando María Cruz hablaba a sus hijos con cierto tono, todos entendían que no había cabida para la discusión.
—Buenos días, mamá —dijo forzando un alegre tono al entrar en la cocina y asegurándose también de lucir una amplia y brillante sonrisa.
—Adelia —contestó su madre con gesto serio—. ¿Te apetece un café?
—Yo me lo pongo —respondió intentando ganar tiempo—. Y las pastas huelen de maravilla. Las de guayaba son mis favoritas, aunque a mí nunca me salen tan bien como a ti.
Su madre se limitó a enarcar una ceja ante el comentario.
—Ya basta de charlas sin importancia —dijo con firmeza—. Tenemos asuntos importantes que discutir. El domingo pasado te fuiste de esta casa sin decir ni una palabra a nadie y eso es inexcusable. Tampoco llamaste para disculparte. No te eduqué para que te comportes así. Y después tu hija nos dijo a todos que Ernesto se había marchado de casa. ¿Qué significa eso?
—Ernesto ha vuelto a casa —se apresuró a decir, esperando que eso bastara para evitar más preguntas.
—¿Y por qué se marchó en un principio? Sabes que tu trabajo es hacer que tu marido se encuentre satisfecho en casa.
Aunque llevaba toda la vida escuchando la misma y manida advertencia, de pronto sintió que estaba harta de oírla.
—Mamá, hacen falta dos personas para hacer que funcione un matrimonio. Yo no puedo solucionar las cosas solas.
—Entonces yo misma hablaré con Ernesto. O le diré a Elliott que hable con él.
—¡Rotundamente no! —contestó Adelia con brusquedad—. No quiero que toda la familia se meta en mi matrimonio. Eso solo empeoraría las cosas.
Pero, para ser sincera, no estaba segura de que pudieran ir peor. Aunque Ernesto estuviera de nuevo viviendo en casa, estaba durmiendo en una de las habitaciones de invitados porque ella se había negado a dejarlo meterse en su cama viniendo directo de la de su amante. Su presencia era solo una forma de guardar las apariencias y no un primer paso hacia la reconciliación. Los dos lo admitían y ella no sabía cuánto tiempo más podrían continuar viviendo esa mentira.
—Sabes que solo quiero ayudar —le dijo su madre con dulzura.
Adelia suspiró.
—Ya lo sé, pero el mejor modo de hacerlo es dejándonos tranquilos, mamá. Les he dicho lo mismo a mis hermanas y a Elliott.
—Te estás aislando de la familia —la acusó su madre.
—Por ahora puede que sea necesario. A veces no puedo soportar estar con tanta gente.
—¿Y qué pasa con tus hijos? ¿Es que no quieres que estemos para ellos tampoco?
—Solo si podéis darles apoyo sin hacerles comentarios sobre su padre o nuestro matrimonio. Ya es bastante confuso para ellos según están las cosas.
—Razón de más para solucionar esto rápidamente y hacer que las cosas vuelvan a como estaban —dijo su madre con decisión—. Se lo debes a tus hijos.
Adelia asintió porque no tenía otra elección. Sin embargo, se preguntó qué se debía a sí misma.
—Pareces aturdida —dijo Erik cuando Karen entró en la cocina de Sullivan’s—. ¿Una mañana dura?
—Visita de rigor a María Cruz.
Él sonrió.
—¿Es que has estado tratando mal a su preciado hijo?
Karen enarcó una ceja.
—No es que sea asunto suyo, pero no. Y ha sido una visita encantadora —bueno, más o menos. Al menos había terminado bien.
Miró a su alrededor.
—¿Dónde está Dana Sue? No la he visto en el despacho cuando he entrado.
—Se ha ido con Ronnie a ver el local que estamos pensando comprar para el gimnasio. Maddie también ha ido con ellos.
Karen frunció el ceño.
—¿Habéis decidido comprar un local? Creía que teníais pensado alquilar.
—Las cuentas salen mejor si somos propietarios, según Maddie y Helen.
—¿Elliott ha ido con ellos?
—Seguro