A Flo se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Lo único que queremos Liz y yo es que estés bien.
—¿Y no creéis que lo sé? —le respondió dándole un impulsivo abrazo—. Sois las dos mejores amigas que podría tener. Sé que os preocupáis por mí, y os lo agradezco de verdad. Si sucede algún incidente más, iré a ver al médico. Lo prometo.
Flo le lanzó una mirada cargada de dudas.
—¿Y tendremos que presenciar ese incidente para que cuente o mantendrás la promesa aunque nosotras no lo hayamos visto?
—Da igual quién lo vea. Mantendré la promesa.
Porque aunque quería pensar que esos lapsus no eran los primeros signos del Alzheimer, no estaba dispuesta a poner a nadie en peligro por ser tan tonta de negarse a aceptar la posibilidad de que su salud se estuviera deteriorando.
Capítulo 10
Desde la primera vez que Elliott había llevado a Karen a su casa para conocer a su familia, había quedado claro que su relación con su fervientemente católica madre iba a ser de lo más escabrosa. María Cruz había mostrado abiertamente su desaprobación al divorcio de Karen y, solo después de que ella le hubiera contado los detalles de su fracasado matrimonio, se había ablandado y había admitido que el divorcio era la única opción en ese caso.
Aun así, ahí estaban los viejos resentimientos y se removían de vez en cuando, sobre todo después de escenas como la que se había producido en casa de los Cruz el domingo. Por eso, más que sorprenderla que su suegra la hubiera llamado insistiendo que se pasara a verla, lo que la había sorprendido era que hubiera tardado tanto en hacerlo.
Sabía que, probablemente, no había logrado ocultar muy bien su desdén hacia sus cuñados aquel día. Había logrado quedarse callada, aunque se había marchado en mitad de la discusión familiar en la que los hombres estaban soltando parte de sus ofensivos comentarios machistas y anticuados.
No iba con ella remover ese asunto e intentar generar un levantamiento feminista entre las mujeres Cruz, pero cuando vio señales del mismo comportamiento en Elliott, se decidió a cortar con el problema de raíz. Allá sus cuñadas si querían manejar sus vidas así.
Ya que la señora Cruz era muy susceptible en lo que concernía a sus hijos, Karen se preguntaba qué clase de charla le esperaría hoy. ¿La advertiría de que no interfiriera en el matrimonio de Adelia? ¿O estaría pensando en otra cosa?
Cuando llegó, dos de las nietas Cruz menores de cinco años estaban jugando en el jardín delantero. Su suegra, que estaba esperando en el porche, dio unas palmadas para llamar a las pequeñas.
—¡Adentro, niñas! —les ordenó y, aunque protestaron, las niñas entraron inmediatamente.
Una vez las tuvo en el salón con una de sus películas favoritas, llevó a Karen a la cocina, el auténtico corazón de la casa. Había preparado una jarra de café, mucho más apetitoso que el que hacía Elliott, y tenía unas pastas de guayaba recién sacadas del horno.
—¿Trabajas hoy? —le preguntó mientras servía el café y colocaba un plato de pastas aún calientes delante de Karen, sin duda esperando que se comiera más de una.
—Tengo que estar allí a las diez. Tenemos poco tiempo.
—Entonces seré clara —dijo y le lanzó una mirada de preocupación—. Mi hijo y tú estáis discutiendo. ¿Puedo preguntarte por qué?
A pesar de conocer la dinámica de Serenity y de la familia Cruz, apenas pudo evitar abrir la boca de par en par. Jamás habría pensado que esa formidable mujer, que estaba totalmente centrada en su familia, decidiera interrogarla sobre algo tan personal. Pero claro, María Cruz se consideraba la matriarca de la familia y veía que su deber era hacer que las cosas marcharan bien, incluso con unos hijos que eran mayores desde hacía mucho tiempo y que ya tenían sus propias familias. Si se metía en los otros matrimonios de la familia, ¿por qué no iba a hacerlo en el de Elliott?
—¿Dónde ha oído eso? —le preguntó Karen, más que nada por curiosidad.
—No importa —respondió la señora Cruz, encogiéndose de hombros con gesto algo desdeñoso—. ¿Es verdad? ¿Por eso me habéis pedido que me quede con los niños varias veces últimamente? ¿Para que no os oigan pelear?
Karen sopesó la mejor respuesta que darle.
—Ha habido cosas que Elliott y yo hemos tenido que discutir, sí, pero más que nada hemos estado intentando encontrar algo de tiempo para estar juntos. Con nuestras agendas, la intimidad es difícil de conseguir. La mayoría de las parejas no inician su vida juntos con dos niños pequeños.
A pesar de asentir como si lo entendiera, la señora Cruz no pareció quedar satisfecha del todo con la respuesta.
—Estas discusiones, como tú las llamas, ¿son sobre asuntos serios? —frunció el ceño y su expresión fue de verdadera preocupación—. ¿Asuntos que podrían llevaros al divorcio?
—¡Por Dios! ¡Espero que no! Queremos tener tiempo para nosotros, para solucionar cosas antes de que se conviertan en problemas de verdad.
Una expresión de alivio recorrió el rostro de la señora Cruz mientras se santiguaba.
—Me rompería el corazón que mi hijo, o cualquiera de mis hijos, se divorciara. Cuando te casaste con Elliott ya conocías nuestras creencias. Espero que hagas todo lo que haga falta para que vuestro matrimonio funcione.
Karen torció el gesto.
—¿Y por qué esa responsabilidad es solo mía? ¿Le ha dicho lo mismo a Elliott? —se vio un poco tentada a añadir también el nombre de Adelia, pero le debía algo de discreción a su cuñada. Su suegra acababa de aludir a los problemas de su hija, pero no había sacado el tema abiertamente, así que ella tampoco lo haría.
—Aún no, pero lo haré. Primero quería hablar contigo. Siempre es la mujer la que tiene que calmar las aguas, mantener la paz.
—Yo no lo veo así —contestó Karen decidida a defender sus creencias—. Los hombres son tan responsables del estado de una relación como las mujeres —miró a su suegra con gesto curioso—. ¿Cómo le sentaba que el señor Cruz siempre estuviera dándole órdenes o la tratara con condescendencia? Sé que lo hacía, porque sus hijas lo han mencionado. Yo no la veo como una mujer que aceptaría un trato semejante.
Una discreta sonrisa cruzó el rostro de María.
—Tenía mis formas de hacerlo. Diego nunca fue ni violento ni inflexible. Era un buen hombre que había sido educado para creer que los hombres se comportaban de cierta manera. Me gusta pensar que le mostré que podía conseguir mejores resultados de otros modos.
—¿Pero discutían?
La mujer se encogió de hombros.
—Por supuesto. Los dos teníamos genio y opiniones muy fuertes. Pero, por mucho que discutiéramos, siempre terminábamos el día con un beso.
—¿Valoraba la mujer tan fuerte y capaz que es usted?
—A su modo —respondió encogiéndose de hombros, como si no fuera importante—. Pero a diferencia de ti o de mis hijas, yo me sentía satisfecha siendo ama de casa, anteponiendo mi familia a todo. No tenía necesidad de ninguna otra dedicación. Adelia es la única que ha seguido mis pasos, aunque participa en muchas actividades, pero podría tener un empleo si quisiera.
Ya habían mantenido esa conversación antes, así que Karen se negó a sentirse ofendida.
—Hay distintas formas de anteponer a tu familia —dijo pausadamente—. Ser responsable, trabajar para dar a mis hijos la vida que se merecen; esa es una forma. La de usted era otra.
—Estoy de acuerdo —contestó la señora Cruz con una