—El de Dexter se llamaba simplemente «Dexter’s» —apuntó Elliott.
—Pero era el dueño del local —contestó Ronnie—. Nosotros tenemos una sociedad.
Ronnie sacudió la cabeza.
—¿Quién se pensó que ponerle nombre a este sitio iba a ser más complicado que reformarlo?
—Eso es porque para las reformas hace falta mucha fuerza y de eso nos sobra —dijo Cal—. Un nombre requiere finura, y puede que ese no sea nuestro mejor atributo.
—Eso lo dirás por ti —dijo Travis sonriendo—. Yo soy todo finura. Pregúntale a Sarah.
—Podríamos pedirle opinión a las chicas —propuso Tom.
—¿Y admitir que no tenemos ni idea? —protestó Ronnie—. Pues entonces nos lo estarán recordando toda la vida.
—Creo que Tom tiene razón —dijo Cal—. Deberíamos comprarles una mezcla de margaritas y tequila, dejar que tengan una de sus famosas noches de margaritas y que se encarguen ellas.
—Pero entonces le pondrán un nombre demasiado femenino —objetó Ronnie—. Os lo garantizo. Lo harán para fastidiarnos.
—¿Tienes alguna alternativa masculina? —le preguntó Cal.
Ronnie le lanzó una mirada avinagrada.
—Si la tuviera, ¿crees que no lo habría dicho ya?
Elliott escuchó la discusión con cada vez más diversión. Después de crecer en una casa ocupada en su mayoría por mujeres, solo había tenido el ejemplo de su padre para fijarse en el comportamiento de los hombres. Como Karen le había sugerido alguna que otra vez, era un actitud machista que podría echar para atrás a una mujer moderna, pero esos hombres le estaban mostrando un camino distinto. Y aunque su estatus como hombres sexys, viriles y fuertes no podría ponerse nunca en duda, sabían cuando admitir la derrota y compartir el poder con sus medias naranjas.
—¿De verdad no os importa que nos lo vayan a recordar siempre si les pedimos ayuda?
—Si nos equivocamos, nunca dejarán de recordárnoslo —dijo Cal encogiéndose de hombros—. Creo que así es mejor.
—Estoy de acuerdo —dijo Tom.
Travis, Erik y Elliott también accedieron, dejando a Ronnie como el único que tenía dudas.
—Venga, ¡qué diablos! —terminó diciendo Ronnie—. Si todos podéis soportar sus sonrisitas de satisfacción, yo también. Ahora volvamos dentro para hacer algo que requiera esa fuerza bruta que alguien ha mencionado antes. Mi nivel de testosterona necesita una inyección importante.
—Elliott, ¿vas a hablar con Maddie? —le preguntó Cal cuando entraron—. Puede que haya sido idea mía, pero la verdad es que no quiero ser yo el que tenga que admitir ante mi mujer que no sabemos qué hacer.
Elliott se rio.
—Me alegra ver que tenéis limitaciones. Por un momento me estaba empezando a preocupar.
—Hazme caso, cuando lleves unos años casado, estarás más que dispuesto a concederle ciertas cosas a tu mujer —dijo Cal mientras los demás asentían—. Hay vaivenes a la hora de equilibrar el poder. Al final, suele funcionar en tu favor.
Y, una vez más, a Elliott le impactó lo difícil que era esa filosofía del modo en que lo habían educado a él. Sin duda era algo que tenía que tener en cuenta cuando Karen le lanzara una de esas miradas con las que le decía que estaba pisoteando su capacidad de pensar por sí misma.
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