La inexplicable lógica de mi vida. Benjamin Alire Sáinz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Benjamin Alire Sáinz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788412214840
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Siempre preocupado. Además, yo no fui quien pegó a Enrique

      Yo: Tienes razón. Estoy metido en un buen lío

      Sam: Sí, sí, sí. Ja, ja, ja

      Yo: Cállate

      Sam: No te disculpes por nada. Enrique se lo merecía. Es idiota

      Yo: Ja, ja, ja. No creo que nadie comparta tu opinión image

      Sam: Que se vayan a la mierda

      Yo: Prohibido decir palabrotas delante de mi padre

      Sam: Ja, ja, ja

      Papá interrumpió nuestros mensajes:

      —¿Queréis dejar eso, chicos? ¿Acaso habéis sido criados por lobos?

      «Criados por lobos.» Una de las expresiones favoritas de papá. Era de la vieja escuela.

      —No, señor —dije—. Lo siento.

      Sam no podía evitarlo, siempre tenía que decir algo, aunque fuera incorrecto. No era buena cerrando la boca:

      —Si quieres te podemos enseñar nuestros mensajes…

      Advertí la pequeña sonrisa en el rostro de mi padre mientras conducía.

      —Gracias, Sam. Puedo pasar sin eso.

      Y luego nos echamos todos a reír.

      Aunque la risa no significaba que hubieran desaparecido mis problemas.

      Cuando mi padre y yo entramos en el despacho del director, Enrique Infante y su padre estaban sentados, ambos con los brazos cruzados y aspecto sombrío. Sombrío era una palabra de Sam. Algunos días era experta en mostrarse sombría.

      El director Cisneros me miró fijamente a los ojos.

      —Salvador Silva, dame una buena razón para que no te expulse.

      En realidad, no se trataba de una petición, sino más bien de una afirmación. Era como si ya lo hubiera decidido.

      —Llamó marica a mi padre —dije.

      El señor Cisneros echó un vistazo a Enrique y a su padre. Enrique se limitó a encogerse de hombros, como si todo le importara una mierda. Definitivamente, no estaba arrepentido. Impenitente… Esa era la palabra exacta para describir su mirada.

      Los ojos del director regresaron a mí.

      —La violencia física es un comportamiento inaceptable…, y va contra las reglas del instituto. Es motivo de expulsión.

      —Las expresiones de odio también van contra las reglas del instituto.

      No estaba demasiado alterado. Bueno, tal vez sí e intentaba aparentar lo contrario. En cualquier caso, las palabras que pronuncié fueron dichas con calma. Por lo general, era un chico bastante calmado; pero tenía mis momentos.

      —Por lo que tengo entendido —dijo el señor Cisneros—, no os encontrabais en las instalaciones escolares. No podemos ser considerados responsables de aquello que dicen nuestros estudiantes cuando ya no están en el centro.

      Mi padre sonrió; una especie de sonrisa mordaz. Conocía sus sonrisas a la perfección. Miró al señor Infante, y luego se dirigió al señor Cisneros.

      —Bueno, entonces no hay nada que discutir, ¿no es cierto? Si el instituto no puede ser considerado responsable de lo que «dicen» los estudiantes fuera de sus instalaciones, entonces tampoco puede ser considerado responsable de lo que «hacen» fuera de las instalaciones escolares. Me pregunto si es posible llegar a buen término aquí… —Papá hizo una pausa. No había acabado—. En mi opinión, ninguno de estos muchachos tiene nada de que enorgullecerse. Creo que merecen algún tipo de castigo. Pero no puede castigar a uno sin castigar al otro. —Papá hizo otra pausa—. Es una cuestión de equidad. Y, aparentemente, también es una cuestión de política escolar.

      El señor Infante tenía una expresión de furia en el rostro.

      —Mi hijo solo dijo lo que eres.

      Papá ni se inmutó. No se le movió ni un pelo.

      —Resulta que soy gay. No creo que eso me convierta en marica. También soy mexicoamericano. No creo que eso me convierta en un vendedor de tacos; no creo que eso me convierta en un frijolero; no creo que eso me convierta en un sudaca; y no creo que eso me convierta en un inmigrante ilegal. —No había enfado en su voz ni en su rostro. Parecía un abogado en un juicio, intentando argumentar su defensa ante el jurado. Me di cuenta de que estaba pensando lo que diría a continuación. Miró al señor Infante—. A veces, nuestros hijos no terminan de entender las cosas que dicen. Pero tú y yo somos adultos. Nosotros sí entendemos, ¿verdad?

      El señor Cisneros asintió. No supe lo que significaba ese movimiento de cabeza. Jamás había estado en su despacho. No sabía nada acerca de él, salvo que Sam decía que era idiota. Pero Sam pensaba que la mayoría de los adultos eran idiotas, así que tal vez no era una fuente fiable de información en lo que se refería al señor Cisneros.

      La estancia quedó en silencio durante unos segundos. Finalmente, el director llegó a una conclusión:

      —Manteneos apartados el uno del otro.

      Sam hubiera dicho que se trataba de una solución de mierda. Y, sin duda, habría tenido razón.

      El señor Infante y Enrique se quedaron sentados, desparramando su mal humor como si fuera crema de cacahuete. Luego, la voz del señor Infante llenó el pequeño despacho. Me señaló con el dedo.

      —¿Realmente dejará que salga impune de esto? —dijo.

      En aquel momento comprendí la expresión «salir echando humo». Eso fue exactamente lo que hicieron el señor Infante y Enrique: salieron echando humo.

      Era difícil leerle el pensamiento a mi padre. A veces tenía una cara de póquer asombrosa. Lástima que no le gustara el juego. Luego me miró. Supe que no estaba demasiado contento conmigo.

      —Te veré después de clase —dijo—. Quiero hablar de un par de cosas con el señor Cisneros.

      Más tarde, Sam me preguntó sobre qué creía que habrían hablado papá y el señor Cisneros. Le dije que no tenía ni idea.

      —¿Acaso no te interesa?

      —Supongo que no.

      —Pues a mí me interesaría. Tampoco es que aquella conversación no tuviera nada que ver contigo. ¿Por qué no quieres saberlo? —Cruzó los brazos. Sam acostumbraba a cruzar los brazos—. ¿A qué le tienes miedo?

      —No le tengo miedo a nada, pero hay ciertas cosas que no necesito saber.

      —¿Que no necesitas saber o que no quieres saber?

      —Elige la que quieras, Sammy.

      —A veces no te entiendo.

      —No hay mucho que entender —dije—. Y, además, eres tú la que necesita saber…, no yo.

      —No necesito saber —replicó.

      —Claro.

      —Por supuesto.

      Al cabo de un rato, Sam me envió un mensaje con otro de nuestros juegos, la Palabra del Día.

      Sam: PDD: intolerancia

      Yo: Buena. Empléala en una oración

      Sam: El señor Cisneros está a favor de la intolerancia

      Yo: Duro

      Sam: En absoluto. Por cierto, infante significa bebé

      Yo: