Marica. De nuevo, aquella palabra
Fito. Sam. Yo. Enviar mensajes
Oh, árbol de Navidad, oh, árbol de Navidad
Tierra. Bolsas de papel. Velas
Prólogo
Tengo un recuerdo que es casi como un sueño: las hojas amarillas de la morera de Mima descienden del cielo flotando como enormes copos de nieve. Brilla el sol de noviembre, sopla una brisa fresca y las sombras de la tarde bailan con una vitalidad difícil de entender para un niño. Mima canta algo en español. En ella viven más canciones que hojas en su árbol.
Está rastrillando las hojas caídas y juntándolas. Cuando acaba, se inclina y me ata los botones de la chaqueta. Luego contempla su pirámide de hojas y me mira a los ojos.
—¡Salta! —me dice.
Cojo carrerilla y salto sobre las hojas, que huelen a tierra húmeda.
Me paso la tarde sumergiéndome en las aguas de aquellas hojas.
Cuando me canso, Mima me coge de la mano. Antes de entrar en casa de nuevo, me detengo, recojo algunas hojas y se las entrego con mis manos de cinco años. Ella toma las frágiles hojas y las besa.
Está feliz.
¿Y yo? Jamás me he sentido tan feliz.
Guardo el recuerdo en algún rincón de mi interior…, donde está a salvo. Cuando lo necesito, lo saco y lo observo. Como si fuera una fotografía.
Primera parte
Tal vez haya tenido siempre una idea equivocada sobre quién soy realmente.
Empieza la vida
Negros nubarrones se cernían sobre el cielo, y se intuía la lluvia en el aire de la mañana. Al salir por la puerta principal, sentí la brisa fresca en el rostro. El verano había sido largo y perezoso, repleto de días secos y calurosos.
Esos días de verano habían acabado.
Primer día de instituto. Último curso. Siempre me había preguntado cómo se sentiría un estudiante de último curso. Y ahora estaba a punto de saberlo. Empezaba la vida. Eso decía Sam, mi mejor amiga. Ella lo sabía todo. Si tu mejor amiga lo sabe todo, te ahorras mucho trabajo. Si tienes alguna pregunta sobre lo que sea, basta con acudir a ella: sencillamente, te dará toda la información que necesites. Aunque eso no significa que la vida sea pura información.
Sam era extraordinariamente lista. Y sabía muchísimas cosas. Montones y montones de cosas. También sentía las cosas. Cielos, qué manera de sentir. A veces me parecía que ella pensaba, sentía y vivía por los dos.
Sam sabía quién era Sam.
Yo, en cambio… No siempre estaba seguro. Sí, a veces Sam era una exhibicionista emocional con altibajos permanentes. Podía ser un huracán, pero también una vela suave que iluminaba una habitación oscura. Es cierto que me volvía un poco loco. Todo aquello —sus problemas emocionales, sus estados de ánimo siempre variables y sus tonos de voz— le daba una increíble vitalidad.
Yo era diferente. Me gustaba la tranquilidad. Supongo que por una ilusión de control. Sin embargo, a veces sentía que no estaba viviendo realmente. Quizá necesitara a Sam porque me hacía sentir más vivo. Quizá no fuera algo lógico, pero a lo mejor eso que llamamos lógica está sobrevalorado.
La cuestión es que el primer día de clase, supuestamente el principio de nuestras vidas, hablaba conmigo mismo de camino a casa de Sam. Íbamos juntos al instituto