Tal es el nudo de la dificultad. Nos hallamos ante un verdadero problema exegético, que los antiguos autores cristianos se esforzaron ya en resolver, pues turbaba la fe de muchos fieles y daba pie a las diatribas de los enemigos del Evangelio. Desde el siglo II hasta nuestros días ha servido de tema a gran número de trabajos. Las varias tentativas que se han hecho para conciliar las divergencias, si bien no han llegado a engendrar una convicción (absoluta), bastan, sin embargo, para demostrar que no es imposible la conciliación. Si conociésemos todos los hechos podríamos darnos cuenta de que las dos listas están concordes entre sí. Ninguna de ellas presenta dificultades que ulteriores conocimientos no puedan resolver.
Nos limitaremos a exponer las dos principales soluciones ideadas por los exegetas para armonizar la genealogía de San Mateo con la de San Lucas.
1.o Las dos genealogías se refieren a San José. Si presentan considerables diferencias entre David y el padre putativo de Jesús, ello es debido a que, durante este intervalo, la ley del levirato, como la llamaban los judíos, se aplicó en dos ocasiones. En virtud de esta ley, cuando un israelita, después de haber estado casado, moría sin dejar posteridad, su hermano o su pariente más próximo debía casarse con la viuda, si ella estaba todavía en edad de poder ser madre. El primer hijo varón nacido de estas segundas nupcias considerábase como hijo del difunto marido y era su heredero legal[61]. Se supone, pues, que Jacob, penúltimo miembro de la lista de San Mateo, y Helí, penúltimo miembro de la de San Lucas, eran hermanos uterinos, es decir, hijos de la misma madre, pero de padres distintos (Mathan por un lado, Mathat por otro). Helí habría muerto sin hijos, y entonces Jacob se habría casado con su viuda y engendrado de ella al futuro esposo de María. La misma hipótesis puede hacerse a propósito de Jeconías (padre real) y de Nerí, su hermano uterino (padre legal), y de su hijo Salathiel. Esto supuesto, compréndese que las dos genealogías sean enteramente distintas, pues una de ellas, la de San Mateo, menciona los padres propiamente dichos, mientras la otra, la de San Lucas, cita los padres legales. El que la ley del levirato se aplicase por dos veces en una misma familia, durante un período de mil años, no es ciertamente inverosímil.
Esta teoría fue ya propuesta a principios del siglo III por Julio Africano en una carta, de la que Eusebio de Cesarea nos ha conservado parte considerable[62]. No la propuso sino a título de hipótesis; pero esta hipótesis pareció tan razonable que en sustancia fue aceptada, hasta fines del siglo XVI, por la mayoría de los Padres y comentaristas.
2.o Por esta época, Annio de Viterbo propuso otra opinión, que no tardó en generalizarse. Aun dándonos la verdadera genealogía de Jesús los dos escritores sagrados, dice esta nueva explicación, se colocaron en distinto punto de vista. El primer Evangelio enumera los antepasados de José; el tercero, los de María. Por consiguiente, en la primera línea tendríamos la genealogía legal del Salvador; en la segunda, su genealogía natural y real. Esta opinión se funda en las siguientes razones: a) Si las dos listas se refieren a José, es decir, a su padre putativo, Jesús no habría sido heredero de David sino por adopción, o, en otros términos, por una ficción legal. b) En todo su relato de la Infancia del Salvador, San Lucas coloca siempre a San José en segundo término y María es para él constantemente el personaje principal, y, cosa harto significativa, desde el principio de su enumeración contrapone expresamente la realidad histórica a la opinión popular: «Jesús era, según la creencia común, hijo de José.» ¿No parecería contradecirse a sí mismo si, inmediatamente después de esta reflexión, identificase a los antepasados de Jesús con los de José? c) La serie legal de los antepasados del Cristo, tal como nos la ha transmitido San Mateo, era tal vez suficiente para sus lectores judíos; pero los lectores de origen gentil de San Lucas quizás no se conformaron con eso y exigían la prueba de una descendencia real. Ahora bien: únicamente la genealogía de Jesús por su madre contenía esta demostración de una manera concluyente. d) El texto mismo parece favorecer la teoría de Annio de Viterbo. Mientras que todos los otros nombres propios de la lista de San Lucas están precedidos del artículo en el texto original, el de San José carece de él, como si deliberadamente se le hubiera querido excluir. No pocos intérpretes lo aíslan aún más de los otros miembros de la genealogía, poniendo entre paréntesis las palabras «mientras que se le creía hijo de José», y refiriendo a Jesús todos los genitivos que siguen: «Siendo (en realidad) hijo de... Helí, de Mathat, de Leví, de Melchi...» Helí habría sido, pues, padre de María, abuelo de Jesús y suegro de José. Los comentadores que rehúsan acudir a este expediente, visiblemente forzado, y que traducen, conforme al sentido natural de la frase: «Jesús era, según la opinión común, hijo de José, hijo de Helí, hijo de Mathat...», hacen observar que la palabra «hijo», que al referirse a Adán al final de la enumeración designa una filiación impropiamente dicha, se puede emplear muy bien en sentido figurado para indicar entre Helí y José las relaciones de yerno y suegro, respectivamente.
Si pudiese demostrarse plenamente la verdad de este segundo sistema, el problema genealógico del Cristo quedaría resuelto de manera sencillísima. Por eso, sin duda, halló muy pronto tantos defensores. Por desgracia, parece flaquear por su base, pues nada indica en el relato de San Lucas que haya querido darnos la genealogía de María. Y hasta si se toman sus expresiones a la letra, casi no es posible, en buena y leal exégesis, dejar de ver que también él ordenó la genealogía de Jesús por la línea de su padre adoptivo; que no sin motivo los Santos Padres y tantos otros intérpretes competentes han visto en el tercer Evangelio, lo mismo que en el primero, la lista de los antepasados de José. Añadamos, por fin, que Julio Africano, espíritu crítico, logró informarse acerca de la genealogía de Nuestro Señor por medio de algunos miembros sobrevivientes de su familia, los desposyni (domésticos), como por entonces se los llamaba, los cuales ni soñaron siquiera con atribuir a María la lista de antepasados transmitida por San Lucas.
Lo que nosotros, los occidentales, hallamos más embarazoso y difícil de comprender en esa opinión que refiere a San José las dos genealogías, es que no nos dé la descendencia davídica de Jesús sino por un vínculo de la filiación legal, que nos parece un tanto artificioso. Pero, en opinión de los judíos, una filiación legal «apenas si tenía menos valor que una filiación real», pues «confiere los mismos derechos». Poco importa, pues, que Jesús no haya sido más que hijo adoptivo de José. Éste, al reconocerle como suyo, le transfería todos sus derechos a la sucesión real de David. Tan admitido era entonces este principio que ningún juez israelita hubiera negado a Jesús la legitimidad de sus títulos. No sin razón, al concluir su cuadro genealógico, recuerda San Mateo que José era «esposo de María», pues de esta manera el Hijo de la Virgen-Madre venía a ser heredero de su padre legal.
Por lo demás, todo se explica y se concierta en gran parte, recordando que, según antigua y constante tradición, María misma pertenecía, y muy de acerca, a la regia estirpe de David; por donde los derechos legales de Jesús al trono de sus mayores quedaban corroborados por los que le daban el nacimiento y la sangre.
Así, pues, la doble genealogía del Salvador, tal como nos la han transmitido San Mateo y San Lucas, contiene ciertos elementos que, por falta de datos indispensables para esclarecerlos por completo, permanecerán probablemente siempre un tanto misteriosos e indecisos. Pero podemos estar ciertos de que ambas listas corresponden a fundadas tradiciones de familia y a fieles documentos. En todo caso, el Evangelio dice la verdad. Así, lejos de desconfiar de los escritores sagrados que nos han conservado estos preciosos cuadros genealógicos, debémosles reconocimiento.
[1] Gn 17, 12; Lev 12, 3.
[2] Es el nombre hebreo de «circuncisor».
[3] Gn 17, 5; 21, 3-4.