Vida de Jesucristo. Louis Claude Fillion. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Louis Claude Fillion
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788432151941
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gruta. Así se infiere del capítulo LXXVIII del diálogo de San Justino con Trifón entre los años 155 y 160, y del capítulo XVIII del Protoevangelio de Santiago —hacia el 150—. Por ser San Justino oriundo de Palestina, su aserción tiene valor extraordinario. También Orígenes menciona esta gruta bendita, como bien conocida en su tiempo[40]. El erudito Eusebio de Cesarea la recuerda asimismo[41]. San Jerónimo tuvo por gran dicha el pasar los últimos años de su vida en otra gruta cercana. Tanto en los aledaños de Belén como en toda la región abundan las cavernas naturales formadas en la gruesa capa calcárea que constituye el suelo. «En Judea las grutas son el albergue preferido para el ganado». Tradición que a tal antigüedad se remonta y que está confirmada por las costumbres del país, tiene buen derecho a nuestro respeto. Todavía hoy una gruta, coronada por una basílica que hizo construir Santa Helena entre los años 327 y 333, y que varias veces ha sido restaurada, recibe la veneración de los peregrinos cristianos, que en ella ven el lugar que fue consagrado por el nacimiento del Redentor. Esta pequeña cripta, desde hace mucho tiempo transformada en santuario, tiene unos doce metros de largo, por cinco de ancho y tres de alto. Las paredes de la roca están revestidas de mármoles preciosos. Delante del altar, sobre una losa blanca, adornada con una estrella de plata, se leen, escritas en latín, estás palabras tan sencillas como la narración de San Lucas: Aquí nació Jesucristo de la Virgen María. ¡Dichosos quienes pueden ir a arrodillarse a aquel lugar!

      ¿Cuál fue el año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo? Hecho en verdad extraño: no es posible hoy determinar con certeza esta fecha capital, que desde hace largo tiempo es objeto de discusiones y cálculos sin fin. Hasta Dionisio el Exiguo, clérigo romano, que vivió a mediados del siglo VI, se habían contado los años eclesiásticos según la Era de Diocleciano, llamada también «Era de los Mártires». Pero Dionisio el Exiguo tuvo la feliz idea de verificar de un modo nuevo la célebre expresión de San Pablo, que considera a Jesús como centro de todos los tiempos, plenitudo témporum, y de referir al nacimiento del Salvador la cronología pasada, presente y futura. Desgraciadamente, por efecto de cálculos defectuosos, esta cronología fue falseada desde su punto de partida, que Dionisio fijó, con un retraso por lo menos de cuatro años, en el 754 de la fundación de Roma.

      Mientras María y José, inaugurando en la pobre gruta nuestras devociones católicas a la Santa Infancia de Jesús, estaban prosternados amorosamente al lado del pesebre, nadie sospechaba en Belén que acababa de realizarse el mayor acontecimiento que registra la historia del linaje humano. Sin embargo, no quiso Dios que su Cristo permaneciese entonces sin más testigos ni adoradores que su madre y su padre adoptivo. Los primeros a quienes les plugo llamar pertenecían a la nación teocrática, para quien ante todo había nacido el Mesías, según repiten a menudo los escritores sagrados. Pero no fueron elegidos entre los grandes de Israel, ni entre los sacerdotes y los sabios, menos aún entre los orgullosos fariseos. No eran más que humildes pastores, aunque llenos de fe y pertenecientes, sin duda, a aquella porción escogida del judaísmo, cuyos ardientes anhelos de la venida del Redentor hemos descrito más arriba. De esta manera sus piadosos homenajes estarán más en armonía con las humillaciones del Niño Dios.