Vida de Jesucristo. Louis Claude Fillion. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Louis Claude Fillion
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788432151941
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a Dios en las alturas

      Y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!

      Difundida por los aires su melodiosa sinfonía, tornáronse los ángeles al cielo, tan repentinamente como habían descendido; pero las palabras del principal de ellos habían penetrado hasta lo más profundo del alma de los pastores, que, llenos de fe y dóciles a la gracia, se animaron mutuamente a ir sin tardanza a ofrecer sus homenajes al Mesías recién nacido. «Vayamos a Belén —se decían— para ver esto que ha sucedido y que el Señor nos ha manifestado.» Con apresuramiento y emoción fáciles de adivinar, anduvieron la distancia que les separaba de la aldea. Después de breves indagaciones, pronto coronadas por el buen éxito, hallaron el establo, y en aquel mísero albergue, a María, a José y al Niño, reclinado Éste en el pesebre, conforme a lo que el ángel les había anunciado.

      Siempre admirable por la sencillez con que cuenta las cosas más altas, San Lucas se contenta de nuevo con este ligero esbozo. Sin embargo, acaba su narración del nacimiento de Cristo recordando las impresiones de tres categorías de personas. Los pastores, hondamente conmovidos por lo que habían visto y escuchado, se volvieron «glorificando y alabando a Dios», cuya grandeza y bondad no se cansaban de pregonar, pues estos dos atributos se habían manifestado principalmente en los misterios de la Natividad. Y cuando más tarde regresaron a su aldea no dejaron de contar al humilde círculo de sus amigos y allegados las maravillas de que acababan de ser testigos. Así vinieron a ser los primeros predicadores de la buena nueva. De creer es que sus oyentes admiraron también los misteriosos caminos del Señor. Por ventura, algunos de ellos creyeron y fueron a su vez a ofrecer sus homenajes al Divino Niño. No obstante, todo inclina a sospechar que éstos fueron los menos, pues parece que pronto se borró de Belén el recuerdo de Jesús, como se borró más tarde en Jerusalén, a pesar de los acontecimientos extraordinarios que acompañaron a la presentación del Salvador en el Templo. Por lo demás, el texto mismo de San Lucas parece insinuar que su admiración no pasó más allá de una fugaz impresión, que contrasta con la hondísima que experimentó María.

      En unas cuantas palabras traza el evangelista un delicioso retrato del alma contemplativa de la Santísima Virgen y de su corazón de clara y profunda mirada. Gracias a él, podemos formarnos alguna idea del íntimo trabajo que por entonces se realizaba en el espíritu de la madre de Cristo. Ella reunía y agrupaba, para confiarlas a su memoria, «todas estas cosas», es decir, todos los hechos que veía, todas las palabras que oía respecto a su Jesús, y después las comparaba y combinaba unas con otras para darse más exacta cuenta del plan divino. Trazaba, pues, por decirlo así, la filosofía de la historia del Niño. Serena y recogida en medio de tantas maravillas, a todo prestaba atención y con los recuerdos maternales iba allegando un rico tesoro, que más tarde comunicaría a los apóstoles y más o menos directamente al mismo evangelista. Pero junto a la cuna guardaba silencio, por más que bien pudiera contar muchos prodigios. Como dijo San Ambrosio con exquisita delicadeza, «su boca era tan casta como su corazón».

      Al ser circuncidado Nuestro Señor recibió oficialmente el nombre de Jesús o de «Salvador», conforme había sido indicado, primero a María por el ángel Gabriel, el día de su anunciación, y después a José, en un sueño milagroso. ¡Cuán plenamente realizó durante toda su vida el sentido de ese nombre!

      Esto mismo enseñan indirectamente los Evangelios en varios lugares, cuando dicen que Jesús, el Mesías-Rey, era descendiente y heredero de David. Desde su primera página atribuye San Mateo al Salvador el título de Hijo de David; después, coincidiendo con San Lucas, da la prueba de esta aserción al transcribir su genealogía oficial. Cuando el ángel anunció a María su milagrosa maternidad, díjole que el Señor Dios pondría en el trono de David al hijo que ella daría a luz, y que su reino no tendría fin. Durante toda la vida pública de Jesús se le atribuye con frecuencia el título de «Hijo de David» por las muchedumbres y por los individuos, por los pobres enfermos que imploran humildemente el beneficio de la salud y por la multitud entusiasta el día de su entrada triunfal en Jerusalén. A su vez, los apóstoles San Pedro, San Pablo y San Juan abiertamente entroncaron a Jesús, considerado como Mesías, con la estirpe real de David y de Judá.