Vida de Jesucristo. Louis Claude Fillion. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Louis Claude Fillion
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788432151941
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pertenecían a la estirpe real de David, experimentó al principio cierta inquietud, temeroso de encontrar en ellos competidores. Hizo, pues, que los condujeran a Roma; pero al ver en su presencia a unos hombres sencillos y modestos cuyas manos callosas revelaban hábitos de trabajo y de quienes evidentemente nada tenía que temer, quedaron desvanecidas sus sospechas.

      ¿Cuál era en la época de Nuestro Señor el significado exacto del título de «Hijo de David»? Directamente supone en quien lo ostenta la dignidad de rey y el ejercicio de las funciones reales. En ese sentido lo empleaban las turbas que, cuando Jesús entró triunfante en las calles de Jerusalén y en el Templo en calidad de Mesías, lanzaban aquellos jubilosos vivas «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito sea el rey que viene en nombre del Señor!». Pero, contrariamente a lo que anunciaban las falsas y hasta extravagantes ideas, que ya tuvimos ocasión de apuntar, la realeza de Cristo era ante todo espiritual y religiosa. Excluía las proezas militares y las ruidosas conquistas; enderezábase a procurar la paz en lo interior y en lo exterior. Con todo, suponía en el Mesías a un Salvador tan poderoso como compasivo, capaz de aliviar todos los dolores. Bien comprendieron este carácter del reino de Jesús las muchedumbres que se apretujaban a su paso, pues más de una vez los desgraciados imploraron su piedad, invocándole con el título de «Hijo de David». Así es que, habiendo realizado Jesús una curación milagrosa, los que de ella fueron testigos se preguntaban unos a otros: «¿Por ventura no es éste el Hijo de David?»

      La atenta lectura de la lista de San Mateo sugiere varias reflexiones interesantes. Va precedida de un título que anuncia claramente cuál era el designio del escritor sagrado al ponerla ante la vista de los judíos, a quien iba dirigida. Con Abraham había Dios contraído la alianza teocrática, por virtud de la cual fueron los hebreos su pueblo privilegiado; con David se concretó aún más la promesa, anunciando que el Mesías había de pertenecer a la familia de este príncipe. Estos dos nombres resumían, pues, la historia religiosa de Israel, que había de desembocar en Cristo, Hijo de Abraham e Hijo de David. Quiso demostrar San Mateo, por medio de este documento oficial, que Jesús llenaba la condición esencial de que antes hemos hablado. Así quedaba comprobado que el Hijo de María, descendiente de David, según la carne, tenía innegables derechos al trono de su antepasado, de quien era legítimo heredero.

      Al terminar la enumeración de los antepasados de Jesús, el Evangelio mismo la divide en tres partes, que corresponden a tres períodos de los anales israelíticos. El primero se extiende desde Abraham, fundador de la nación teocrática, hasta David, fundador de la dinastía real: es el período de la preparación a la realeza. El segundo desde Salomón hasta Jeconías, es decir, hasta el principio de la cautividad de Babilonia: es el período real, inaugurado gloriosamente; pero que desde el reinado de Roboam, sucesor de Salomón, fue testigo del lamentable cisma que dividió y debilitó a la nación y que, a vuelta de algunos transitorios conatos de resurgimiento, vino a terminar, de caída en caída y de prevaricación en prevaricación, con el derrumbamiento del trono y del Estado. El tercer período comienza en el destierro: al exterior es un período de profunda y dolorosa decadencia; pero poco a poco abre camino a la resurrección moral de Isabel y conduce al Mesías, a Jesús. Repasando esta larga lista de San Mateo —y dígase otro tanto de la genealogía que luego vamos a leer de San Lucas—, obsérvase que en los antepasados de Cristo hallamos idénticas vicisitudes que en las demás familias humanas. En ella damos con hombres de todas clases: pastores, héroes, reyes, poetas, santos, grandes pensadores. La duración que representan estos períodos es, en números redondos, de 1.100 años para la primera, de 400 para la segunda y de 600 para la tercera; en conjunto unos 2.130 años.

      Al resumir en breve síntesis su cuadro genealógico, dice San Mateo que cada uno de los grupos que acaba de enumerar contiene catorce generaciones. Y, sin embargo, en su forma actual, que no ha debido de sufrir alteraciones, el tercer grupo no contiene más que trece. Se ha recurrido a varios expedientes para que el cálculo resulte exacto. El más obvio parece contar dos veces al rey Jeconías, como lo hace el evangelista; primero, al fin del segundo grupo, y después al comienzo del tercero.

      Por lo demás, confrontando la lista de San Mateo con los datos his- tóricos que nos han transmitido los libros de los Reyes y de los Paralipómenos (Crónicas), no tardaremos en advertir que este modo de agrupar y coordinar los nombres de los antepasados de Jesús, sin dejar de ser verídico, es artificioso. En efecto, durante el segundo período, entre Jorán y Ocías, el evangelista, o el documento de que se sirvió, ha suprimido tres reyes de Judá: Ococías, Joas y Amasías. Gustaban los judíos de dividir sus genalogías en grupos más o menos ficticios, conforme a cifras místicas fijadas de antemano. Para reducir las generaciones a esas cifras, repetían u omitían algunos nombres, como aquí mismo lo vemos. Así, Filón divide las generaciones que separan a Adán de Moisés en dos décadas, a las que después añade una serie de siete miembros; mas para obtener este resultado le fue preciso contar dos veces al patriarca Abraham. Por el contrario, un poeta samaritano divide la misma serie de generaciones en dos décadas tan sólo, pero sacrificando seis nombres de los menos importantes. Aunque en la lista de San Mateo la palabra «engendrar» debe entenderse de una generación propiamente dicha, no siempre denota una generación inmediata.

      La mención de cuatro nombres de mujeres en medio de patriarcas, de reyes y de príncipes reales causa doble sorpresa: primeramente, porque los judíos no solían incluir nombres de mujeres en sus árboles genealógicos, y en segundo lugar, porque la vida de las que aquí se citan no careció de manchas. Tamar fue culpable de incesto; Rahab era de raza cananea y había vivido en la inmoralidad; Ruth, con poseer méritos reales, era también de origen pagano; Bersabé incurrió en adulterio. ¡Qué contraste con la madre inmaculada de Cristo, cuyo nombre cierra la genealogía! Probable es que dichas mujeres alcanzasen mención especial en esta genealogía porque unas y otras vinieron a ser ascendientes del Mesías por caminos extraordinarios y providenciales...

      La genealogía según San Lucas tiene también algunos rasgos característicos. Su forma es de gran sencillez. En lugar de agrupar sistemáticamente por períodos los nombres de los antepasados de Cristo, se contenta con enumerarlos uno tras otro, según el orden de generación. En tanto que San Mateo incluye acá y acullá breves reflexiones a propósito de algunos personajes, San Lucas se contenta con su papel de cronista, sin romper la monotonía de su larga enumeración. En vez de seguir la serie descendente de los antepasados, lo cual sería más conforme al orden natural, que es también el de los estados civiles, remonta el curso de las generaciones, ascendiendo desde Jesús a David, a Abraham, etc. Hecho aún más extraño es que no da por terminada su lista en Abraham, sino que pasando por los patriarcas, tanto posteriores como anteriores al diluvio, la prolonga hasta Adán y hasta el mismísimo Dios. Hubiérale bastado al autor del primer Evangelio con incorporar al Hijo de María a la descendencia de David y del padre de los creyentes; pero San Lucas tenía un plan más vasto, y conforme a él quiso mostrar a sus lectores que el Redentor, que había traído la salvación a todos los hombres sin excepción, estaba ligado por su nacimiento al padre del género humano, y, por consiguiente, a la humanidad entera. Su enumeración, al parecer, no omite a ninguno de los antepasados de Jesús. Aunque él no haya establecido división alguna en su tabla genealógica, se la puede dividir muy naturalmente en cuatro secciones, que abarcan desde Adán a Abraham (21 nombres), de Isaac a David (14 nombres), de Nathán a Salathiel (21 nombres), de Zorobabel a Jesús (21 nombres); en total, 765 nombres, según la lección más autorizada del texto griego.

      Las divergencias que hasta aquí hemos señalado entre las dos genealogías atañen solamente a la forma extensa y se explican sin dificultad. Pero hay otras que, a primera vista, alcanzan al fondo mismo hasta crear entre ambos documentos verdadera contradicción. He aquí los hechos: a pesar de que los dos evangelistas