Vida de Jesucristo. Louis Claude Fillion. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Louis Claude Fillion
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788432151941
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etc., no desmienten su origen arameo, antes bien, ponen de manifiesto cuál era la lengua que se hablaba en Palestina cuando se publicaron los libros donde se insertaron.

      En los distritos de Palestina donde residía una población pagana más o menos numerosa, sobre todo en algunos puntos de Galilea, la lengua de los extranjeros era el griego, y algunos judíos lo hablaban también corrientemente. Pero éste era caso excepcional, que los rabinos censuraban muy severamente. No cabe, pues, dudar, a pesar de algunas aserciones en contrario, que al arameo corresponde el grande honor de haber sido la lengua que Jesús niño balbució al hablar con su madre y con su padre adoptivo, la lengua en que hacía sus inefables oraciones, la lengua, en fin, en que predicó el Evangelio y pronunció sus admirables discursos.

      La importancia de este asunto exige que se lo estudie con particular interés. Gracias a los Evangelios y a los demás libros del Nuevo Testamento, gracias también a los escritos rabínicos y a los del historiador Josefo, es relativamente fácil nuestra tarea de reconstitución de aquella época.

      Hablaremos en primer lugar del culto propiamente dicho, reuniendo en tres puntos principales —local, personal y ceremonial— los pormenores que más útiles nos parezcan.

      Todo este conjunto de patios y edificios es designado de ordinario en los Evangelios con la palabra griega hierón (ἱερόν), mientras que naós (ναός) casi siempre indica el santuario propiamente dicho.

      Acabamos de hablar de las terrazas escalonadas. Eran en número de tres. La más baja, que al mismo tiempo era la más espaciosa, ocupaba todo el sitio llamado hoy Haram-es-Serif, «el recinto sagrado», que contiene la mezquita de Omar, la de el-Aksa y los patios circundantes. Para construirlo fue preciso, con grandes expensas de tiempo y de dinero, nivelar el suelo y levantar después en la parte meridional inmensas arcadas subterráneas, cimentadas en sólidas columnas. Alrededor de este cuadrilátero se levantaba un muro, que, al decir de Josefo, medía dos estadios de longitud y uno de anchura. Comunicaba con la ciudad por varias puertas, siendo las principales las que miraban al Oeste. Había también dos al Sur, una al Norte y otra al Este. Una de las cuatro puertas occidentales se abría sobre un puente, cuyo arranque se ve todavía en el ángulo Sudoeste, y que franqueaba el valle de Tiropeón, actualmente obstruido en gran parte.

      Según ya indica el nombre, el atrio de los gentiles era accesible aun para los paganos. Rodeaba por todas partes al naós, pero en proporciones muy desiguales. Por el Este, y sobre todo por el Sur, tenía mayores dimensiones. A lo largo del muro del recinto se extendían espléndidas galerías, cubiertas de madera de cedro y adornadas, al Este, Norte y Oeste, por dos hileras de columnas monolíticas de mármol blanco. La galería del Sur, llamada pórtico de Salomón, tenía cuatro hileras. Todo el atrio estaba pavimentado con losas de diferentes colores. En el ángulo noroeste se elevaba la enorme ciudadela llamada entonces Antonia. Había sido construida por los príncipes asmoneos. Una escalera la ponía en comunicación con el patio de los gentiles.

      El Atrio de Israel era relativamente estrecho, pues su anchura apenas pasaba de 11 codos; pero parece que daba la vuelta en derredor de la terraza superior, sobre la cual estaba el santuario. Todos los israelitas podían entrar allí. Más allá de aquel espacio, y rodeado por él, se hallaba el atrio reservado a los sacerdotes y levitas, en cuyo centro estaba erigido el enorme altar de los holocaustos, destinado a recibir y consumir las carnes de las víctimas que diariamente se inmolaban.

      El santuario propiamente dicho, o naós, ocupaba, según parece, el ámbito de la actual mezquita de Omar. Del atrio de los sacerdotes se subía por una escalinata de 12 gradas hasta la explanada superior sobre la cual se levantaba. Sus dimensiones eran relativamente reducidas, pues no estaba destinado, como nuestras iglesias, a las asambleas religiosas ni a las grandes manifestaciones de culto. Ante todo representaba el palacio y, por consiguiente, la presencia del Dios de Israel en medio de su pueblo escogido. Al modo de los templos egipcios, estaba precedido de un pórtico muy alto y adornado con magnificencia, que