Vida de Jesucristo. Louis Claude Fillion. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Louis Claude Fillion
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788432151941
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es también. Tengo mi ocupación en la ciudad, y él en el campo. Voy de madrugada a mi trabajo, y él al suyo. Así como él no se enorgullece de su obra, tampoco yo me envanezco de la mía. Y si te viniese a la mente este pensamiento: “Yo hago grandes cosas y él pequeñas”, no dejes de recordar que un trabajo fiel, lo mismo cuando produce grandes cosas como cuando las hace mediocres, conduce al mismo fin»[34].

      Los textos que acabamos de citar hacen referencia a los trabajos manuales. Por escritos contemporáneos sabemos que generalmente gozaba de mucha estima el trabajo manual entre los compatriotas del Salvador. Ya los Evangelios y los otros escritos del Nuevo Testamento nos dan alguna idea de la actividad de los artesanos de Palestina en aquella época. En efecto, nos presentan algunos obreros entregados a sus ocupaciones: pescadores (Mt 4, 18-19; Jn 21, 3-4), albañiles (Mt 21, 42), canteros (Lc 23, 53), tejedores (Jn 29, 29), bataneros (Mc 9, 3), sastres (Mc 2, 21), fabricantes de tela para tiendas de campaña (Act 28, 3), carpinteros (Mc 6, 3), viñadores (Mt 20, 1-4).

      Mas para conocer a fondo la vida de los judíos en este aspecto en el primer siglo de nuestra Era hay que recurrir al Talmud. Unas veces oímos la voz de los principales doctores, que recomiendan el trabajo manual en términos generales, por motivos naturales o sobrenaturales: «el trabajo reanima a su dueño», es decir, a quien se entrega a él; «que el hombre acepte un trabajo que repugna, si con él puede prescindir del auxilio ajeno»; «el trabajo es precioso a los ojos de Dios». Otras veces apremia a los padres a que hagan aprender a sus hijos un oficio: «Quien no enseña a su hijo algún oficio, lo hace ladrón de caminos.» Otras, al lado del obrero, presenta, por asociación de ideas que no carecían de gracia, a la compañera de su vida orgullosa de la ocupación de su marido: «Aunque un hombre no sea más que cardador de lana, su mujer le llama al umbral de la puerta y se sienta a su lado.» Más todavía, pues los hechos tienen mayor fuerza que las palabras: una ley determina cuáles eran los personajes distinguidos, bien por su posición, bien por su ciencia, a quienes era preciso saludar cuando pasaban por las calles; los artesanos que estaban trabajando eran los únicos dispensados de esta formalidad, pues una cláusula especial les autorizaba a permanecer sentados y proseguir su obra, aunque alguno de tales hombres honorables pasara por delante de ellos.

      En el largo reinado de Herodes los obreros judíos no fueron al principio muy felices, a causa de las turbulencias políticas que por tanto tiempo agitaron al país. Para muchos hubo después días prósperos, sobre todo durante la reconstrucción del Templo. Cerca de 20.000 artesanos, pagados con largueza, fueron empleados en aquella grande obra. Además de los arquitectos, canteros, albañiles y carpinteros, se dio ocupación a otra mucha gente, entre doradores y plateros, escultores, bordadores y tejedores, encargados de adornar, cada cual según su especialidad, las diferentes partes del magnífico edificio.

      En todos los países el comercio, tanto interior como exterior, y otras muchas razones obligan a viajar, y para esto se exige, si se ha de hacer con alguna comodidad, que haya buenas vías de comunicación. En la época a que nos referimos poseía Palestina, gracias a los Herodes y a los romanos, un sistema de caminos bien combinado. Por los escritos de Josefo y otros documentos antiguos conocemos las principales de estas arterias, que unían entre sí no solamente las mayores ciudades del país, sino también la Palestina con las regiones limítrofes. Con los datos recogidos en los geógrafos e historiadores de este período, el sabio palestinólogo Reland —muerto en 1718— compuso un mapa todo surcado de caminos. Los principales iban: 1) de Jerusalén a Belén y a Hebrón, al Sur; a Gaza, al Sudoeste; a Jaffa, al Oeste; a Jericó y al Jordán, al Este, y de allí a Perea; a Samaria y Galilea, al Norte; 2) de Egipto, a lo largo de la planicie marítima, hasta Ptolemaida, y de allá por la llanura de Esdrelón, al Jordán, al lago de Tiberíades, después a Damasco, ganando la meseta de Basán; ésta era la más antigua de las vías de Palestina; 3) de Cesarea de Filipo, por Mageddo, a Scythópolis. De las líneas principales salían otras secundarias en todas direcciones. Algunos de estos caminos eran vías militares, que los romanos conservaban con esmero, y otras eran rutas comerciales o de simple comunicación. Se comprende que las vías que conducían derechamente a Jerusalén fuesen las más frecuentadas.