Rompamos el silencio. María Elena Mamarian. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: María Elena Mamarian
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789871355976
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a los hijos, que viven en el mismo clima de tensión y expectativa ansiosa. A veces, el carácter impredecible del próximo suceso violento se vuelve tan intolerable que madre o hijos pueden llegar a hacer algo que provoque, al fin, la violencia del hombre, para sentirse aliviados una vez pasada la tormenta. Esto refuerza, por otra parte, la hipótesis de la provocación y la culpa consecuente. ¡Algo se hizo para que el hombre actúe abusivamente!

      Fase de agresión o descarga violenta: La tensión que se vino acumulando en la fase previa se descarga ahora en forma de insultos groseros, humillaciones, destrucción de objetos valiosos para la víctima (agendas, regalos recibidos, pertenencias, fotos, documentos), golpes, empujones, violación sexual, o cualquier otra forma de violencia. El desencadenante es intrascendente y no tiene una razón justificada, aunque el agresor aludirá a una «causa justa» (una demora en llegar a casa por parte de ella, el que la comida no estuviera a tiempo, la manera en la que ella lo miró, algo que ella haya pedido, etc.). Generalmente la verdadera causa está en que el agresor no puede manejar la frustración que experimenta en otros terrenos –por ejemplo, una dificultad laboral o el sentirse mal consigo mismo–, por lo que intenta obtener su «equilibrio» a través de la humillación y el sometimiento de la pareja. Desplaza sus tensiones de una manera inapropiada, descontrolada y violenta. Muchas veces la frustración del hombre proviene de sus celos enfermizos, a partir de «armar una película en su cabeza» donde ella supuestamente no lo ama lo suficiente o no lo considera de la manera que él supone ella debe hacerlo. Son sus propios celos, basados en su inseguridad y desconfianza, el motor de lo que siente como si proviniera de ella. Además, imagina que tiene toda la razón del mundo para castigarla porque ella lo ha provocado. El justificativo «provocación» termina siendo aceptado también por la víctima, que tratará de amoldar sus palabras, actitudes y conducta para evitar la próxima agresión. De hecho, personas ajenas al problema, que incluso no conozcan la problemática de la violencia familiar, probablemente le pregunten: «¿Qué hiciste para que él se ponga así?». Con ello refuerzan el sometimiento que lleva a un mayor maltrato. Con el tiempo, resulta claro que nada de lo que haga –o no– evitará el maltrato, con lo cual la hipótesis de la provocación queda descartada. En esta etapa muchas mujeres golpeadas deciden pedir ayuda si es que la vergüenza a admitir lo que les sucede, la culpa falsa que sienten por haber provocado la situación, o la depresión y la falta de fuerzas que sobrevienen a consecuencia del maltrato no les impide concretarlo. Si finalmente deciden pedir ayuda (hacer la denuncia policial, contarle al pastor lo sucedido, consultar en un centro especializado, a un psicólogo o a un abogado, etc.), muchas veces desmienten lo sucedido al pasar a la próxima etapa.

      Fase de arrepentimiento y luna de miel: Una vez conseguida la descarga necesaria y la humillación de la víctima, el agresor suele «arrepentirse» de lo que hizo. A veces, en vista de los daños ocasionados, pide perdón por lo que sucedió alegando que no pudo controlarse, pero deslizando que no hubiera actuado así si la víctima se hubiera comportado de tal o cual manera. Nuevamente, vuelve a justificar su conducta. Asimismo, el agresor promete que no lo hará nunca más, que pedirá ayuda, que accederá a lo que ella pide, etc. El «arrepentimiento» del agresor en esta fase tiene más que ver con evitar las consecuencias no deseadas por él –por ejemplo: que la víctima decida contar lo sucedido, se vaya de la casa, amenace con romper el vínculo, etc.– que con una real toma de conciencia y un real arrepentimiento del daño producido por su conducta. El agresor suele usar todo tipo de armas (regalos, buenos tratos, mostrarse protector, arrepentido o seductor, etc.) como maniobras manipuladoras. El objetivo final es retener a la compañera, lo cual no deja de llamar la atención.

      ¿Por qué quiere quedarse con ella si es tan mala, ineficiente, desconsiderada, de tan poco valor, etc.? Hay hombres que pueden decir a otros cosas maravillosas de su mujer, pero por otro lado la denigran y no soportan que ella no actúe exactamente como ellos quieren. Estos hombres viven las diferencias normales entre las personas como amenazas a su propia autoestima e identidad masculina. No es amor lo que al victimario lo une a su pareja sino la necesidad de tener a alguien sobre quien «depositar» los aspectos no deseados de sí mismo y a quien someter a su poder. El vínculo se construye sobre una dependencia enfermiza, y no motivado por el amor y el respeto. Por su parte, la víctima también tiene una profunda necesidad de ser amada y de disfrutar de un tiempo de tranquilidad. Por eso suele aferrarse a las promesas de cambio, a pesar de que con anterioridad muchas veces haya experimentado alivio en esta etapa para luego pasar, con frecuencia variable, nuevamente a la fase de acumulación de tensión y posterior descarga violenta. Es como si olvidara lo que sucedió otras veces, pensando que esta vez sí, el arrepentimiento es sincero. Entonces, se atribuye nuevamente la culpa por haber provocado malestar en su pareja, soliendo arrepentirse de los cambios que había decidido hacer (denuncia policial, recurrir a centros especializados o al psicólogo, etc.). Es posible que el intento de salir del circuito de la violencia se produzca varias veces hasta que la ruptura sea definitiva. Cuando la violencia es grave y estas etapas se recorren cada vez en menos tiempo –o incluso la tercera ya no se produce– es posible que la mujer pida ayuda y se mantenga finalmente en esa posición. Esto último también puede suceder cuando la violencia llega a los hijos.

      Es muy importante señalar que, de no mediar intervenciones específicas y adecuadas para interrumpir su curso, la violencia en la familia continuará en aumento progresivo. Es así como, por ejemplo, si en una relación se producen agresiones verbales en el noviazgo y no se limitan, es previsible que las agresiones se vayan incrementando, pasando por el maltrato emocional, agresiones físicas leves, luego más graves, hasta llegar incluso al homicidio:

      Desde novios me ponía nervioso y la lastimaba verbalmente diciéndole barbaridades. Sólo después de un tiempo de casados volcaba mi frustración físicamente. Empecé a golpear y romper objetos hasta que empecé a golpearla a ella. La violencia física al principio era muy espaciada; rara vez la agredía físicamente. Pero después cada vez se hizo más frecuente. En el último tiempo, esto sucedía cada mes. (José, 47 años).

      Por eso es tan importante romper el círculo violento, haciendo saber lo que sucede en la intimidad del hogar a personas que puedan ayudar efectivamente en este sentido.

      Queremos resaltar, además, lo que ya hemos mencionado en la introducción, en el párrafo sobre mitos y verdades acerca de la violencia familiar. Nada justifica la conducta violenta. Caso contrario, todos podríamos dirimir nuestros conflictos y nuestras diferencias con otros de la misma manera.

      Desde que dejé de ir a verte, nada ha mejorado ni nada ha empeorado... o sí... Estoy mucho más controlado en mis reacciones, pienso mucho antes de contestar. Y también es cierto que en estos últimos 6 meses, reaccioné mal por lo menos 3 veces: una en mayo, a nuestro regreso de Brasil, la anterior, en Brasil precisamente, y la otra ya ni recuerdo, habrá sido en enero. Antes nuestros «desencuentros» se producían dos veces por semana. Ahora, bimestralmente. El último fue así... Yo volví del trabajo. Llegué a casa para estar un rato con Betty. Ella estaba tirada en la cama leyendo, con cara de traste (pero de traste feo, feo, feo). Traté de entablar conversación con ella. Me cuenta que estaba mal por lo que le había sucedido en su trabajo con su jefa. Pero yo también necesitaba que ella me recibiera bien, me contuviera, quisiera estar conmigo. Pero claro, yo no le importo lo suficiente. Ni sé cómo, empezamos a discutir. Ella se quiso ir, bajó las escaleras en este estado de calentura de los dos, y lo que simplemente hice fue tomarla con una mano de su mandíbula inferior y taparle la boca. Ella se exasperó, reaccionó para defenderse de mi agresión, me empujó y se puso a gritar e insultarme. Entonces se me «escaparon» dos o tres cachetadas, que según ella habían sido «trompadas». No recuerdo haberle pegado trompadas, y si lo hice fue en raras circunstancias. No tengo derecho a trompear a mi mujer ni tampoco de cachetearla. Totalmente claro. Tampoco ella tiene el derecho de transferir sus problemas laborales a nuestra casa. Me di cuenta que ahora ella reacciona de la misma manera en que reaccionaba yo. Me la agarraba con ella, la trataba mal, la ignoraba, la insultaba, y de última, la golpeaba. (Joaquín, 45 años).

      Sobre la salud de la persona maltratada se producen efectos indeseados de todo tipo. Recordemos que, en general, podemos decir que maltrato conyugal es cualquier forma de menoscabo a la integridad física, emocional, sexual, moral o patrimonial,