Rompamos el silencio. María Elena Mamarian. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: María Elena Mamarian
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789871355976
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medida que el abuso se repite y se prolonga en el tiempo, se va produciendo un gradual descenso de las defensas psíquicas y físicas. A nivel físico, se experimenta toda clase de disfuncionalidades: dolores de cabeza, cansancio, trastornos gástricos, estrés, trastornos del sueño y de la alimentación, enfermedades recurrentes y variadas de mayor o menor gravedad. Muchas veces la persona consulta en diferentes servicios médicos por sus dolencias, pero no cuenta que sufre violencia en el hogar porque probablemente no asocie el maltrato a sus problemas de salud. Incluso, al ser interrogada específicamente al respecto por algún profesional de la salud que presume la verdadera causa, es posible que la víctima niegue lo que sucede en la intimidad. También es posible que cambie de profesional si siente que la violencia familiar está a punto de ser descubierta. Temores, vergüenza, desconfianza, etc., son la causa más frecuente de esta actitud. No obstante, y debido a la creciente discusión abierta de estos temas en los medios de comunicación, algunas mujeres estarían dispuestas a admitir que sufren maltrato –y hasta se sentirían aliviadas de poder hacerlo– si se les preguntara en forma directa pero no acusatoria ni intimidatoria.

      Los efectos emocionales están siempre presentes, en cualquier forma de maltrato: baja autoestima, miedo, depresión y ansiedad suelen ser los más comunes. Las mujeres que viven maltrato conyugal se perciben a sí mismas como muy débiles frente a un poder del marido que sobreestiman; hasta pueden llegar a sentirse tontas o locas, confirmando lo que ellos mismos les dicen. Es muy frecuente que en la consulta expresen que no tienen claridad sobre lo que viven. Dudan de sí mismas y de sus percepciones, lo que las puede llevar a la idea de que están perdiendo la razón. También presentan irritabilidad, inestabilidad emocional, pérdida de la confianza en sí mismas, impotencia, desesperación, inquietud, profunda tristeza, culpa, vergüenza, desesperanza, sentimientos de desamparo, y hasta deseos intensos de morir, por suicidio o por algo externo a ellas. Este deseo de muerte aparece aun en las mujeres cristianas. Y no es porque les falte fe en Dios ni por fallas en su vida espiritual, sino por la pérdida de la esperanza de hallar una solución al sufrimiento, aumentado también por el aislamiento y la soledad en que viven la situación.

      Para muchas mujeres, sin embargo, los efectos psicológicos del abuso son más debilitantes que los efectos físicos. Miedo, ansiedad, fatiga, desórdenes de estrés postraumático y desórdenes del sueño y la alimentación constituyen reacciones comunes a largo plazo ante la violencia. Las mujeres abusadas pueden tornarse dependientes y sugestionables y encontrar dificultades para tomar decisiones por sí mismas. La relación con el abusador agrava las consecuencias psicológicas que las mujeres sufren por el abuso. Los vínculos legales, financieros y afectivos que las víctimas de la violencia conyugal tienen a menudo con el abusador, acentúan sus sentimientos de vulnerabilidad, pérdida, engaño y desesperanza. Las mujeres abusadas frecuentemente se aíslan y se recluyen tratando de esconder la evidencia del abuso. No es sorprendente que dichos efectos hacen del abuso de la esposa un contexto elemental para muchos otros problemas de salud. En los Estados Unidos, las mujeres golpeadas tienen una posibilidad de cuatro a cinco veces mayor de necesitar tratamiento psiquiátrico que las mujeres no golpeadas, y una posibilidad cinco veces mayor de intentar suicidarse (Stark y Flitcraft, 1991) [...] La relación entre el maltrato y la disfunción psicológica tiene importantes implicaciones con respecto a la mortalidad femenina debido al riesgo aumentado de suicidio. Luego de revisar la evidencia de los Estados Unidos, Stark y Flitcraft llegaron a la conclusión de que el abuso puede ser el precipitante único más importante identificado hasta ahora relacionado con los intentos de suicidio femeninos (1991, p.141). Una cuarta parte de los intentos de suicidio de parte de mujeres estadounidenses y la mitad de los intentos de parte de mujeres afronorteamericanas están precedidos por abuso (Stark, 1984).13

      El reciente informe de la OMS confirma estos datos:

      La violencia de pareja y la violencia sexual producen a las víctimas sobrevivientes y a sus hijos graves problemas físicos, psicológicos, sexuales y reproductivos a corto y a largo plazo, y tienen un elevado costo económico y social. La violencia contra la mujer puede tener consecuencias mortales, como el homicidio o el suicidio.

      Asimismo, puede producir lesiones, y el 42% de las mujeres víctimas de violencia de pareja refieren alguna lesión a consecuencia de dicha violencia.

      La violencia de pareja y la violencia sexual pueden ocasionar embarazos no deseados, abortos provocados, problemas ginecológicos, e infecciones de transmisión sexual, entre ellas la infección por VIH…

      La violencia en la pareja durante el embarazo también aumenta la probabilidad de aborto involuntario, muerte fetal, parto prematuro y bebés con bajo peso al nacer.

      La violencia contra la mujer puede ser causa de depresión, trastorno de estrés postraumático, insomnio, trastornos alimentarios, sufrimiento emocional e intento de suicidio. Las mujeres que han sufrido violencia de pareja tienen casi el doble de probabilidades de padecer depresión y problemas con la bebida. El riesgo es aún mayor en las que han sufrido violencia sexual por terceros.

      Entre los efectos en la salud física se encuentran las cefaleas, lumbalgias, dolores abdominales, fibromialgia, trastornos gastrointestinales, limitaciones de la movilidad y mala salud general.14

      El daño moral tampoco es menor. La decepción, el sentimiento de haber sido traicionado, la pérdida del sentido de dignidad y valor inherentes a todo ser humano, entre otras cosas, caracterizan la vivencia de la víctima.

      Aquellos que trabajan con víctimas de la violencia doméstica informan que, con frecuencia, las mujeres consideran que el abuso psicológico y la humillación son más devastadores que la agresión física. Un minucioso estudio realizado en Irlanda con 127 mujeres golpeadas que preguntaba: «¿Cuál fue el peor aspecto de la golpiza?», recibió las cinco respuestas principales siguientes: la tortura mental (30), vivir con miedo y terror (27), la violencia física (27), la depresión o la pérdida de toda confianza (18), los efectos sobre los hijos (17); (Casey, 1988).15

      Como es lógico suponer, todo esto repercute en la vida total de la persona. Respecto de lo social, el aislamiento, el temor y la desconfianza son característicos. La vida social, aun en la comunidad religiosa, se empobrece o se anula directamente.

      En cuanto a lo laboral, son bien conocidos los perjuicios económicos, tal que hoy en día se reconoce la violencia familiar como un problema de salud pública, ya que sus efectos trascienden con creces el ámbito puramente privado. Si una persona tiene un trabajo, el ausentismo y la falta de productividad son los síntomas. Si una persona no trabaja, su miedo a enfrentar la realidad y la baja autoestima, además del aislamiento a la que puede estar sometida, impiden que pueda acceder a la autonomía y al sentido de valor personal que le daría un empleo. Incluso muchas mujeres profesionales que padecen violencia en el hogar nunca ejercen sus profesiones. Todo esto, además, tiende a incrementar la dependencia con respecto al agresor.

      Dejemos hablar a las cifras. Los devastadores efectos de la violencia doméstica en las economías impactan cuando se empiezan a conocer los millones de dólares consumidos por los gastos que demanda en salud, policía, justicia y merma de la productividad. Según un estudio del Banco Mundial, uno de cada cinco días activos que pierden las mujeres por problemas de salud se debe a manifestaciones de la violencia doméstica. En Canadá, un informe revela que este tipo de violencia causa un gasto de unos $1.600 millones de dólares anuales, incluyendo la atención médica de las víctimas y las pérdidas de productividad. En Estados Unidos, diversos estudios determinaron pérdidas anuales de entre $10.000 millones y $67.000 millones de dólares por las mismas razones. Para América Latina y el Caribe casi no hay cifras disponibles, ya que recién comienzan a realizarse estudios sobre el impacto económico de la violencia doméstica en la región. Los efectos en la propia mujer víctima de la violencia son los más inmediatamente visibles, gastos en salud, ausentismo laboral, disminución de ingresos para el grupo familiar. Pero ellos constituyen apenas la punta del «iceberg» frente a los costos que el problema tiene para la sociedad, como su impacto global en los sistemas de salud, aparatos policiales y régimen judicial. «Los costos indirectos pueden superar ampliamente a los costos directos», estima Mayra Buvinic, jefa de la División de Desarrollo Social del BID.16

      Entre las mujeres cristianas que sufren distintos tipos de violencia también