Vino el día 15, i como el entusiasmo i la curiosidad son contajiosos, puede decirse que nos encontramos a última hora, entre el número de los excursionistas, listos para iniciar la anunciada peregrinación, i resueltos a soportar con resignación las peripecias del viaje.
Serían las diez i media de la mañana; el andén de la amplia estación del ferrocarril a la pampa, presentaba el mas alegre i animado aspecto con una concurrencia abigarrada repartida en pequeños grupos en que se charlaba alegremente, preparándose la mayor parte para la partida.
Con alguna dificultad pedimos llegar a nuestro carro donde procuramos rápidamente instalarnos lo mas cómodamente posible i presenciar desde allí, muchas cariñosas i tiernas despedidas.
Sonó el pito de la locomotora, i el convoi compuesto de 16 carros atestados de pasajeros, se puso en movimiento, deslizándose pesadamente sobre su doble cinta de acero. Me asomá por la ventanilla i pude ver que aun se agitaba un pañuelo nerviosamente… ¡Pobrecita!
Empezamos por tomar nota de nuestros compañeros de viaje: al frente mío había tomado colocación dos distinguidas ladies cuya agradable charla en inglés– que no entendía– era muy entretenida; a su lado dos espirituales i simpáticas iquiqueñas conversaban alegremente; más allá una señora gorda hablaba con gravedad con un caballero de aspecto yanke; tambien iba una bella polilla que parecía triste i pensativa…
La travesía fue sumamente grata i se hizo sin novedad hasta llegar a Pozo Almonte, donde tuvimos al descender el grato placer de encontrar a nuestro amigo don Abelardo Robledo, con quien departimos un rato. Nos despedimos luego, para ocupar el asiento que nos correspondía en la carretera que debía conducirnos a La Tirana.
Después de tres horas de pesada marcha a consecuencia de la inmensa polvareda que levantaban otros carros semejantes que nos seguían por el camino llegamos a un páramo.
Después de una comida regularmente servida, salimos presurosos, con el sano propósito de conseguir buen asiento en la iglesia i observar la función de las vísperas.
Al entrar al templo nos produjo buena impresión el gusto que había predominado para su arreglo. La iglesia es bastante espaciosa, de estilo moderno i puede contener centenares de fieles. Penetramos con verdadera dificultad, a consecuencia de que la nave central se encontraba invadida por los morenos i las cochabambinas con sus vistosos trajes bordados de oro, plata i lentejuelas. Habíamos avanzado muy poco i ya principiamos a sentir la atmósfera pesada. resolvimos entonces trasladarnos al cerro previa la venia del señor cura.
Desde lo alto, podíamos contemplar con mayor comodidad la apiñada multitud, en la que predominaban las comparsas que se podían calcular eran mas de doscientas.
Estas eran las que durante toda la tarde habían estado ejecutando orijinales bailes.
Terminados los cánticos de rito los extraños personajes comenzaron de nuevo las mismas estrambóticas danzas, entonando himnos de alabanza en honor a la virjen.
A las nueve concluyeron las vísperas; pasamos al campanario y de ahí a la baranda donde tuvimos la agradable sorpresa de encontrar muchas personas conocidas de Iquique. Una vez colocados convenientemente no perdimos detalle del orijinal espectáculo que se presentaba a nuestra vista.
Veintiséis cuadrillas de ambos sexos ocupaban el centro de la plaza, haciendo un total mas o menos de trescientas comparsas. se prendieron grandes fogatas i alrededor de ellas estas comparsas bailaban con loco entusiasmo danzas macábricas.
Cada cuadrilla llevaba un individuo con traje de oso polar tirado de una cadena por otro individuo vestido de orangután. Llevaban también a manera de policía tres individuos vestidos de diablos con horribles máscaras i grandes melenas de diversos colores. Estos daban vueltas con sable desenvainado para resguardar el orden y despejar el sitio del trayecto.
Los que hacían de jefes tenían bandas tricolores y látigos. Los vestidos eran de felpa de vivos colores i bordados con oro, plata i piedras. Muchos de ellos llevaban encima una verdadera colección de monedas antiguas.
A las diez de la noche se dio comienzo a los fuegos artificiales, que resultaron de agrado de la heterogénea concurrencia i una vez terminados abandonamos el campanario con el ánimo de mezclarnos en la fiesta, confundiéndonos dentro de esa gran masa humana. Esta determinación nos fue mui útil i nos permitió tomar algunos apuntes para informar mejor a los lectores de El Tarapacá.
He aquí lo que a la lijera pudimos anotar:
La primera cuadrilla llamada “Los Chinos de Andacollo”, la mas numerosa, compuesta de individuos de distintas oficinas, era presidida por tres banderas chilenas terminando con un estandarte de la Virjen del Carmen, del que pendían dos cintas llevadas por dos señoritas.
La banda de músicos la imponían 25 flautistas i el baile consistía en saltos dados de un lado a otro, al compas de extrañas músicas. El padrino de este estandarte fue el señor Manuel Riveros, administrador de Buen Retiro, quien ofreció licores i refrescos.
En la casa del señor Riveros se alojaron varias familias de Iquique.
Vimos luego los cambás de la oficina Josefina, que vestían elegantes i vistoso trajes i unos sombreros en forma de mitras con enormes plumas i adornos de pequeños espejos. Seguían los mimillas, en su mayor parte bolivianos, con diferentes vestidos y ostentando en el pecho escarapelas con los colores de su bandera; los callaguallas todos con paraguas de distintos colores; también llamaban la atención los llameros; los pallaguallos del Carmen Bajo, también con paraguas i acompañados además de dos osos i tres diablos con una huasca tejida de lana con borlitas; gran numero de ellos tocaban unas pequeñas flautas que los indios del Perú llaman laquitas.
Estas comparsas tratan cultivo al Rey cristiano, que lucia elegantísimo traje i una corona de metal amarillo con estrellitas.
El desfile de toda esta exótica procesión fue un espectáculo extraño de gran interés i novedad.
A las dos de la mañana volvíamos a nuestro alojamiento fatigados i en busca del reposo. Vana esperanza, pues aunque logramos acostarnos era imposible dormir a consecuencia de la gritería infernal que en los alrededores promovían no solo las comparsas con su endiablada música, sino también los que animaban las cuecas o “bailes de tierra”, como le llaman en la provincia al baile nacional.
El baile se hacia al son de orgánicos i tambores, i si a esto se agrega los millares de cohetes i petardos quemados durante toda la noche, es fácil poder imaginarse como pasaríamos en nuestro lecho, que fue de verdadero martirio.
Llego por fin la aurora del nuevo día 16, que recibimos con verdadero júbilo, pues estábamos ansiosos de asistir a la fiesta que debía celebrarse en la Iglesia, i poner con esto término a nuestros pequeños contratiempos y sinsabores.
Solo pudimos llegar hasta el atrio. Era materialmente imposible avanzar un paso más. Entonces tomamos el partido de entrar por la puerta de la sacristía al altar mayor. Allí vimos al Vicario, señor Rucker, al cura de Huara señor Lorber i al de Pica señor Friederich, Lorber o Lober.
El R.P. Lober de la orden de los redentoristas pronunció un elocuente sermón como es de estilo en estas fiestas. Pocos momentos después se procedía al acto solemne de descender a la Virjen del Carmen, llevándose a cabo ante los numerosos devotos quienes con el mas profundo respeto oraban silenciosamente.
Luego vinieron nuevos cánticos i diversos bailes ejecutados delante de la Virjen, por las comparsas allí reunidas, trayéndonos el vivo recuerdo de épocas pasadas, lejanas de la actual cultura i civilización.
Concluida esta ceremonia indígena salió la procesión; recorriendo las principales calles del pueblo. Durante todo el camino se quemaron gran cantidad de cohetes i se sintieron de vez en cuando tiros de dinamita.
La señorita Elena Vallebona sacó varias instantáneas de la procesión así como de los diferentes bailes que