2. MODERNIZACIÓN DE ELITE
La reforma universitaria de 1967-1968 pone fin al ciclo de la educación superior de elite tradicional e inaugura un nuevo ciclo, el de una educación superior de elite que se moderniza, expande y llega a situarse en el umbral de la masificación, al mismo tiempo que se politiza y vuelve parte de los conflictos de poder, ideológicos y culturales que Chile experimenta en el decenio de 1964 a 1973.
Durante este período, la plataforma organizacional de provisión se mantiene en el mismo número de universidades existente al final del ciclo tradicional (es decir, ocho), pero estas experimentan una verdadera explosión de procesos de diferenciación horizontal interna (nuevas cátedras, carreras, unidades, departamentos, institutos y facultades) y la multiplicación de nuevas entidades externas, trátese de sedes distribuidas a lo largo del país en el caso de la Universidad de Chile y la Universidad Técnica del Estado (UTE), o de unidades de diverso tipo situadas en la interfaz entre universidad y sociedad civil, sobre todo con posterioridad a la reforma universitaria.
Estos procesos de diferenciación responden a un incremento del número de estudiantes atendidos y, a la vez, representan un motor para aumentar la oferta de vacantes. La matrícula creció desde alrededor de 25.000 estudiantes matriculados en 1960 a 56.000 en 1967 y se empina hasta 146.000 en 1973, momento en que el sistema chileno supera por primera vez, fugazmente, el umbral que separa a una educación superior de elite de una de masa, alcanzando una tasa de participación bruta del 15,3% de la cohorte en edad de cursar estudios superiores5. El marcado incremento de la matrícula, particularmente después de 1967, se debe al activismo de las universidades que, por un lado, intentan aumentar su peso social mediante una expansión de su cuerpo estudiantil (véase el cuadro 1) y, por el otro, atraer de esta manera un mayor subsidio estatal, cuyo monto se determinaba entonces según el número de estudiantes atendidos. El dinamismo del crecimiento posreforma se acentúa luego de la elección del gobierno de la Unidad Popular, cuando pasa a formar parte del compromiso militante de las universidades con el cambio de la sociedad y una manifestación concreta del deseo de democratizar el acceso a la educación superior y al conocimiento.
CUADRO 1 CHILE: INCREMENTO DE LA MATRÍCULA POR UNIVERSIDAD, 1967-1973
Fuente: Programa Interdisciplinario de Investigaciones en Educación (PIIE), citado en Brunner, 1992, p. 29.
En respuesta a este compromiso universitario democratizador, que convergía con los postulados reformistas del gobierno de Frei Montalva, bajo cuya administración se desencadena la reforma universitaria de 1967, y con los postulados del gobierno de Salvador Allende, inaugurado en marzo de 1970, ambos gobiernos incrementan fuertemente el gasto público en educación superior como proporción del PIB, pasando de un 1,08% en 1967 a un 2,11% en 1973, cifras extraordinariamente altas para un sistema que continuaba teniendo un acceso de elite hasta este último año. Esto da cuenta de la posición estratégica que el campo organizacional de la educación superior ocupaba en una sociedad cuyos grupos dirigentes se hallaban comprometidos con un fuerte proceso de modernización, transformación, democratización y difusión de aspiraciones de cambio. Por otro lado, resulta paradojal que haya sido bajo los dos gobiernos más progresistas de la época —con ideologías de reforma radical y revolucionaria, respectivamente— que la inversión del Estado en la formación y reproducción de las elites haya alcanzado su máximo auge. La época de oro de la universidad de elite alcanzaba así su máxima expansión cultural en el momento en que su discurso de compromiso social se volvía más radical, al punto de hacer olvidar su carácter mayoritariamente burgués y mesocrático6. Los principales beneficiados de esta expansión de la matrícula fueron efectivamente los estratos medios de la sociedad, cuyas generaciones jóvenes, en la medida en que lograban en número cada vez mayor completar la educación media, tenían ahora mayores oportunidades de acceder al nivel superior. Con ello se incrementa además la diversidad de orígenes y destinos de los estudiantes universitarios. La universidad de los herederos (Bourdieu, 2009) se torna más mesocrática a la vez que meritocrática.
Producto de la reforma de los años 1967 y 1968, estas universidades pasan además a ser conducidas por sus respectivas comunidades, que configuran gobiernos institucionales tripartitos con participación ponderada de académicos, estudiantes y funcionarios. Esta nueva forma de generación y distribución del poder dentro de las organizaciones, junto con el surgimiento de departamentos en vez de las cátedras y de un mayor número de académicos profesionales en vez de catedráticos honorarios, pone fin al período de las oligarquías académicas y marca el declive del antiguo régimen universitario.
En el plano estrictamente académico-disciplinario, los nuevos departamentos, centros e institutos dan cuenta del comienzo de un inicial desplazamiento del centro de gravedad desde la función docente de pregrado, hasta ese instante casi exclusiva preocupación de las universidades, hacia la función de investigación, actividad que tímidamente comienza a instalarse en estas unidades dando origen a una profesión académica moderna basada en personal altamente calificado, dedicado a vivir no solo para la universidad, sino de ella, y portador además de una nueva ideología organizacional que sostiene la supremacía de la producción de conocimiento por sobre su mera transmisión. En paralelo, las nuevas formas del gobierno universitario hacen posible una mayor politización de las estructuras y relaciones internas de las organizaciones, ahora comandadas por sus claustros y a través de una red de instancias de deliberación y votación. Sin embargo, las facultades —unidades intermedias de la organización— mantienen incólume su poder, consolidándose como la principal estructura de autoridad e influencia dentro de las universidades tradicionales hasta hoy.
Hacia fuera, en relación con su entorno, las universidades de la reforma entran en un rápido proceso de redefinición de sus vínculos con partes interesadas externas. Se vuelven piezas estratégicas para el gobierno, por el mayor peso político y de acción social en las calles de sus estudiantes y por la administración de unas oportunidades de estudio altamente valoradas por los sectores emergentes de la clase media. Además, por el poder de movilización ideológica de los académicos más comprometidos con las luchas político-culturales en la sociedad, a través de sus centros de investigación y sus medios de difusión. En particular, aumenta el peso de estos segmentos académicos y juveniles en los partidos y movimientos políticos a lo largo de todo el espectro ideológico (gremialismo, Democracia Cristiana, Izquierda Cristiana, Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)). Las universidades alcanzan un inusitado eco en diversas agrupaciones a nivel nacional y local: en comunidades y barrios, en movimientos sociales diversos, entre autoridades regionales y provinciales, en los medios de comunicación y casas editoriales, en las acciones de protesta y los movimientos generacionales, en la industria cultural y los sindicatos, entre los colegios profesionales, las iglesias y los círculos artísticos e intelectuales. Puede decirse que aquellos fueron los años cuando más intensamente brilló el aura universitaria.
La cultura organizacional de las universidades chilenas cambia drásticamente durante este período: si bien el eje axiológico de una orientación predominantemente profesional se mantiene en el centro, se acompaña ahora de una diversidad de sentidos del compromiso: con el cambio social, con los sectores populares, con lo nacional-popular, con