a) Importancia de la respuesta empática: Para Rogers (1961), la empatía tiene que ver con sentir el deseo constante de comprender los sentimientos y expresiones del cliente “como si” fuesen los propios. Por ejemplo Gabriel, que había tenido un año muy complejo, por una enfermedad neurológica de su padre, que lo habría tenido al borde de repetir curso, contaba estos dos hechos, es decir, la enfermedad de su padre y la baja de rendimiento, como fenómenos separados. Una de las participantes del grupo, aludiendo a una experiencia semejante, ayudó a Gabriel a unirlos cuando le comentó: “Cuando mi mamá estuvo enferma yo tampoco podía concentrarme y bajé mucho las notas”.
La intervención terapéutica se orientó a normalizar el hecho de que cuando uno está en crisis, viviendo una experiencia difícil, en la primera etapa cuesta mucho lograr rendir y qué bueno que ellos tuvieron la capacidad de darse cuenta y recuperarse después de esas situaciones.
Aunque no se enmarca dentro de la teoría humanista, Hoffman (2000) define la empatía como la capacidad de dar una respuesta afectiva más asociada a las necesidades del otro que a las propias.
b) Trabajar en el marco de referencia del cliente: La psicología humanista señala que es necesario comprender a las personas desde sus propios puntos de vista, ayudándolas a actualizar sus potencialidades. En este sentido, para que haya un cambio que sea significativo para la persona, no basta un simple aumento de conocimientos, sino que ha de entretejerse con cada aspecto de la existencia del individuo (Rogers, 1963). Gran parte del aprendizaje significativo se adquiere por medio de la práctica, a través de una experiencia subjetiva.
c) Ayudar a los clientes a adoptar la elección y la responsabilidad: Guarda relación con la confianza de la teoría humanista en la libertad y autorresponsabilidad del ser humano. Según Rosenbaum (en Kaplan y Sadock, 1996) en la terapia de grupo con abordaje existencial, los miembros aprenden a turnarse entre ellos no para apoyar sino para reforzar la idea de que todos son capaces de asumir sus propios riesgos.
Cerda (2007) reconoce en la psicoterapia humanista la inclinación por el trabajo con grupos por cuanto en ellos se expresa de manera más directa la naturaleza social del comportamiento humano. El autor también destaca que en el trabajo con grupos se consiguen cambios con mayor rapidez y el contacto con otros proporciona una riqueza nueva a sus miembros.
En su libro La dinámica de los grupos de pequeños, Anzieu (2004) entrega una versión modificada de las actitudes posibles en la relación, que de algún modo pueden ayudar también en terapia de grupo de niños como estrategias terapéuticas. Estas actitudes posibles son:
• Comprensión: es una forma de reflejo empático que se relaciona con entender el mundo del otro. Ejemplo: “Entiendo que estés triste porque es difícil aceptar que los papás se separen y hace muy poco tiempo que esto te ocurrió”.
• Sugestión: es la proposición de un modelo de comportamiento con una cierta fuerza de coacción. Ejemplo: “Estoy seguro que si te lo propones vas a mejorar tus hábitos de estudio”.
• Evaluación: la comunicación incluye un juicio de valor implícito o explícito. Ejemplo: “Me parece que de alguna manera tú evitas la situación que puede llevarte a conflicto con tus amigos”.
• Ayuda: entregar posibilidades suplementarias para alcanzar los objetivos. Ejemplo: “Te voy a pasar un material o esta ficha que te va a ayudar a conocerte mejor”.
• Soporte: es una técnica que asegura a la persona entregándole apoyo acerca de lo que es capaz de hacer y sentir. Ejemplo: “No te desanimes, has hecho bastante esfuerzo y de seguro vas a superar esta dificultad”.
• Profundización: búsqueda de un complemento de información para obtener una mayor precisión de los sentimientos vividos a través de la autoexploración. Ejemplo: “Piensa un poco qué otra cosa podrías hacer, por qué crees que esto te sucedió”.
Aportes de la teoría narrativa
El pensamiento moderno trajo consigo las pretensiones sobre un mundo “objetivo”, capaz de ser aprehendido a través de la actividad científica. Si bien se lograron grandes contribuciones, el pensamiento moderno no logró cumplir las expectativas que se propuso y, así, lentamente se empezó a cuestionar esta división tan rígida entre un mundo objetivo versus un mundo subjetivo. En la década de los 70 arranca el posmodernismo como crítica a una ciencia intrínsecamente objetiva y benévola. Según Payne (2002), esta nueva perspectiva empezó a considerar que el trabajo científico podía ser influido por acontecimientos personales, sociales y políticos. En este sentido, se plantea que las personas no conocen el mundo “en sí mismo”, sino sólo a través de sus presupuestos acerca de él. Bajo esta misma mirada, Cyrulnik (2003) señala que “el significado de un objeto no se encuentra en el objeto, se encuentra en el entorno que atribuye un significado al objeto” (p. 106). A modo de síntesis, el pensamiento posmoderno asume que lo que puede conocerse es la experiencia concreta, cotidiana y personal de nuestras vidas, que se expresa en las narrativas que nos contamos unos a otros.
La palabra narrativa proviene del verbo narrar y alude a relatar algún suceso o contar un cuento. Cyrulnik define un relato como “una representación de actos provistos de sentido, una escenificación de secuencias de comportamiento, una disposición de imágenes reorganizada por medio de palabras” (p.138). El “relato del yo” es una narrativa en primera persona que define la identidad de un individuo. Esta capacidad para establecer el relato de uno mismo es necesaria para que la persona se haga una idea de su propia personalidad. La narrativa o “monólogo interno” se basa en los recuerdos y percepciones de la persona de su vida actual, los papeles que niega en varios grupos e instituciones y sus relaciones sociales (Payne, 2002).
La teoría narrativa plantea que si bien los relatos personales pueden variar en sus detalles, existe un relato dominante que constituye la historia que la persona ha ido construyendo de sí misma como resultado de la interpretación de su experiencia. Este relato va permeando la interpretación que las personas hacemos de la realidad, razón por la cual tendemos a dejar fuera todo aquello que no resulta coherente o no “cabe” en el relato dominante. Lo anterior se conoce bajo el concepto de “colonización de la narrativa”, lo cual alude al hecho que la primera historia siempre se impone, “coloniza” o inhibe la generación de otra historia. Aquellos aspectos de la experiencia vivida que contradicen el relato dominante se denominan acontecimientos extraordinarios. No cabe duda que la infancia y la adolescencia son etapas decisivas en la construcción de la propia narrativa y que la terapia de grupo en niños es una situación privilegiada para evaluar, reformular y modificar la propia narrativa.
Cyrulnik (2009) describe la narrativa personal como un “cine de uno mismo” que sirve de patrón para la visión del mundo que se forja cada uno e impulsa luego nuestra manera de relacionarnos con otros. En este sentido, el cómo interpretamos nuestra experiencia no es neutral, sino que tiene efecto en lo que hacemos, en lo que dejamos de hacer, en nuestro siguiente paso, gesto o expectativa. Además, las personas suelen proyectar esta narrativa en un futuro supuesto. Por ejemplo: “Siempre he estado deprimida y supongo que lo estaré”. En otras palabras, el relato de uno mismo se transforma en los “lentes” a través de los cuales se mira e interpreta la realidad. Estos lentes encarnan el sentido o significado que le brindamos a nuestras experiencias.
Ahora bien, ¿cómo se obtienen unos lentes u otros? Según Payne (2002), basándose en las ideas del construccionismo, la identidad es socialmente construida, negociada,