Cuando Colón llegó a Japón. Javier Traité. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Javier Traité
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417333959
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que se hable de las tierras «que ha descubierto» Colón. Esto ha dado pie a todo tipo de especulaciones, la clase de enigmas sobre la que los historiadores se abalanzan como perros famélicos. ¿Había noticias certeras previas al viaje de Cristóbal? ¿Se habían tragado las historias de los capitanes portugueses? ¿Tenían algo que ver las cartas náuticas que había mangado su hermano Giacomo en Lisboa? Quizá lo redactaron «por anticipado» para no tener que modificarlo después, o quizá es una modificación posterior, como también se ha argumentado. O vaya usted a saber qué trola les estaba contando Colón a los reyes. «Sí, entonces vi perfectamente aquella costa con el catalejo, lo juro, pero tuvimos que volvernos porque de allí venía una inoportuna tormenta que nos habría hecho polvo, y miren, están ustedes de suerte, porque de haber llegado entonces, se habría quedado la gloria el rey de Portugal».

      Otro aspecto curioso de las Capitulaciones de Santa Fe, como dijimos, es que Cristóbal les sacó a los reyes casi todo lo que pedía.

      Para empezar, el título de almirante de forma vitalicia y hereditaria. ¿Prerrogativas del cargo? Pues las mismas que había tenido el último almirante de Castilla. Y entiéndase su importancia; en los últimos tiempos, el cargo había pertenecido a una más que influyente y rica familia, los Enríquez, que pasaban de comandar los mares y se dedicaban a atesorar más cargos y más dinero. Hasta el punto de que nadie, salvo el almirante, tenía una idea exacta de cuántas y cuáles eran sus prerrogativas; ni siquiera los reyes, lo cual es tremendamente absurdo. Pero, en general, se entendía que el almirante controlaba toda la flota, los astilleros y los puertos en el territorio bajo su control, así como la administración de justicia correspondiente, y eso era un enorme bocado para Cristóbal.

      Pero aún había más. Les sacó también el título de virrey, para manejar el cotarro político en las Indias a su aire, siempre con la venia de Sus Majestades, claro.

      Las ganancias quedaron en un diez por ciento, que era mucho si había tantas riquezas como prometía.

      Y, entre otros detalles, también se le concedió la autoridad para resolver los litigios mercantiles que surgieran de aquel comercio a punto de hacerles ricos a todos. Siempre que esa prerrogativa correspondiera también al ya difunto almirante Enríquez, que, como hemos visto, nadie lo tenía claro.

      En resumen: Cristóbal Colón les sacó el hígado. Los historiadores también han especulado mucho sobre esto; se preguntan por qué los reyes no exigieron más contrapartidas, o por qué no especificaron cómo iban a cobrar lo que no fuera el diez por ciento de Colón. Yo creo que no hay más misterio. El propio Fernando el Católico ofreció un motivo muy razonable de su puño y letra un par de décadas después, cuando los conquistadores de La Española le pedían las mismas condiciones para salir a descubrir:

      Todo lo que ahora se puede descubrir es muy fácil de descubrir, y no mirando esto, todos los que hablan de descubrir quieren tener fin a la Capitulación que se hizo con el almirante Colón. Y no piensan cómo entonces ninguna esperanza había de lo que se descubrió, ni se pensaba que aquello pudiese ser la merced que yo le iba a hacer.

      En otras palabras: que daban por hecho que Colón volvería con las manos vacías, o mejor aún, que palmaría en el viaje.

      Seguro que, tras su regreso, Isabel se ciscó en Fernando, y Fernando se ciscó en todo el santoral.

      Las apuestas arriesgadas es lo que tienen.

      Conseguido el patrón, solo faltaba el dinero. ¿Quién iba a financiar el viaje?

      En fin, la Corona, ya pringada del todo, aportó la mayor parte, más de un millón de maravedís, adelantados como dijimos por Luis de Santángel. También tenían cogidos por los huevos a los vecinos de la villa de Palos de la Frontera por una deuda con la Corona; firmaron una provisión que los obligaba a proporcionar a Cristóbal un par de carabelas tripuladas y pertrechadas a costa de sus bolsillos, y ahí tenías trescientos o cuatrocientos mil maravedís más.

      Pero todavía no era suficiente. Colón debía poner su parte, cerca de medio millón adicional, algo que el genovés nunca les perdonó a Sus Majestades; en su testamento, en el que legaba una suculenta fortuna, se quejaba de lo tacaños que habían sido los reyes al no pagarle el viaje entero.

      Colón no tenía tal cantidad, claro, así que tuvo que pedir prestado a varias almas cándidas, como su socio florentino en Sevilla, Juanoto Berardi, el esclavista. Este pobre infeliz moriría antes de llegar a cobrar el dinero prestado y el puto Colón estuvo a punto de quebrarle el negocio, pero Berardi se vengaría a su manera: en sus tratos con el almirante, presentó a Cristóbal a un aprendiz muy avispado que le habían enviado de Florencia, un tal Amérigo Vespucci, con el que llegaría a trabar amistad y que se la jugaría en el futuro de la peor manera posible. Volveremos a encontrarle en los capítulos finales de esta historia.

      4. 1492: El viaje de descubrimiento

      ¡Todo estaba listo! ¡Tras años de maquinaciones, espionaje náutico, ardua labor comercial y cálculos erróneos basados en la Puta Peor Bibliografía del Mundo, el viaje iba a comenzar!

      Colón estaba que no cabía en sí de gozo y, al llegar a Palos, estaba seguro de que sus esfuerzos y dificultades habían terminado. Ja.

       Escenas del descubrimiento: Cristóbal Colón visita a los monjes de La Rábida

      —Entonces, ¿has tenido problemas en Palos, Cristóbal? —pregunta fray Antonio de Marchena mientras le sirve un vaso de vino al genovés, que está visiblemente frustrado.

      —Pues unos cuantos, padre, unos cuantos. No están lo que se dice ansiosos por ayudar. Parece que todos tienen algo mejor que hacer que cumplir las órdenes de Sus Majestades…

      —La relación entre ellos es complicada desde esa deuda que adquirieron… ¿No os han provisto de barcos? Me dijo fray Juan…

      —No, no, si las carabelas sí que las tenían a punto. ¡Pero vaya mierda de naves! En serio, padre, están que se caen a pedazos; nadie en su sano juicio navegaría con ellas por nada más grande que una charca. Y ojo, que yo lo haría, ¿eh? Porque estoy desesperado por partir…

      —Entonces, ¿cuál es el problema?

      —Pues que, aunque tenga las naves, ¡no tengo tripulación! Los marineros de Palos se han puesto de culo porque no me conocen de nada y dicen que les doy mal rollo. Que la idea de ir al oeste les parece un disparate y que, en caso de embarcarse en tamaño dislate, lo harían con un capitán al que conocieran bien. Yo les he insistido mucho, pero uno ha comentado que tengo acento portugués y han empezado con que no les caen bien los portugueses. Y les digo: «¡Eh, eh, si yo soy genovés!». Y resulta que los italianos todavía les caen peor. Total, que aquí estoy, atrapado, con permiso de los reyes y sin nadie que quiera navegar conmigo. Salvo cuatro criminales.

      —¡¿Cuatro criminales?! —se escandaliza fray Antonio.

      —Sí, sí, supongo que los reyes se esperaban el rechazo de los de Palos y firmaron otra provisión para permitirme reclutar marineros de las cárceles. Pero, vamos, poco aprovechable, ya le digo, uno que está condenado a muerte por asesinato y unos amigos suyos que lo encubrieron y estaban también pringando en el calabozo.

      —No parece la mejor compañía para quedarse a solas en mitad del océano.

      —Pues no, la verdad. Ya le digo que no tengo más que problemas.

      —Pero, bueno, Cristóbal, es la historia de siempre, tienes que hablar con las personas adecuadas. Los marineros son marineros, muy suyos, ya sabes. Lo que necesitas es meterte en el bolsillo a algún capitán influyente al que conozcan. Mira, habla con los Pinzón. Martín Alonso es uno de los regidores de Palos, criado del duque de Medina Sidonia, y tiene buena posición. Ahora envío una nota para que te reciba. Ha navegado mucho y los hombres confían en él. Y le va la marcha, por lo que cuentan; si le convences, seguro que te enrola toda la tripulación que necesitas.

      Y así fue: Cristóbal Colón entró en conversaciones con aquel tal Martín Alonso Pinzón