1- Sadeana, no sádica, dice Lacan. Sadeana porque el imperativo de goce afecta y mortifica los cuerpos.
2- Esperanza, G., “El silencio del falo”, Revista El caldero, Nº 11, Buenos Aires, 2009, p. 48.
3- Lacan, J., Seminario 18, De un discurso que no fuera del semblante, op. cit., p. 132.
4- Lacan deja aquí “a un lado la etimología” y va de litter (basura) a letter (letra); litteratura contiene la littera-ae, letra y carta en latín, la inglesa litter (letra), la francesa rature y la latina litura (borrón, tachadura de lo escrito): “la lettre fait rature”. Después evoca litus-oris, rivera, litoral. Y continúa.
5- Lacan, J., Seminario 20, Aún, op. cit., p. 14.
6- Lacan, J., Seminario 23, El Sinthome (1975-1976), Buenos Aires, Paidós, 2006. En cuya 1º clase, la buena manera exige “el uso lógico del Sinthome, hasta alcanzar su real”. Lacan no hace otra cosa desde hace mucho tiempo.
7- Lacan lo ha hecho mucho antes.
8- Regular el alma por la escopia (examen, vista, o exploración) de las mociones y afectos del cuerpo ante la mirada divina formaba parte de las prácticas devotas de la Contrarreforma católica.
CLASE I (1) DEL GOCE
Aviso al lector: A partir de aquí, cito el Seminario Aún en el cuerpo de mi texto con número de página entre paréntesis, según la versión castellana del texto establecido por Jacques-Alain Miller (2).
¿Cómo se entra en la primera clase de Aún? Después de las referencias a la Ética, y de hablar de su no querer saber nada (3) (9), Lacan se refiere a … ou pire. “El año pasado, intitulé lo que creía poder decirles: … o peor, y después: Eso se opeora, suspira, o suspeora. Y eso nada tiene que ver con yo o tú: yo no te opeoro, tú no me opeoras. Nuestra vía, la del discurso analítico, sólo progresa por ese límite angosto, ese filo de cuchillo, que es lo que hace que allende eso no pueda sino suspeorarse” (10). Veamos con más detenimiento: Lacan había dejado el lugar vacío, tres puntos delante de … o peor; ahí se inscribía, no el decir, sino un decir, bien determinado y diferente de cualquier otro: “No hay relación sexual”. No hay relación sexual o peor. La relación sexual, en su mera carnalidad animal, está perdida para el ser que habla: no hay goce sexual que no esté enredado en las palabras. El sexo biológico no puede inscribirse en un orden de lenguaje con la estabilidad de una función lógica. Por eso hay peor, hay lo escrito, la singularidad del goce de uno, y sexuación, de lado hombre a lado mujer.
Peor es lo que, en función del falo, se declinará en los lados macho y hembra de las fórmulas de la sexuación, mientras que No hay relación sexual es el sitio donde se inscribirá el sinthome, de modo que el título del Seminario 19 plantea una tríada de posiciones: una singular –el sinthome– y dos particulares –macho y hembra (4).
En Aún Lacan lo dice de este modo: “me sostiene este discurso, y para recomenzarlo este año, primero voy a suponerlos en cama, una cama de pleno empleo, una cama para dos” (10). Si se excluye el decir del psicoanálisis (que no hay relación sexual) será peor; bastaría para saberlo trasladarse a una cama de pleno empleo, el lugar donde los goces mandan y donde el amor, aunque sea recíproco, es impotente para hacer posible la relación de ellos (d’eux), la relación de los dos (deux) sexos. ¡Ellos se encontrarán, sí, pero en la no relación! sino en la cama de pleno empleo, hoy para dos, para tres, para los que se quiera.
En el fondo el jurista no habla de otra cosa, sino del goce, pero en el derecho lo que se hace en esa cama (abrazarse, gozarse sexualmente) queda velado. El usufructo –término jurídico– remite al goce que intenta ser regulado por las ficciones jurídicas; estas conciernen a los medios de goce tal como se encuentran en la vida social; el derecho establece las condiciones legales de las prácticas sexuales y persigue las ilegales lo cual no les impide existir. Lacan define: el goce es “lo que no sirve para nada” (11). Resuena la diferencia agustiniana entre uti y frui (lo útil y lo disfrutable), pero para San Agustín que el goce no fuese inútil quedaba a cargo de Dios. “El objeto de mi anhelo sólo puede ser algo que yo pueda poseer y disfrutar”, lo cual sólo en Dios es posible porque el temor a la pérdida y a la muerte “abruma los años que nos desgastan hacia la nada” (5). Se trata de aspirar y de suspirar por el uso y el disfrute eternos, para no saber de lalengua donde “eso se opeora, suspira o se suspeora”; modos de arreglárselas con la no relación sexual, que nada tiene que ver con yo o con tú (10).
Todo funcionó siempre para el derecho y sus códigos como si el asunto se redujera a lo útil, al usufructo, al goce de los bienes sin despilfarrarlos. Pero Lacan dice “yo parto del límite, para ser serio, para ser serio y establecer la serie de lo que se acerca al límite” (6), pues el hombre del que trata el derecho no es el ser hablante. Aquí el goce es una instancia negativa, es lo que no sirve para nada, nada que no sea el imperativo del superyó: ¡goza! Punto de viraje. “Los dejo, pues, en esa cama” dice Lacan, y anuncia que escribiría algo en la puerta para que su audiencia lo vea al salir: “El goce del Otro, del cuerpo del Otro (con mayúscula) que lo simboliza, no es signo de amor”. Lo que del goce se sustrae al saber es simbolizado por el cuerpo: resuena, goza, padece en la agitación de los cuerpos. Que el goce del cuerpo del Otro (mi cuerpo, el otro cuerpo, el otro sexo) sea causa de efectos y de afectos no implica que sea signo de amor (12). Lacan lo escribe y les dice, tal vez puedan “recapturar los sueños que hayan hilado en esa cama”, la cama de pleno empleo donde los cuerpos simbolizan los goces (indecibles). Los sueños –soñemos dormidos o despiertos– simbolizan los goces de los que gozamos, no sin un cuerpo sexuado.
Tomemos ciertos trazos para bordear apenas la primera clase de Aún, que más parece un anticipo abigarrado de las cuestiones que se desplegarán a lo largo del Seminario. ¿Quién ha pasado sin angustia, en Aún, por el laberinto de Otros con mayúscula que parecen multiplicarse? El Otro, presentado en la época de La instancia de la letra como lugar de la palabra, había sido “una manera, no diré de laicizar, pero sí de exorcizar al buen Dios” (85). Y otro texto luminoso de Aún: “Al Otro hay que volver a machacarlo, reacuñarlo para que cobre su sentido pleno, su completa resonancia” (52); es el término que se sustenta en que hablo y no puedo hablar sino desde donde estoy, identificado a un significante, hombre o mujer, significantes que toman su función de un decir tal que determina las diferentes encarnaciones del sexo.
EL GOCE DEL CUERPO DEL OTRO
“El goce del cuerpo del Otro sigue siendo pregunta”, porque, ¿de dónde parte el goce del cuerpo del Otro? Pues no del amor. El goce sexual parte del a-muro, sí, sí, de las trazas (caracteres sexuales secundarios) porque no se goza (no se ama, no se sufre, no se rechaza