Antología de Juan Calvino. Leopoldo Cervantes-Ortiz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Leopoldo Cervantes-Ortiz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417131579
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número de almas parecen vivir al margen de cualquier preocupación por la salvación, llegando hasta rehusarla cuando se les predica. Si hay que negar toda suerte de participación del hombre en la salvación, como hacían la mayor parte de los reformados, no queda otra explicación que la voluntad de Dios:

      Si fuera de su simple beneplácito, no podemos aportar otra razón por la que Dios acepte a sus elegidos, no tendremos tampoco otra razón que nos explique por qué rechaza a los demás, fuera de su voluntad (Ibíd., III, XXII, 11).

      La voluntad de Dios es la regla suprema y soberana de justicia hasta el punto que nos es preciso tener como verdadero y justo todo cuanto él quiere por el simple hecho de que lo quiere. Así, pues, cuando nos formulamos esta pregunta: “¿Por qué ha obrado Dios de esta manera?”, debemos responder: “Porque ha querido”. Y si se persiste más, preguntando: “¿Por qué lo ha querido?”, se pregunta por una cosa más grande y más alta que la voluntad de Dios, lo cual no se puede encontrar (III, XXIII, 2).

      Calvino era el primero en sentir el escándalo de la elección inexplicable de los salvados y de los condenados: “Confieso que este decreto debe espantarnos”. Pero lo exigía su concepción de la omnipotencia de Dios —su piedad, diríamos mejor. Ramón Llull, el gran místico de la Edad Media, había escrito: “Tu poder, oh Amado, puede salvarme por benevolencia, piedad o perdón, o puede condenarme por tu justicia y por tu justicia y por mis pecados. Cumple, pues, en mí tu poder y tu querer, puesto que será siempre perfecto tu cumplimiento, sea salvación o condenación lo que me des”.

      Calvino, moribundo, diría igualmente: “Señor, tú me trituras (me aplastas), pero bástame que ello venga de tu mano”. Sentimos hasta qué pinto esta ardiente aceptación de las consecuencias de la omnipotencia de Dios explica y facilita la teoría de la predestinación. Pues bien, esta seguridad entusiasta de la sublimidad, omnipotencia y libertad arbitraria de Dios fue y sigue siendo uno de los más poderosos atractivos del calvinismo y uno de los más sinceros sentimientos de los calvinistas, puesto que en ella se exaltan los dos principales agentes de la piedad: la necesidad de entrega y la necesidad de adoración. Fue, además ella quien inspiró a Calvino un himno admirable, justamente puesto de relieve por Imbart de la Tour:17

      No somos nuestros, sino que pertenecemos al Señor…

      No somos nuestros si: no nos conduzcamos pues buscando como fin lo que nos interesa con arreglo a la carne…

      No somos nuestros: olvidémonos pues a nosotros mismos, en la medida de lo posible, y olvidemos también todo cuanto se halle en torno nuestro.

      Somos del Señor: vivamos y muramos en él.

      Somos del Señor: que su voluntad y su sabiduría presidan todas nuestras acciones.

      Somos del Señor: que todas las partes de nuestra vida sean referidas a Él como a su único fin.

      Cuánto se ha aprovechado aquel hombre que, sabiendo que no era suyo, ha hurtado a su propia razón el señorío y el dominio de sí mismo para dejarlo en manos de Dios (Institución, III, VI, 1).

      Desafortunadamente —declarando como declara: “Esta filosofía secreta (de la elección) no puede entenderse a fuerza de silogismos” —Calvino no cesará de endurecerla, empleando en ello todos los recursos de su lógica y de su aventurada exégesis. La preocupación por la plena libertad de Dios, no le permite explicar la predestinación mediante la presencia divina de la actitud que han de tomar los hombres. Su seguridad —que le viene de los escotistas— de que el tiempo no existe para Dios “le obligaba a admitir como preexistente en el pensamiento de Dios todo cuanto acontece en el tiempo” (Strohl), empezando por la caía de Adán. Las objeciones contribuían a encerrarle en su propio sistema, como que venían de gente, “murmuran descaradamente acerca de este misterio santo”, de “perros que vomitan blasfemias”, de “puercos que gruñen ante Dios”. Se preguntaba: la predestinación ¿hace inútil la redención? De ninguna manera; al contrario: la redención es uno de los elementos de la predestinación. “Aquellos que Dios ha predestinado los ha llamado; y a quienes ha llamado, a éstos ha justificado” (mediante la muerte y los méritos de Cristo) (Institución, III, XXI, 7). ¿La predestinación suprimía la responsabilidad humana? No, ciertamente como tampoco lo suprime en la vida práctica: “Si alguno de nuestros parientes y amigos, de quien debemos ocuparnos, muere sin haber sido bien cuidado, a pesar de que sepamos que había llegado a un punto del que no podía pasar, no por ello disminuye nuestro pecado; sino que, por el hecho de no haber cumplido con nuestro deber, consideraremos que su muerte se ha producido por culpa nuestra” (Institución, I, XXVII, 9).

      Creer en la predestinación, ¿no traerá como consecuencia la disminución del celo del pastor? Pero si “contemplamos a san Pablo, pregonero incansable de la elección divina: ¿es que por ello se enfrió su ardor hasta el punto de no poder amonestar o exhortar?”(III, XXIII, 13). Al contrario,

      precisamente porque no sabemos quiénes pertenecen al número de los predestinados o de los no predestinados, hemos de estar preocupados por la salvación de todos. Siendo así, miraremos de conseguir que todos aquellos con quienes nos encontramos vengan a participar de nuestra paz; por lo demás, esta paz no reposará más que sobre aquellos que son hijos de paz (III, XXIII, 13).

      Por lo que toca aprovechar la seguridad de nuestra salvación para violar la ley moral, Calvino declara que para proceder de esta manera deberíamos ser unos “puercos” ya desde la edición de 1539. Más seria es la inquietud que podemos experimentar con nuestra propia salvación: pero ello mismo es ya un principio de prueba de tal salvación. Por lo demás, y por regla general “tenemos un testimonio suficientemente claro de pertenecer a los escogidos de Dios, y de que somos por ende, de la Iglesia, si nos hallamos en comunión con Dios”. Finalmente, esta doctrina de la predestinación proporcionaba a sus adeptos una fuerza preciosa en los tiempos de persecución:

      Para un protestante de París perseguido debió ser una consolación inefable pensar que Dios lo había destinado a la salvación, individualmente y desde toda la eternidad, de manera que nada de cuanto pudieran hacerle podía privarle de este destino divino… Debió ser (también) una amarga satisfacción… pensar que estos sus perseguidores y aquellos que se les parecían “han sido suscitados por el juicio justo, aunque incomprensible, de Dios para enaltecer la gloria del perseguido en la misma condenación de los perseguidores”.18

      Estas afirmaciones y estos sentimientos contrarios llevaban a Calvino a insistir cada día más en la predestinación. Habiendo sido negada ésta por su contradictor Bolsec (1551), hizo de ella un articulo de fe para el corpus pastoral de Ginebra.19 Los teólogos que habían de sucederle sólo debían avanzar por el mismo camino para hacer de la predestinación la piedra de toque de la ortodoxia.

      II. Obra eclesiástica, política y civil de Calvino

      Yo os pido que no cambiéis nada: a menudo os pedirán novedades. No es porque yo pida por mí, por ambición, que lo mío permanezca y que lo retengáis sin buscar lo mejor, sino porque todos los cambios son peligrosos y muchas veces perjudican.

      Esta recomendación del adiós dirigido por Calvino a sus colegas los pastores de Ginebra, antes de su muerte, no se refiere a su doctrina, de la que se limitaba a decir: “He enseñado con fidelidad y Dios me ha concedido la gracia de escribir”, sino a su obra eclesiástica, política y social. De donde se deduce que la consideraba como la parte más importante de su actividad y de su herencia. Su doctrina, su teología, no son extrañas a ello, pero queda toda influencia por las circunstancias y las experiencias de su ministerio práctico en la Iglesia y en el Estado. Al menos, esto es cierto en cuanto a su eclesiología y política.20

      La influencia del temperamento y de la formación intelectual

      El hombre queda marcado naturalmente por su manera de ser y por su primera juventud. El protestantismo ha tenido siempre (como las demás religiones) pastores-gobernantes: Zwinglio lo fue Zúrich; Ecolampadio en Basilea, Bucero en Estrasburgo, desearon serlo algunas veces (ya hablaremos del Reino de Cristo de este último, obra de un hombre de Estado, al menos en el deseo, tanto como de un teólogo). Nadie