Antología de Juan Calvino. Leopoldo Cervantes-Ortiz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Leopoldo Cervantes-Ortiz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417131579
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se ve expulsado a causa del asunto de los Pasquines;9 estamos en los inicios del año 1535 y Calvino abandona Francia con Du Tillet.

      Entonces comienza lo que podríamos llamar su historia clásica, historia fácil de resumir en pocas líneas y a base de unas pocas fechas. Una estancia en Basilea le permite lista y hacer imprimir la primera edición de la Institution Chrétienne, que se publica allí mismo en latín el año 1536. Un viaje a Italia le conduce el mismo año a la corte de Ferrara, donde se hallaba Renata de Francia. La intolerancia del duque le impidió prolongar su estancia.10 Cuando regresa, a pesar de su intención de volver a Estrasburgo a proseguir su vida de estudio, el primer reformador de Ginebra, Farel, le pilla en esta ciudad y le retiene en ella (julio de 1536) para que le ayude a organizar su Iglesia evangélica. No siendo al principio más que un simple “lector” de la Escritura, pronto logró imponerse gracias al importante papel que desempeña en las grandes asambleas religiosas reunidas en Suiza, y redacta para Ginebra, desde 1537, una Disciplina, un Catecismo y una Confesión de fe. Pero, siendo pastor, rechaza toda autoridad y niega a sus protectores de Berna el derecho a dictar leyes para la Iglesia, particularmente en lo que concierne a la liturgia y a la admisión de fieles a la Cena. Es expulsado de Ginebra (abril de 1538), al igual que Farel. Mientras éste último va a establecerse en Neuchatel, organizando aquella Iglesia, Calvino es llamado por los reformadores de Estrasburgo, Capitón y Bucero, para ser pastor entre los refugiados franceses y profesor de teología. Desde septiembre de 1538 hasta septiembre de 1541 lleva una vida apacible y activa y se casa; desarrolla su obra teológica, organiza su Iglesia y defiende los intereses generales de la Reforma, contra las concesiones de Melanchthon, en las asambleas de Francfort, Worms y Ratisbona.11 Reclamado urgentemente en Ginebra por las disputas de la ciudad con la Iglesia (13 de septiembre de 1541), logra en seguida que se adopten las Ordenanzas eclesiásticas que constituyen la comunidad ginebrina casi según sus deseos. Allí murió el 27 de mayo de 1564, después de la lucha y la obra que vamos a explicar.

      Experiencia y pensamiento religioso12

      Esto constituye para el historiador y para el lector no teólogo lo más esencial de su inagotable actividad. La doctrina, que no puede naturalmente ser despreciada, no es más que un conjunto de experiencias organizadas en sistema. El último en el tiempo de los grandes reformadores, Calvino, hubiera llegado tarde para una obra teológica perfectamente original: la Institución Cristiana, en su primera edición, es profundamente luterana. Pero el humanista que había sido y que seguirá siendo en sus realizaciones prácticas no hacía en teología obra de pura especulación: “La Palabra de Dios, enseña, no es para enseñarnos a balbucear ni para convertirnos en elocuentes y sutiles; sino reformar nuestra vida para que se conozca que deseamos servir a Dios y darnos enteramente a Él y conformarnos a su buena voluntad”.13

      Para Calvino se trataba de experiencia y de acción. Tal como lo decía la Epístola dedicatoria a Francisco I, Calvino había escrito la Institución para justificar a los protestantes acusados de doctrinas perversas y lo que en ella exponía, más que un sistema, era vida vivida por un alma profunda y ardiente.

      La primera experiencia de Lutero había sido la experiencia del pecado y de la angustia del pecador. Calvino habla de ello en unos términos menos personales pero igualmente enérgicos:

      Cuando la Escritura nos muestra quiénes somos es para aniquilarnos totalmente. Es verdad que los hombres se aprecian a sí mismos en grado sumo haciendo valer que existe una gran dignidad. Ya pueden apreciarse a sí mismos: sea como sea, Dios no ve en ellos más que basura y asco; les rechaza incluso hasta tenerles por detestables. Y así, ¿cómo tenemos esta locura y exageración en glorificarnos a nosotros mismos por lo que de virtud y sabiduría imaginamos poseer, cuando Dios, para aniquilarnos y confundirnos, usa solamente esta palabra: ¿y tú, hombre, quien eres? Cuando esto ha sido pronunciado ha sido para despojarnos plenamente de cualquier ocasión de gloria. Porque sabemos que no hay en nosotros una sola partícula de bien y que no podemos hacernos valer a nosotros mismos en cosa alguna.

      Pero, admitido esto, el hombre, sus pecados, sus necesidades, sus angustias, diríamos incluso que su salvación, cuentan mucho menos para Calvino de lo que contaba para Lutero. Promotor de aquella clara y fuerte “escuela francesa” de espiritualidad que, con Francisco de Sales, enemigo de las “almas femeninas”, apartará al fiel de la obsesión del inconsciente para interesarle, ante todo, por la “cima” del alma, que, con Bérulle, le propondrá la adoración como objetivo de la vida y que, con Vicente de Paul, le empujará hacia la vida activa, el francés Calvino lleva la mirada del fiel hacia Dios para detenerla en Él y le propone dos objetivos: honrar a Dios y servirle. A la teología de la salvación a través de la desesperación y que acababa por convertirse en antropocéntrica, le sustituye otra, teocéntrica y social, del honor de Dios y del servicio. Era ya la de Farel, de los nobles y del pueblo.

      El Dios de Calvino es el Dios que los místicos del fin del medioevo definían por las expresiones de horror, de espanto, de temor: “Cuando viene a nuestro pensamiento la horrible majestad de Dios, es imposible que no estemos espantados”; “Su infinitud debe aterrorizarnos”; “El temor es el fundamento de la religión”. Henos, pues, de nuevo ante el Sinaí, ante un Dios demasiado grande y demasiado santo para ser visto. Por ello el conocimiento que el hombre pueda tener de Él por vías naturales, bien lejos de ser una preparación, como creen los católicos, humanistas y zwinglianos, es una fuente de perdición:

      Durante la tempestad, si un hombre se encuentra en el campo, de noche, un rayo le permitirá dilatar su mirada hasta muy lejos, pero sólo durante un minuto; por ello de nada le servirá para llevarle al camino recto porque esta claridad se desvanece tan pronto que antes de haber echar un vistazo sobre el camino, desaparece en seguida y nuestro hombre se encuentra envuelto en la tiniebla ya hasta este punto debe ser guiado.

      No niego, en modo alguno, que aparezcan en los libros de los filósofos algunas sentencias bien alumbradas tocantes a Dios… Es cierto que Dios les da algunos pequeños gustos de su divinidad, con el fin de que no apelen a la ignorancia para excusar su propia impiedad, y les ha llevado así a pronunciar algunas sentencias por las cuales pueden ser convenidos.

      Únicamente la Revelación proporciona el conocimiento verdadero de Dios,14 que no es puro conocimiento, sino honor, obediencia y servicio.

      ¿Cuál es el objetivo fundamental de la existencia humana?, pregunta el Catecismo de 1541. El conocimiento de Dios. ¿Por qué decís eso? Porque Dios nos ha creado y nos ha puesto en el mundo para ser glorificado en nosotros. Es pues plenamente razonable orientar nuestra vida a su gloria, puesto que Él es creador de tal vida. ¿Cuál es el bien soberano del hombre? La respuesta es la misma. ¿Pero en que consiste el verdadero conocimiento de Dios? En conocerle a fin de prestarle todo honor que le es debido. ¿Cuál es, pues, la manera de honrar rectamente a Dios? Para honrarle debidamente es preciso poner en Él toda nuestra confianza, servirle obedeciendo su voluntad.

      Por lo que toca a la manera cómo el hombre es capaz de servir a Dios y de obedecerle, Calvino, de modo contrario a Lutero, sostiene que se produce en el pecador convertido una cierta santificación de hecho como consecuencia de la justificación por la aceptación y la imputación de la “sabiduría” de Cristo:

      El Señor corrige, o más bien deroga, nuestra naturaleza perversa y luego nos da de sí mismo una naturaleza buena.

      Cristo no purifica a nadie sin justificarle en seguida. Porque estos beneficios están unidos y marchan juntos, como un lazo perpetuo, que, al iluminarnos con sabiduría, también nos rescata, y cuando nos rescata nos justifica; y cuando nos justifica nos santifica.

      Esta expresión de “sabiduría” de Cristo recuerda el vocabulario humanista y zwingliano. Pero Calvino iba mucho más a fondo. Por el hecho mismo de que Dios, a causa del pecado, se halla sin relaciones con el hombre y mortalmente irritado contra él, es indispensable un verdadero Mediador. Calvino es tan cristocéntrico, o cristológico, como Lutero. Si para éste la respuesta a la angustia del pecado es la cruz de Cristo, Calvino —podríamos decir— va más lejos:

      Cristo, muriendo, se ofreció al padre en satisfacción… Su cuerpo no ha sido entregado simplemente como precio de nuestra