Antología de Juan Calvino. Leopoldo Cervantes-Ortiz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Leopoldo Cervantes-Ortiz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417131579
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más numerosos, cuya cantidad e importancia a menudo se ha exagerado: mercaderes de oficio, nada indiferentes a una mercancía muy bien pagada,31 pero que pronto se tomaban la cosa en serio hasta llegar a morir cantando salmos, como Macé Moreau de quien nos habla Crespin; militares celosos como “Guillermo Husson, boticario fugitivo de Blois para la Palabra de Dios”, que se fue alegremente al Parlamento de Rouen “a sembrar algunos libritos sobre doctrina de religión cristiana y de abuso propio sobre las tradiciones humanas”; correctores de imprenta y libreros, entre los cuales sobresaldrá Philibert Hamelin, de Turena, que conquistó para la Reforma la península de Arvert.32 Editor en Ginebra, trajo todos sus impresos y los expandió a través de Francia. Siguiendo a pie sus mulos, aprovechaba la ocasión para evangelizar por los caminos:

      Muchos fieles, nota Crespin (I, 469), han dicho de él que, a menudo, yendo por el país, espiaban la hora en que los campesinos tomaban su comida como tienen por costumbre bajo un árbol o bien bajo la sobra de un haya. Y allí, fingiendo descansar junto a ellos, aprovechaban la ocasión sirviéndose de medios sencillos para instruir en el temor de Dios, y acostumbrarles a rezar antes y después de las comidas, con tanta mayor razón cuanto que era él, Dios, quien les procuraba todas las cosas por amor de su Hijo Jesucristo. Y entonces, preguntaban a los pobres campesinos si quisieran que él mismo rogase a Dios por ellos. Unos lo aceptaban con gran satisfacción y quedaban edificados, otros se extrañaban ante cosas poco habituales, algunos se lo quitaban de encima porque les explicaba que se hallaba en camino de condenación sino creían en el Evangelio.

      Pero era preciso, además, que la ignorancia no limitara el éxito de esta propaganda por los impresos. Tal ignorancia no era, sin embargo, tan general como se supondría33 y quien se empeñaba en ello acababa por superarla, aunque no llegase a los resultados de aquel campesino de las cercanías de Guìllestre, Esteve Brun, de quien escribe Crespin (I, 335):

      Aunque no habiendo nunca frecuentado las escuelas, sabía leer y escribir en francés y estaba habituado durante su labor a la lectura del Nuevo Testamento en versión francesa; su trabajo servía para manutención de su familia y su lectura para instruirlo en el temor de Dios. Y a pesar de que los sacerdotes… le contradecían muy a menudo no sabían reprocharle otra cosa fuera de su ignorancia del latín y de que sólo leía esta Santa Escritura a crédito de otros… Estos reproches tuvieron en él tanta fuerza que se habituó a comparar la versión latina con la francesa de manera que consiguió con gran esfuerzo y con frecuentes comparaciones de las dichas traducciones entender y aducir en latín los pasajes del Nuevo Testamento.

      Todavía más fuertes, ciertamente, que la influencia de los libros y casi igual que la muerte triunfante y feliz de los mártires eran el ejemplo y la atracción que despertaban los “evangelios” en su vida de cada día. De uno de ellos, el picapedrero de Turena Octovien Blondel, escribe Crespin (I, 528): “Teniendo un buen conocimiento de la verdad del Evangelio, se comportaba con tal integridad y plenitud que era apreciado y honrado no solamente por los de su misma religión, sino incluso por otros comerciantes con quienes conversaba, de modo que había llegado a adquirir gran crédito y autoridad”.

      Hallándose en Lyon, “hospedado en el palacio, siendo como era de espíritu liberal, lleno de dulzura, no podía sufrir muchas de las palabras impúdicas y de las manera supersticiosa de su huésped y de los familiares de éste sin reprenderlos y amonestarlos”. De los protestantes de Troyes, dirá Nicolás Pithou, su contemporáneo: “En la juventud antes tan depravada notábese, al ser tocada por la predicación de la Palabra de Dios, un cambio tan brusco y tan extraño que los mismos católicos quedaban muy sorprendidos. Porque algunos de ellos, entregados antes a sus placeres… dejaban su vida pasada y la detestaban”. Pero todos estos puritanos de la primera Reforma no tenían en modo alguno mentalidad de separado. Crespin nos cuenta de Joan de Caturce que,

      hallándose en una cena la víspera llamada de los Reyes consiguió que todos cuanto estaban con él en vez de gritar, como era de costumbre, ¡”el rey bebé”! tuviesen por lema del banquete: ¡”Cristo reina en nuestro corazones”!, igualmente que después de haber cenado cada uno de ellos expusiera ordenadamente alguna cosa de la Escritura (en lugar de abandonarse a comentarios deshonestos o al baile) y entonces de Caturce habló mucho mejor que los otros.

      Pronto se vieron dotados estos primeros evangélicos de aquel canto religioso que tuvo y que sigue teniendo una importancia tan considerable en la propagación del Reforma. Se ha dicho que Marot empezó en 1533 la traducción del Salterio por el salmo 6.34 Muy pronto estos salmos del poeta de moda se hallarían en los labios de todos, a veces acompañados de música profana, vivaz y atractiva.35 Serán susurrados en la Corte por unos personajes incluso tan poco protestantes como Enrique II y Diana de Poitiers. Vino pronto el tiempo anunciado por Marot en el que llegaba a oírse:

      El campesino junto a su carro,

      El carretero en su camino

      Y el artesano en su taller

      Solázanse en su trabajo

      Con un salmo o un cántico.

      Y Bernard Palissy36 nos hace esta descripción bien conocida de los primeros evangélicos de Saintes, unos obreros:

      En aquellos días hubierais visto los domingos a los compañeros de oficio pasearse por los prados, por los bosques y por otros lugares placenteros cantando en grupos salmos, himnos y cánticos espirituales, leyendo e instruyéndose unos a otros. Hubierais también visto a los jóvenes y doncellas sentadas en grupos por los jardines y otros lugares deleitándose en cantar toda suerte de cosas santas.

      Primeros cultos evangélicos

      Lecturas espirituales, su comentario, salmos y cánticos, y también, sin duda mutuas exhortaciones y plegarias: esta aparición espontánea de un mínimo servicio divino acaba de manifestar que este “luteranismo” francés poseía ya a aquellos grupos piadosos, aquellos Haufen, en los que el reformador había visto la forma necesaria pero suficiente de la Iglesia visible. Florimond de Raymond nos da numerosas noticias de la vida espiritual de sus miembros:

      Cada uno de ellos vivía a su manera en su celda y rogaba a Dios a su estilo propio, como si antes de ellos no hubiera jamás en el mundo ni cristiandad ni Iglesia, ni forma alguna de rezar, de recibir los sacramentos y de servir a Dios. Los fieles se llamaban a sí mismos hijos de Dios: de modo semejante obraban los antiguos herejes como puede verse en san Agustín.

      Pero esta etapa de aislamiento duraba poco:

      Y si, en alguna ciudad, conseguía formar un pequeño grupo del Señor, se reunían a escondidas en cuevas (grutas) o lugares secretos para hacer sus oraciones, hablar de las cosas de su religión y de los medios de hacerla progresar. Unos llevaban consigo ejemplares de las confesiones de Sajonia (la Augustana), otros de la de Zúrich, la mayoría de la de Ginebra, la cual había de ganar poco más tarde la primacía sobre el luteranismo.

      A menudo estas reuniones tenían lugar por la noche, de donde se originaron las suspicacias y las acusaciones de desorden sexual, que el panfletario desarrolló abundantemente. Para los parisienses, las “Iglesias secretas” se reunían en los bosques que rodeaban la capital. Naturalmente tales grupos aprovechaban el paso de predicadores, de vocación u ocasionales, en particular, de monjes, como el jacobino Canus, quien “donde podía iba sembrando valientemente la doctrina del Evangelio”, y particularmente en Lyon “con gran auditorio”.

      Calvino y el ambiente ginebrino habían de mostrase, más tarde, muy reticentes, respecto a estos primeros núcleos evangélicos espontánea y débilmente organizados. Es, pues, muy interesante enterarnos a través de Forimond de Raymond de que el futuro Reformador participó y enseñó en uno de ellos. Ello fue en 1534, después de su huida de París. Pasando por Poitiers agrupará algunas personalidades de la ciudad en un “primer concilio calvinista” en un jardín y los llevó a una cantera:

      Allí, Calvino hacía la exhortación. Así era llamado al principio, el sermón. Invocando al Espíritu Santo, para que tuviera a bien descender sobre el pequeño rebaño que se reunía en su nombre, leía algún capítulo de la Escritura, y entonces aclaraba, o más bien complicaba sus dificultades. Cada