En esta última etapa del texto, además de la crítica a los enfermos que crean trasmundos y consuelos para su dolor, Zaratustra aborda de forma negativa la relación entre enfermedad y conocimiento. Veamos:
Tampoco se enoja Zaratustra con el convaleciente si este mira con delicadeza hacia su ilusión y a media noche se desliza furtivamente en torno a la tumba de su dios: mas enfermedad y cuerpo enfermo continúan siendo para mí sus lágrimas.
Mucho pueblo enfermo ha habido siempre entre quienes poetizan y tienen la manía de los dioses; odian con furia al hombre del conocimiento y a aquella virtud, la más joven de todas, que se llama: honradez [Redlichkeit]. (Z, “De los trasmundanos”)
Zaratustra les ha pedido a los enfermos que se transformen en convalecientes, que procuren recuperarse de la enfermedad y, con ello, producir las condiciones para crearse un cuerpo superior a partir de las propias fuerzas fisiológicas; las mismas que hicieron posible crear trasmundos y fuegos fatuos. Zaratustra les propone crearse un nuevo cuerpo. Pero como el convaleciente apenas está saliendo de la enfermedad, puede correr el peligro de crearse dioses o de seguir creyendo en los antiguos ya muertos. Es una forma de consuelo comprensible, pues estando enfermo se desea huir del dolor, ya que este, en principio, no es asumido como parte de la vida. Ahora bien, ¡cosa curiosa!: estos hombres ya no creen con la convicción de antes, pero se radicalizan: “demasiado bien conozco a estos hombres semejantes a Dios: quieren que se crea en ellos, y que la duda sea pecado” (Z, “De los trasmundanos”). Ya no se trata solo de la ilusión proyectada en mundos metafísicos, de la esperanza puesta más allá del hombre y de la tierra. No. Ahora estos hombres desean que se crea en ellos, que su sola fuerza de convicción baste para justificar esos dioses inventados por ellos. Vuelven a los tiempos oscuros en los que “el delirio de la razón”, que proyecta las ilusiones en mundos perfectos por encima o por detrás de los hombres, “era semejanza con Dios, y la duda era pecado” (Z, “De los trasmundanos”). Solo que ahora ya no se trata de una fe ciega en esos trasmundos, cuya existencia real se quería demostrar. Si ahora la duda es pecado, es porque estos hombres quieren que se crea en ellos y en sus delirios. Pero ellos solo creen en una cosa: en sí mismos. Su fuerza está en su poder de convicción. “En verdad, no en trasmundos ni en gotas de sangre redentora: sino que es en el cuerpo en lo que creen, y su propio cuerpo es para ellos su cosa en sí” (Z, “De los trasmundanos”). No obstante, se trata de un cuerpo enfermo del que quisieran escapar con gusto. Escuchan a predicadores de la muerte, de la huida del mundo, o se convierten en ellos.
Aquí se precisa una relación más clara con el conocimiento. Para el hombre del conocimiento es necesario ser más honrado sobre la propia condición, saber sobre el cuerpo, incluso en los momentos de enfermedad, así lo expusimos unas páginas más arriba. Ahora bien, dicho saber sobre el cuerpo es un conocimiento que está en función del crear. La propuesta consiste en saber del cuerpo y de la enfermedad o, mejor, del dolor, que implica el crear, como les dice Zaratustra a los contemplativos, a quienes les falta la inocencia en el deseo y se han creado un conocimiento “inmaculado”:5 “En verdad, igual que el sol amo yo la vida y todos los mares profundos. Y esto significa para mí conocimiento: todo lo profundo debe ser elevado – ¡hasta mi altura!” (Z, “Del inmaculado conocimiento”).
El conocimiento elevado, entonces, surge a partir del hundirse en su ocaso, como un conocimiento de la profundidad o del descenso a los estados más bajos de la existencia; es, pues, una comprensión del dolor y de aquello que este nos muestra cuando, como hombres del conocimiento, hacemos de la enfermedad un experimento: saber acerca de los diferentes ritmos del cuerpo y todo lo que ellos engendran.6 El cuerpo produce pensamiento y se aprende esto hundiéndose en su ocaso, haciendo del dolor propio de la existencia una ocasión para el experimento del conocer y no para huir fuera de lo que no nos pertenece. Para ello se requiere de la inocencia del deseo, de un deseo de experimentación. Una vez preparados de esta manera, es posible un conocimiento elevado que hunda sus raíces en la profundidad:
¡En verdad, no como creadores, engendradores, gozosos de devenir amáis vosotros la tierra!
¿Dónde hay inocencia? Allí donde hay voluntad de engendrar. Y el que quiere crear por encima de sí mismo, ese tiene para mí la voluntad más pura.
¿Dónde hay belleza? Allí donde yo tengo que querer con toda mi voluntad; allí donde yo quiero amar y hundirme en mi ocaso, para que la imagen no se quede solo en imagen. (Z, “Del inmaculado conocimiento”)
El deseo de conocimiento no se pone sobre una imagen vacía. Lleva su contenido en el sinsentido de la existencia, en lo contradictorio del sufrimiento; pero esto no acarrea consecuencias pesimistas, como ya expusimos. Zaratustra propone elevarse por encima del abismo o de lo profundo, habiendo descendido previamente hasta esas profundidades, donde adquiere el saber acerca de la fisiología en los momentos de enfermedad. Ahora sí puede elevarse hasta la propia altura. La experiencia del cuerpo, a través del dolor, ha enseñado sobre la periodicidad de la fisiología y de la vida en ella. Así surgen “creadores, engendradores, gozosos de devenir”, es decir, hombres del conocimiento, pero no de un conocimiento contemplativo e inmaculado, sino de aquel conocimiento que enseña que, a partir de la enfermedad y el dolor, como partes de la existencia, también puede afirmarse la vida. Con esa voluntad de engendrar se afirma la vida, eso enseña el conocimiento fisiológico. Existe honradez en el conocimiento cuando se trata de considerar tanto la propia existencia como la existencia en general. Es la honradez, la integridad del pensador que sabe acerca del cuerpo y de su capacidad de crear a partir de las fuerzas inmanentes; sean estas malvadas o no. “De los trasmundanos” concluye con esta propuesta:
Es mejor que oigáis, hermanos míos, la voz del cuerpo sano: es esta una voz más honrada y más pura.
Con más honradez y con más pureza habla el cuerpo sano, el cuerpo perfecto y cuadrado: y habla del sentido de la tierra. (Z, “De los trasmundanos”)
Transición del saber sobre el dolor que nos profundiza hacia la experiencia de la duración
Las primeras cuestiones que nos planteamos con Nietzsche nos han conducido hasta su propuesta de escuchar el cuerpo, entendido como sentido de la tierra. Veamos. Nos preguntábamos por la procedencia de una filosofía. Esta pregunta, de acuerdo con Nietzsche, nos pone sobre la pista de la relación entre filosofía y cuerpo. Poder acceder a los motivos de una filosofía, a través de la fisiología, no es algo que venga dado por una escogencia caprichosa del filósofo; es, por el contrario y en primera instancia, el producto de una muy particular experiencia del cuerpo, que luego va tomando un aspecto más universal, en la medida en que el filósofo deja de lado la confidencia autobiográfica y se pregunta sobre lo aprendido en un estado prolongado de enfermedad. En Nietzsche, proponerse hacer una genealogía de las distintas filosofías consiste en señalar la distribución