8 Tal puede ser también el significado del verbo alemán vertiefen. Ya veremos que el libro Aurora surge de una experiencia de socavamiento, de profundización.
Capítulo II
La experiencia de la duración y el esfuerzo
El esfuerzo muscular y los estados internos
Nos proponemos ahora estudiar a Bergson en su intento por romper con los hábitos de la conciencia reflexiva que, al interponer la idea de espacio, nos impiden acceder a la duración en nosotros y, sobre todo, a considerarla de forma distinta a una evaluación numérica. Seguiremos el tema del cuerpo con cierto detenimiento en el capítulo primero del Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (1889), para llegar al centro del libro, en el capítulo segundo, donde se encuentra la intuición fundamental de la obra y, en general, el punto de partida de toda la obra filosófica de Bergson: la duración.
La intensidad de los estados psicológicos simples como problema
En el primer capítulo del Ensayo, Bergson se plantea el problema de si es posible hablar de una ‘magnitud intensiva’ para los hechos de conciencia. Al parecer, cuando se concibe este tipo de magnitud aplicada a las sensaciones, interviene la idea de número: cuando se dice de un número que es mayor que otro, se establece una relación entre continente y contenido, es decir, el número mayor contiene en cierto sentido al menor; lo mismo sucede cuando se habla de un cuerpo mayor que otro. “En los dos casos, se trata de espacios desiguales […] y se llama espacio mayor a aquel que contiene a otro” (E, p. 51, énfasis agregado). Aplicar esta relación al carácter interno de la sensación complica las cosas y pone en cuestión la ‘magnitud intensiva’ referida a los hechos internos. Esto lo hace, en principio, el sentido común cuando pretende hablar de una mayor o menor intensidad de la sensación, introduciendo subrepticiamente el número, en cuya base está la idea de espacios distintos y su relación entre continente y contenido. De acuerdo con esto, una sensación de mayor intensidad contendría a la de menor intensidad. Surge, de este modo, un problema:
¿Cómo contendrá una sensación más intensa a una sensación de menor intensidad? ¿Se dirá que la primera implica la segunda, que se alcanza la sensación de intensidad superior tan solo a condición de haber pasado primero por las intensidades inferiores de la misma sensación, y que también hay aquí, en un cierto sentido, relación de continente a contenido? Esta concepción de la magnitud intensiva parece ser la del sentido común, pero no se la sabría erigir en explicación filosófica sin cometer un verdadero círculo vicioso. (E, pp. 51-52)
Bergson señala muy bien lo difícil de evaluar, a través de la magnitud, los hechos internos: el sentido común en el acontecer diario de la vida aplica esta forma de evaluar, originada en la idea del espacio, cuando quiere pensar las sensaciones, los sentimientos, las emociones, las pasiones, en una palabra, los hechos de conciencia. Y cuando este proceder se eleva a explicación científica o a nivel filosófico, se cae en innumerables contradicciones por no pensar nuestro interior de modo distinto a como se evalúan las cosas exteriores.
Bergson se pregunta por el signo para reconocer, en una serie de intensidades, un progreso dispuesto en orden creciente, como el de los números, donde reconocemos contenidos en el número mayor los precedentes en una serie natural. Qué significa, entonces, ‘intensidad’, para aplicarle el término ‘magnitud’,1 pues está claro que las intensidades “no son cosas que se puedan superponer” (E, p. 52).
Con esta entrada crítica también nos preguntamos por el carácter mismo de los hechos de conciencia. Si son intensidades, entonces ¿es posible aplicarles algún tipo de magnitud? En el Ensayo la forma de llevar a cabo el examen de los hechos de conciencia es la interpretación: ¿qué significa que un hecho de conciencia pueda ser intensivo? Pero, ¿un estado interno es más o menos intenso?, ¿posee él mismo una magnitud? Así, los hechos internos piden ser interpretados. Falta saber entonces si los criterios usados por el sentido común, por ejemplo, sirven para dar cuenta de lo propio de esos estados y si ha intervenido un criterio impropio para evaluarlos. Hay pues que ir a la ciencia y a la filosofía cuando han hecho esto y han extendido, de forma inapropiada, los criterios del sentido común.
Bergson no duda de la intensidad de un estado psicológico, pero hay que encontrarle significado. Por el momento, parecen darse dos órdenes de realidad que terminan vinculados cuando se trata de evaluarlos. Uno es el de lo extenso, cuya evaluación permite sin contradicciones las relaciones numéricas. El otro, el de lo inextenso que, debido a su intensidad, no permite una aplicación fácil de la magnitud en el momento de pensar el más y el menos en dicho orden. Se ha interpretado el orden inextenso como una ‘magnitud intensiva’, pero ello lleva a muchas contradicciones, con un agravante importante, y aquí viene otra característica relevante en el proceso filosófico del Ensayo: el uso del lenguaje y los distintos significados de los términos para la evaluación no sirven cuando los usamos en los estados internos. ¿‘Más’ y ‘menos’ significan lo mismo cuando hablamos de las cosas del mundo y cuando hablamos de los hechos de conciencia?
Se dan, pues, dos órdenes: por un lado, el de las cosas, el orden de lo extenso o, mejor, el del espacio y, por el otro, el de los hechos psicológicos, el orden de lo inextenso; al aplicar indistintamente ‘más’ y ‘menos’ a las relaciones numéricas entre los objetos o los fenómenos del mundo y a las variaciones de intensidad, digamos, de una sensación causada por estos últimos, viene la sospecha de si no ha habido una traducción injustificada de un orden por el otro. Sospecha que aparece ya en el prólogo del Ensayo, y que problematiza no solo el lenguaje, sino que también afecta la concepción misma de esos órdenes de realidad:
Cuando una traducción ilegítima de lo inextenso en extenso, de la cualidad en cantidad, ha instalado la contradicción en el corazón mismo de la cuestión propuesta, ¿sorprende que la contradicción se vuelva a encontrar en las soluciones que se le dan? (E, p. 49)
Del origen profundamente espacial de la idea de número y del lenguaje usado para nombrar nuestras representaciones parece provenir la concepción de una magnitud intensiva. Así, en un primer momento, hay que determinar si la intensidad puede ser una magnitud y qué significa intensidad en los estados simples y complejos del alma. A este respecto, en el Ensayo se nos dice que “la dificultad del problema” estriba en que “llamamos con el mismo nombre y nos representamos de la misma manera intensidades de naturaleza muy diferente” (E, p. 55).
En los estados simples la intensidad consiste en un “matiz” o coloración o, todavía mejor, en una cualidad del estado simple que correspondería a cierta medida de la excitación recibida de fuera. Ahora bien, antes del examen de la ‘intensidad’ en los estados internos causados por una excitación exterior, Bergson analiza los estados que se bastan a sí mismos y, por profundos, “no se muestran de ninguna manera solidarios de su causa exterior, y que no parecen tampoco envolver [envelopper] la percepción de una contracción muscular” (E, p. 63). En estos estados, por ser simples, podría definirse fácilmente la intensidad. Sin embargo, son raros y, prácticamente, no hay estado interno que no esté relacionado con unos síntomas físicos o con una causa exterior.
Estados simples del alma son la alegría, la tristeza, la pasión reflexiva, la emoción estética, etc. El “matiz” o “cualidad” (cf. M, p. 491) de los estados simples viene a ser la expresión de cierta multiplicidad, en principio proveniente