En los casos donde no interviene ningún síntoma de carácter físico, la alegría no consistiría, sin más, en un hecho aislado que ocupa al principio un pequeño lugar en el alma y en su progreso iría ganando terreno. “En su grado más bajo, ella se parece bastante a una orientación de nuestros estados de conciencia en el sentido del porvenir” (E, p. 57). Es claramente una orientación constitutiva de un vínculo entre esos estados. Esa dirección es una especie de coloración, cuya orientación dinámica hacia el porvenir es, en cierta forma, forzada. Luego, la atracción parece disminuir, “nuestras ideas y nuestras sensaciones se suceden con más rapidez”, como sin esfuerzo. De inmediato, Bergson explica con claridad el matiz; lo caracteriza como una “indefinible cualidad”, comparándolo en la alegría extrema “a un calor o a una luz, y tan nueva, que en ciertos momentos, al volver sobre nosotros mismos, experimentamos como un asombro de ser” (E, p. 57).
Este asombro de ser es indefinible por ser cualitativo, pues la conciencia reflexiva, acostumbrada a establecer diferencias tajantes y a yuxtaponer términos, está mal preparada para percibir las coloraciones que tiñen, en este caso, un conjunto de estados internos. También el estado extremo de la alegría, además de adquirir una tonalidad especial para un conjunto de estados, se percibe como un cambio de cualidad, respecto del momento más bajo de la alegría, tanto que ahora esta se experimenta como un “asombro de ser” [étonnement d’être]. El cambio de naturaleza se observa entre el esfuerzo inicial de la orientación de nuestros estados y la rapidez o facilidad con que se suceden, hasta alcanzar este asombro de ser que nos invade. Sin embargo, seguimos llamando de la misma manera esas transformaciones sucesivas, como si se tratara de un mismo estado y, además, aislado de otros. En este último sentido, es la conciencia reflexiva, habituada a la multiplicidad discreta de las cosas en el espacio, quien no consigue dar cuenta del matiz que tiñe una multiplicidad particular de nuestros estados internos.
Establecemos así puntos de división en el intervalo que separa dos formas sucesivas de la alegría, y este encadenamiento gradual de la una a la otra hace que ellas nos aparezcan a su vez como intensidades de un solo y mismo sentimiento, que cambia de magnitud. (E, p. 57)
La que determina las diferencias de magnitud entre las formas sucesivas de la alegría es la conciencia reflexiva. Esta no percibe cambios de naturaleza. Muy influida por sus hábitos, ve cosas iguales y diferencias de cantidad. En la alegría solo vería un único estado que cambia de magnitud, no obstante, los distintos cambios se los experimenta en forma sucesiva y, sobre todo, dinámica. Para comprender mejor esto, se requiere un esfuerzo grande de reflexión o de introspección –“al volver sobre nosotros mismos”–, con el fin de percibir el dinamismo propio de los estados internos y observar los diferentes matices que se van dando y señalan cambios cualitativos. Este es el papel de la denominada “conciencia inmediata” en el Ensayo. Volver sobre uno mismo implica dejar atrás los hábitos cuantitativos arraigados en la conciencia, dirigirse entonces hacia lo más interior y así dar cuenta de los estados profundos, sin recurrir a la idea de espacio; si esta influye solo estableceríamos en estos últimos diferencias de cantidad.
La intensidad, más que la cualidad de un único estado, es el matiz o cualidad que pueden experimentar una masa, una multiplicidad, de estados internos, “o, si se quiere mejor, el mayor o menor número de estados simples que penetran la emoción fundamental” (E, p. 55). Lo propio de los estados psíquicos es ser cualitativos, al tiempo que múltiples; solo que esta multiplicidad no es de elementos discretos, sino de penetración mutua. Dicha multiplicidad exige, entonces, un criterio de evaluación distinto al de la cantidad y un esfuerzo de introspección por parte de la conciencia, para no asociarla al espacio y lograr un mejor acceso a los estados internos.
Relación entre intensidad y cuerpo en el esfuerzo muscular
Establecida la intensidad en los estados internos simples, separada del espacio, Bergson examina otros estados simples, cuya intensidad parece desenvolverse en extensión, como si se tratara de adentro hacia afuera. Tal es el caso del esfuerzo muscular, situado al otro extremo de “la serie de los hechos psicológicos” (E, p. 63) y vinculado con la superficie del cuerpo.
Se tiende a evaluar estos fenómenos como magnitudes, a pesar de estar relacionados con un hecho psíquico, pues comportan una fuerza muscular y, por ello, se sitúan en la superficie del cuerpo. Al hecho psicológico, pues, se lo evalúa en términos de ‘magnitud intensiva’, a causa de esa relación con la superficie del cuerpo, con lo que se vicia la apreciación de los estados internos por parte de la conciencia. Veamos el proceso:
Como la fuerza muscular que se despliega en el espacio y se manifiesta por fenómenos mensurables nos produce el efecto de haber preexistido a sus manifestaciones, pero bajo un menor volumen y en estado comprimido, por así decirlo, no dudamos en apretar [resserrer] este volumen cada vez más, y finalmente creemos comprender que un estado puramente psíquico, que no ocupa más espacio, tiene sin embargo una magnitud. (E, pp. 63-64)
Se da, pues, un paso injustificado, cuyo origen está en la consideración de la intervención de la fuerza muscular: se evalúan a partir de esta los estados internos por lo sucedido a nivel del cuerpo. Más problemático todavía es pensar que un estado puramente psíquico, que no ocupa espacio, sin embargo, sí tendría una medida, por mínima que fuera. En este caso, se evalúa la intensidad bajo el parámetro de la magnitud. Ahora bien, la ciencia no ha hecho más que “fortalecer” esta creencia del sentido común. Es así como se pretende mostrar la existencia de una fuerza centrífuga, sea de orden nervioso o una “sensación de origen central”, que nos advertiría del esfuerzo muscular asociando, por medio de una traducción ilegítima, la sensación a un despliegue cuantitativo. También hubo quienes pensaron en una explicación de orden centrípeto; por ejemplo, William James, que habla de la energía muscular como ‘una sensación aferente compleja’, que viene a producir una modificación desde los puntos interesados de la periferia (cf. Worms, 1999).
Aunque Bergson muestra sus simpatías por las demostraciones de James, prefiere no mediar en la discusión, pues se preocupa más por el problema filosófico de saber en qué consiste “nuestra percepción de la intensidad”, en este caso, del sentimiento del esfuerzo muscular.
Aquí es pertinente anotar que Bergson no se vale de explicaciones a priori; más bien, pretende mantener su línea de pensamiento recurriendo a experimentos o a experiencias observadas de cerca y con cuidado. Incluso, en este caso, su crítica a las posiciones sobre la fuerza centrífuga se dirige al significado de las observaciones aducidas por sus defensores, precisando hechos que no han observado con suficiente agudeza. Esto define su filosofía desde el comienzo. Más adelante veremos las implicaciones de una filosofía cuya exigencia es la de profundizar en el esfuerzo de representación no espacial, sin descuidar el orden corporal.
Ahora bien, basta con observarse atentamente a sí mismo para llegar, sobre este último punto [el problema filosófico planteado], a una conclusión que el señor James no ha formulado pero que nos parece del todo conforme al espíritu de su doctrina. Nosotros pretendemos que cuanto más un esfuerzo dado nos produzca el efecto de crecer, más aumenta el número de músculos que se contraen simpáticamente, y que la conciencia aparente de una más grande intensidad de esfuerzo sobre un punto dado del organismo se reduce, en realidad, a la percepción de una más grande superficie del cuerpo que se interesa en la operación. (E, pp. 65-66)
Bergson ilustra la percepción del cambio cualitativo de la sensación del esfuerzo muscular con ejemplos como el del puño cerrándose o el de los labios que se aprietan. El aumento del esfuerzo vincula progresivamente un buen número de puntos interesados del organismo. Pero este vínculo no es sin más una simple sumatoria, consiste sobre todo en una simpatía progresiva.
Se percibe, por una parte, debido a hábitos muy arraigados en la conciencia, el aumento del esfuerzo en el lugar donde se localiza inicialmente, y se piensa que se trata “de un estado de conciencia único, que cambiaba de magnitud”