El cuerpo duradero. Luis Antonio Cifuentes Quiñones. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Luis Antonio Cifuentes Quiñones
Издательство: Bookwire
Серия: Laureata
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789587813593
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Había que descender para aprender de la periodicidad de los estados fisiológicos, pero esa misma vivencia le enseñó a mirar desde la altura, desde el ángulo de la vida. La vivencia se volvió experimento del que conoce.

      En nuestro filósofo, no obstante, se manifiesta también una tendencia instintiva a buscar los remedios apropiados. Por eso, piensa, está sano: “como summa summarum yo estaba sano” (EH, “Por qué soy tan sabio”, §2). Esa tendencia a no dejarse “tratar por médicos” le servía para buscar lo que necesitaba. Ahora bien, para poderse sanar a sí mismo, la condición “– cualquier fisiólogo lo concederá– es estar sano en el fondo” (EH, “Por qué soy tan sabio”, §2). Por ello, dijimos arriba que el hecho de ser la antítesis de la decadencia es el rasgo más propio del carácter de Nietzsche, de acuerdo con él mismo. Curarse a sí mismo –incluso del orgullo, como expusimos más arriba– es lo característico de “un ser típicamente sano”, incluso el estar enfermo puede ser “un enérgico estimulante para vivir, para más-vivir” (EH, “Por qué soy tan sabio”, §2). Es un rasgo de fuerza vital darse a sí mismo los remedios, porque se trata de más-vivir. Los libros del filósofo pertenecientes al periodo medio son un buen ejemplo no solo de dialéctica, sino que también son expresión de salud, aunque parezca paradójico –en la segunda parte de este escrito desarrollaremos el tema del cuerpo, cuando tratemos los libros del periodo medio de Nietzsche. Vista esa época desde la comprensión de Ecce homo, es posible observar cómo estaba presente ya la perspectiva de la vida:

      Así es como de hecho se me presenta ahora aquel largo periodo de enfermedad: por así decirlo, descubrí de nuevo la vida, y a mí mismo incluido, saboreé todas las cosas buenas e incluso las cosas pequeñas como no es fácil que otros puedan saborearlas, –convertí mi voluntad de salud, de vida, en mi filosofía… (EH, “Por qué soy tan sabio”, § 2)

      Aquí, la perspectiva de la vida que Nietzsche gana para su filosofía aparece vinculada con la voluntad de salud; así se ve él mismo como filósofo. El punto de vista de la salud es una característica de conjunto, de ver la vida desde lo general, desde la salud misma. Los estados valetudinarios le han dado una visión más fina para el detalle, lo pequeño, el matiz. Tal visión se veía impedida por el uso del lenguaje para nombrar sólo estados internos superlativos, lo mismo que por el espacio limitado y general al que nos restringe la forma como se configuró el alcance de nuestros sentidos (cf. A §§115 y 117). Ver la propia vida y la vida en general desde la salud, lo mismo que experimentar la enfermedad situado ahí, lo llevaron a dejar de ser pesimista: “el instinto de autorrestablecimiento me prohibió una filosofía de la pobreza y del desaliento” (EH, “Por qué soy tan sabio” §2).

      Die Hinterweltler es el término utilizado por Nietzsche que, vertido al castellano, Andrés Sánchez Pascual traduce como ‘los trasmundanos’. De acuerdo con una nota, el traductor pasa literalmente el término acuñado por Nietzsche, que considera mejor que otras traducciones, como “De los creyentes en ultramundos”, “De los alucinados de un mundo pretérito”, “De los visionarios del más allá”, traducciones que considera artificiales y, podríamos decir, demasiado complicadas para traer a nuestro idioma la idea más concreta que el filósofo quiere explorar en dicho apartado: “Nietzsche formó esta palabra por analogía con Hinterwäldler, de uso corriente, que significa: el que habita en el Hinterwald (la parte detrás del bosque), pero también: ‘troglodita’, ‘provinciano’, ‘hombre inculto’. El ‘trasmundano’ es, evidentemente, el ‘metafísico’” (Sánchez Pascual, en Nietzsche 2001[1883-1885], p. 448, n. 47).

      No deja de ser interesante la génesis de la palabra, puesto que su analogía con Hinterwäldler la carga de significado metafórico en el Zaratustra. Es evidente el tono irónico y humorístico que puede tener en principio, por la sonoridad, el término: hombre provinciano e inculto. Pero, también, el ‘metafísico’. En esta especie de confesión autobiográfica de Nietzsche, el primitivo Zaratustra creyó en trasmundos porque proyectó, “en otro tiempo”, su ilusión “más allá del hombre”, lo mismo que los trasmundanos. En esos trasmundos creyó concretar su ilusión. Pero ellos son una invención que, además, tiene una proveniencia muy humana: el deseo de apartar la vista del propio sufrimiento. Aun así, no le bastó con ello: además proyectó esa ilusión como un “mundo” inventado por un dios “sufriente y atormentado”. Dicha invención, por su parte, no tiene únicamente un sentido moral, sino también cosmológico: un dios sufriente se crea un mundo para apartar su vista de sí mismo y de su sufrimiento. Examinemos el texto, en el que alcanzamos a distinguir tres etapas.

      Una primera etapa nos describe la invención de Zaratustra de un dios que crea un mundo imperfecto, queriendo apartar la vista de sí mismo y de su propio tormento: “sueño me parecía entonces el mundo, e invención poética de un dios; humo coloreado ante los ojos de un ser divinamente insatisfecho” (Z, “De los trasmundanos”). Un mundo creado y puesto ante sí, donde se proyecta la contradicción eterna. Mundo trágico de la voluntad, para usar la terminología de El nacimiento de la tragedia. “Imagen, e imagen imperfecta, de una contradicción eterna” (Z, “De los trasmundanos”). Imagen puesta en frente, para huir de sí mismo; proyección eterna de la propia contradicción de un dios que no consigue estar satisfecho consigo mismo y que, con esa misma insatisfacción, logra colorear el mundo con las propias contradicciones. Es el mundo metafísico de la ley férrea de la voluntad –“un ebrio placer para su imperfecto creador”–, la cual busca ciegamente una superación de la contradicción del mundo humano en el misterio de la tragedia. Pero no se nos olvide cómo comienza el apartado, con una confesión autobiográfica de Zaratustra: quien proyectó su ilusión en ese dios y su mundo fue el mismo Zaratustra: “en otro tiempo también Zaratustra proyectó su ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los trasmundanos. Obra de un dios sufriente y atormentado me pareció entonces el mundo” (Z, “De los trasmundanos”). A partir de esta contradicción, según creemos, sentida, entre un saber capaz de proyectar su ilusión y la creencia en que un dios sufriente creó un mundo contradictorio, un mundo con sentido moral y metafísico, imagen que recoge las contradicciones del sufrimiento, Zaratustra logra formularse una pregunta que, como un tirabuzón, lo saca de ese ensimismamiento entre su sufrimiento y su dios: proyectó su ilusión “¿más allá del hombre, en verdad?” (Z, “De los trasmundanos”).

      Esta pregunta abre una segunda etapa en el escrito. Una especie de genealogía de la proyección metafísica de los trasmundanos. Vuelve su reflexión sobre el momento de creación de un dios como proyección propia… humana: “¡ay, hermanos, ese dios que yo creé era obra humana y demencia humana, como todos los dioses!” (Z, “De los trasmundanos”). Ese dios y el mundo que sostiene no son para el pensamiento el producto de una revelación; son, más bien, una invención humana, cuyo origen es el cansancio y el sufrimiento de “un pobre fragmento de hombre y de yo”, dice Zaratustra. Ese fantasmagórico mundo metafísico tiene su origen en el sufrimiento y en ese deseo de huir de él. Sabiendo esto, se cierne, así, la sospecha sobre ese “más allá del hombre”, pues, además de ser una creación humana, es probable que no haya nada allí. En otro tiempo se proyectaron las ilusiones en un mundo metafísico, pero era obra de la limitación humana, en ese mundo solo habitaban los fantasmas de un fantasmagórico creador que también era creación humana, demasiado humana. Eso es lo que tiene que decirles Zaratustra a los trasmundanos: “¿más allá del hombre, en verdad?”, ¿en un mundo verdadero y verdadero sentido