¿Qué ocurrió, hermanos míos? Yo me superé a mí mismo, al ser que sufría, yo llevé mi ceniza a la montaña, inventé para mí una llama más luminosa. ¡Y he aquí que el fantasma se me desvaneció!
Sufrimiento fue, e impotencia, – lo que creó todos los trasmundos; y aquella breve demencia de la felicidad que solo experimenta el que más sufre de todos. (Z, “De los trasmundanos”)
Zaratustra les dice algo muy interesante aquí a los trasmundanos. Ya sabemos que el mundo metafísico ha sido creado por el sufrimiento, pero también ha intervenido la impotencia de poder crear, la que se creó ideales. Nietzsche dice algo parecido en Ecce homo, al referirse a la época de Humano, demasiado humano:
No pertenece a ella [a la naturaleza de Nietzsche] el idealismo: el título dice “donde vosotros veis cosas ideales, veo yo – ¡cosas humanas, ay, solo demasiado humanas!”… Yo conozco mejor al hombre… La expresión ‘espíritu libre’ quiere ser entendida aquí en este único sentido: un espíritu devenido libre, que ha vuelto a tomar posesión de sí. (EH, “Humano, demasiado humano”, §1)
No se trata de crear ideales, sino de volver a tomar posesión de sí. Tal vez esta sea la “llama más luminosa”: el tomar posesión plena de las propias fuerzas creativas. Pero por ahora nos interesa más otro aspecto que aparece en el pasaje del Zaratustra. Nos dice que el haber creado trasmundos está asociado a una “breve demencia”, la felicidad que produce proyectar las propias ilusiones, huir del mundo y ponerlas más allá del hombre. Eso produce impotencia y sufrimiento, pero el cansancio es también una especie de embriaguez nociva, pues aísla del mundo y proyecta un mundo multicolor por fuera del hombre. Es la auténtica embriaguez de los trasmundanos; su felicidad y placer consisten en huir del mundo, por medio de creaciones, verdaderas manifestaciones de la voluptuosidad propia del sufrimiento y del pesimismo.
En el §50 de Aurora, Nietzsche hace una interesante caracterización de la embriaguez que nos da algunas luces sobre lo que venimos exponiendo. El aforismo se llama “La creencia en la embriaguez”. Comienza describiendo el carácter de un determinado tipo de hombres “que viven instantes sublimes y de éxtasis”, cuyo placer, producido en esos instantes, entra en abierto contraste con sus condiciones normales, cuando “se sienten miserables y desconsolados”. En esos momentos consideran aquellas vivencias “como su verdadero sí mismo, como ‘yo’”, a causa del enorme desgaste de fuerza nerviosa implicada en esa suerte de elevación. Por lo mismo, también piensan su miseria y falta de consuelo como “consecuencias de lo que está fuera de ‘ellos mismos’” (A, §50). Es de resaltar la importancia dada por Nietzsche al desgaste de fuerza nerviosa en los estados de embriaguez; este produce el señalado contraste y la felicidad consiguiente que en esos momentos de elevación no se percibe como producto del cansancio y del deseo de huir de él. La sentida diferencia de estados, junto con el desprecio de lo exterior que sobreviene en estos hombres, es generadora del sentimiento de venganza que, se puede decir, se dirige incluso en contra del propio cuerpo. “La embriaguez les parece la verdadera vida, el verdadero yo, no viendo en los demás sino enemigos que tratan de impedirles o de obstaculizarles el placer de su embriaguez, ya sea esta de naturaleza espiritual, moral, religiosa o artística” (A, §50).
Vemos con qué claridad Nietzsche describe muy bien la psicología de estos embriagados; de la mano de ella avanzamos en la comprensión del apartado del Zaratustra que venimos comentando más arriba. En la base de lo que dice Zaratustra sobre esa época, cuando proyectaba sus ilusiones más allá de lo humano, estaría esta comprensión de Nietzsche sobre el origen del éxtasis. La sobreexcitación y el desgaste consiguiente de la energía nerviosa, propios del estado de éxtasis, llevan a creer que la felicidad se encuentra en esa clase de estado, más aún, el cansancio encubierto por él también da origen a la venganza. Antes de volver sobre el Zaratustra, terminemos de examinar el aforismo de Aurora, para entender mejor el alcance de lo que describe Zaratustra.
Aunque Nietzsche habla de que estos “ebrios entusiastas” han sembrado, sobre todo, el descontento y el cansancio “con respecto a ellos” mismos, podemos decir que aquí, además, se encuentra el origen del desprecio con respecto a todo lo que les rodea: “estos no hacen más que sembrar incansablemente esas malas hierbas que son el descontento con uno mismo y con el prójimo, el desprecio del mundo y de la época” (A, §50). En estos hombres, cansancio y venganza se encuentran en íntima relación. Nietzsche los llama “desenfrenados, lunáticos y medio dementes”, incluso “genios”, y les achaca buena parte de los males de la humanidad. Esta afirmación es interesante, puesto que la venganza que el autor le atribuye atribuye a una moral pesimista proviene de la fatiga y la sobreexcitación nerviosa, lo mismo que del entusiasmo producido por esos estados de éxtasis. Un estado de cansancio nervioso produce fantasmagorías, creaciones magníficas y multicolores, también la creencia en esa embriaguez como la auténtica manifestación de sí. Estos embriagados entusiastas no se percatan de la proveniencia de sus éxtasis, es decir, del deseo de escapar del sufrimiento y la miseria sentidos. De la mano de esa creencia son capaces de producir religiones, reformas morales, arte, incluso Estados. Los caracteriza lo desmesurado de sus estados, les falta el dominio de sí. Se presentan como reformadores e inspirados, con la contundente arma de decir y hacer creer que eso no proviene de ellos, como si fuese una inspiración divina. Nietzsche se atreve a sentenciar:
Para colmo, esos entusiastas cultivan con todas sus fuerzas la creencia en la embriaguez espiritual como cree el que vive en la vida misma. ¡Es, en efecto, una creencia terrible! Del mismo modo que hoy se corrompe a los salvajes con ‘aguardiente’, hasta hacerles perecer, toda la humanidad ha sido envenenada lenta y radicalmente por los aguardientes espirituales que producen esos sentimientos narcóticos y por quienes mantenían vivo el deseo de experimentar dichos sentimientos. Tal vez la humanidad perezca por esta causa. (A, §50)
Este final del aforismo nos permite también sacar algunas conclusiones sobre esa segunda etapa que distinguimos en el texto del Zaratustra, y que venimos comentando. Si, como hemos hecho con el §50 de Aurora, nos guiamos por la descripción psicológica que hace el propio Nietzsche sobre los embriagados extasiados, es de suponer que Zaratustra habría actuado como cierta parte de la humanidad entusiasta, produciendo sus propios narcóticos espirituales, creando un dios y su mundo y, con ello, proyectando su propio cansancio y sufrimiento, en la búsqueda del placer y, por qué no, del consuelo narcótico como una suerte de remedio para el sufrimiento sentido. Esta misma comprensión sobre sus propias creaciones autoriza a Zaratustra para hablar a los creadores de trasmundos y mostrarles la procedencia y el sentido de lo que producen. Para crear trasmundos, se requiere, no obstante, de una fuerte creencia en sí mismos y, por ende, en que su embriaguez es de inspiración divina. Ya vimos el mecanismo de esa embriaguez. Crear trasmundos es una forma de consuelo porque proviene de sentimientos narcóticos producidos en estados de embriaguez; de tal modo que estos últimos estados son buscados con el fin de alejar el sufrimiento, proyectándolo fuera del hombre. Esto hizo Zaratustra en otro tiempo.
Ahora sí podemos entrar a una tercera etapa en “De los trasmundanos”. Ya en la segunda se observaba un mecanismo fisiológico que produce los sentimientos narcóticos y elevados a partir de los cuales se crean trasmundos. En el lugar donde puede señalarse otra inflexión del texto en el Zaratustra se va a hacer más evidente el papel de la fisiología en la creación de trasmundos y, ligado a este, el origen de estos últimos a partir del querer. La fatiga lleva a querer elevarse más allá del hombre de un solo salto:
Fatiga, que de un solo salto quiere llegar al final, de un salto mortal, una pobre fatiga ignorante, que ya no quiere ni querer: ella fue la que creó todos los dioses y todos los trasmundos.
¡Creedme, hermanos míos! Fue el cuerpo el que desesperó del cuerpo, – con los dedos del espíritu el trastornado palpaba las últimas paredes. (Z, “De los trasmundanos”)
Fatiga del cuerpo “que ya no quiere ni querer”, el cuerpo, incluso, desesperó de su querer. Esa huida ha sido provocada por el cuerpo mismo que, queriendo huir de