Es curioso observar que el idioma quiché, procedente del maya, que era el que se hablaba por los indios más civilizados de Yucatán, centro de donde acaso irradió la cultura de los pueblos posteriores, se fué extendiendo poco á poco hasta llegar á remotas comarcas. En la lengua materna de los cañaris del Ecuador, no hay palabra alguna que no pueda interpretarse por medio del idioma quiché[35], lo cual demuestra que las emigraciones de las razas que poblaron las Antillas, Méjico y Centro América atravesaron el istmo de Panamá, y el primer punto en donde deben de haberse establecido fué el que ocupan las hospitalarias costas ecuatorianas de occidente.
De la lengua quiché hace entusiastas elogios la magnífica obra de Pi y Margall, sobre la América precolombina, hasta el punto de juzgar que esa lengua indígena ofrece más riqueza de expresión y más energía de conceptos que el idioma castellano. Sea de ello lo que fuere, creo yo que sí puede establecerse que, de las lenguas mayas, es la que merece más el estudio de los filólogos.
Según Humboldt, pasaban de veinte las principales lenguas que en Méjico se hablaban á la llegada de los españoles, y se habían escrito gramáticas de catorce de ellas. Sus nombres son: azteca ó mejicano, otomita, tarasca, zapoteca, misteca, maya ó yucateca, totonaca, popoluca, matlazinga, huasteca, mija, caquiquella, taranmara, tepehuana y cora. Esta lengua azteca ó mejicana es menos sonora que la de los incas, de la cual hablaré luego, pero no por eso es menos rica y abundosa que ella, al decir de filólogos que las han estudiado. Es aglutinante por todo extremo, como puede verse por la palabra Notlazomahuizteopixcatatzin, que los indios dirigían á los curas, y significa: "Sacerdote venerable á quien amo como á mi padre."[36]
El quichua y el aimará dominaron en una vasta región de la América del Sur, y aún se distinguen por su armonía imitativa, y por la riqueza de conceptos que en largas frases pueden contener tan sonoros idiomas. La lengua chilena era pobre y distinta de la peruana, aunque pertenecía, como todas las americanas, á la familia de las aglutinantes ó polisintéticas, que por una simple agregación, al principio, medio ó fin de la palabra, modifican su valor gramatical, sentido ó significado[37].
Enbalde el abate Brasseur de Bourbourg, que tan valiosos documentos extrajo de nuestras bibliotecas y archivos, ha querido probar, en varias páginas de sus obras[38], (que revelan mucho de imaginación) que las lenguas mayas se derivan del latín, griego, inglés, alemán, escandinavo etc. Hoy es teoría admitida la de que no tienen ninguna relación, por más que casualmente haya una que otra palabra análoga en las lenguas del antiguo y en las del nuevo continente. La torre de Babel es un mito; los idiomas no tienen un origen único. Müller, Renán, Toly, Schleicher y otros sabios lingüistas, demuestran ampliamente que de numerosos centros de lenguaje, han brotado los idiomas y dialectos que actualmente se conocen[39].
Por lo demás, tuvieron los religiosos españoles empeño en escribir gramáticas en las lenguas indígenas; pero vaciándolas en los moldes latinos, á usanza de Lebrija, como si los idiomas todos tuvieran la misma estructura, y pudieran acomodarse á sintaxis, conjugaciones, declinaciones y accidentes propios del modo de expresarse de los hijos del Lacio. Tengo, por ejemplo, á la vista la del Padre Fr. Ildefonso Flores, y sé que el domínico Marcos Martínez escribió la gramática quiché, el mercedario Gastelú la de los lacandones, el franciscano Rodríguez un "Arte y vocabulario cackchiquel," Francisco Parra el diccionario quiché, cackchiquel y zutujil, el P. Cadenas los vocabularios cackchiquel, quiché y poconchí. También daban á luz frecuentemente doctrinas y confesionarios en esas lenguas, como el libro preciosísimo y raro, del cual conservo un ejemplar impreso, intitulado: "Christianoil tzilz pa cakchiquel, qhabal, releçan ahan Obispo Don Francisco Marroquín: nabei Obispo cakchiquel, ru proponel Emperador. Qui hunam vach cralz cakchiquel chí Santo Domingo, San Francisco: Padre Fray Juan de Torres, Fray Pedro de Betanços."
"Doctrina cristiana, en lengua guatemalteca: ordenada por el Reverendísimo Señor Don Francisco Marroquín, primer Obispo de Guatemala, y del Consejo de Su Majestad etc. Con parecer de las Religiones del Señor Santo Domingo y San Francisco: Fr. Juan de Torres y Fr. Pedro de Betanços. Impreso en Guatemala, con la licencia de los superiores, por el Br. Antonio Velasco. 1724."
CAPITULO SEGUNDO
Tribus bárbaras y naciones civilizadas del Nuevo Mundo, particularmente las del istmo Centro Americano.
SUMARIO
Tribus que poblaban las orillas del Mississipi.—Diferencias que las distinguían de las otras de la América del Norte.—Lo que dice de ellas Mr. Tocqueville.—Indios del Norte de Nueva España.—Descripción que de ellos hace el Barón de Humboldt.—Tribus bárbaras de Méjico.—Aborígenes semisalvajes de Centro América.—Naciones civilizadas del Nuevo Mundo.—Estado de progreso de los aztecas.—Diferente cultura de las naciones de Centro América, el Perú y Méjico.—Primitivos pobladores de Guatemala.—Balán Votán.—Los nahuas ó nahoas.—Origen de los quichés, cackchiqueles, zutujiles y mames.—Fastos de la monarquía quiché.— El Memorial de Tecpán Atitlán.—Diversos pueblos que existían en Guatemala.—La opulenta Utatlán, corte de los reyes quichés.—Su palacio, fortaleza, colegios, suntuosidad y explendor.—El reino cackchiquel.—Cómo estaban esos reinos cuando vinieron á conquistarlos los españoles.—Sus ruinas demuestran la civilización que tuvieron en tiempos antiguos.—Los incas, su cultura y desarrollo.
En la exuberante tierra regada por el Padre de las Aguas, ó sea el Mississipí, como se llamaba, desde la época de los indios, ese gigantesco río, se hallan tan fértiles valles y tan risueñas llanuras, que era imposible que el hombre, siempre amante de la bella naturaleza, no hubiera buscado su morada en aquellas espléndidas comarcas. Entre el nogal y el álamo, en los ribazos agrestes y en las verdes praderas, vagaban, desde tiempo inmemorial, tribus aborígenes. Asomando por la desembocadura del río San Lorenzo hasta el delta del Mississipí, desde el Atlántico hasta el Pacífico, esos salvajes tenían caracteres de semejanza que atestiguaban su origen. En lo demás, dice Mr. de Tocqueville[40], se diferenciaban de todas las castas conocidas: ni eran blancos como los europeos, ni amarillos como la mayor parte de los asiáticos, ni negros como los negros. Su piel era rojiza, sus cabellos largos y relucientes, sus labios delgados, y los juanetes de sus mejillas muy sobresalidos. Las lenguas que hablaban los pueblos salvajes de América se diferenciaban por los nombres; mas todas ellas estaban sujetas á las mismas reglas gramaticales, las cuales se apartaban en muchos puntos de las que hasta entonces habían regido al parecer la formación del lenguaje entre los hombres. El idioma de los americanos parecía efecto de nuevas combinaciones, y anunciaba por parte de sus inventores, un arranque de inteligencia de que son poco capaces los indios de hoy día[41].
El estado social de estos pueblos se diferenciaba también, bajo de varios aspectos, de lo que se veía en el antiguo mundo, cual si se hubieran multiplicado libremente en el seno de sus desiertos, sin contacto con estirpes más civilizadas que la suya; y así, no se encontraban entre ellos esas nociones dudosas é incoherentes del bien y del mal, esa corrupción profunda que de ordinario se mezcla con la ignorancia y la rusticidad de costumbres, en las naciones cultas que han vuelto á ser bárbaras. El indio todo se lo debía á si mismo: sus virtudes, sus vicios y sus preocupaciones eran su propia obra; y había crecido en la independencia bozal de la naturaleza.
La tosquedad del populacho en los países cultos, no consiste solamente en que son ignorantes y pobres, sino en que siendo tales, se rozan diariamente con hombres ilustrados y ricos. La vista de su infortunio y debilidad, que cada día forma contraste con la fortuna y poderío de algunos de sus semejantes, produce al mismo tiempo en su corazón rencor y temor, y la idea que tienen de su inferioridad y dependencia, los irrita y humilla, y ese estado interior del alma se reproduce así en sus costumbres como en su lenguaje, siendo insolentes al par que bajos. La verdad de este aserto se prueba fácilmente,