Los Indios, su Historia y su Civilización. Antonio Batres Jáuregui. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Antonio Batres Jáuregui
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 4057664141163
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y tribus salvajes de la América Central, en los tiempos precolombinos.

      Por lo demás, ya que en esta última mitad del presente siglo ha despertado en Europa el espíritu de inquirir, con interés y hasta con entusiasmo, cuanto se relaciona con la historia de las primitivas razas del Nuevo Mundo, natural parece que se diera alguna extensión á la presente obra, puesto que el istmo de Centro-América fué emporio de soberbias ciudades y núcleo de poderosos imperios, antes de la conquista española. Al propio tiempo, pues, que he hecho un estudio detenido del origen, lenguas, costumbres, gobiernos, religión, ciencias y demás fases de la cultura indiana, he procurado diseñar especialmente la manera como han venido pasando, al través de los tiempos, los aborígenes pobladores de Guatemala: los procedimientos que, durante el gobierno colonial, se emplearon para con ellos, y los esfuerzos que se han hecho para mejorar su estado; concluyendo por apuntar los escollos con que tropieza el avance de su civilización, é indicando los medios que más pronta y eficazmente pueden contribuir á darle vigor y desarrollo.[1]

       Índice

      "Si mi pluma tuviese dón de lágrimas yo escribiría un libro titulado El Indio, y haría llorar al mundo.

      Juan Montalvo.

      La arqueología prehistórica exhibe como continente muy viejo al que hoy llaman todos Nuevo Mundo, y que apenas hace cuatrocientos años volvió á estar en comunicación con el resto del planeta. Animales antidiluvianos han desaparecido para siempre de la tierra, y diez selvas sucesivas se han visto sobrepuestas unas á otras en terrenos de este suelo, llamado poéticamente virgen; mientras que el hombre americano, cuyos huesos han permanecido por miles de años junto con los restos de géneros de mamíferos tiempo ha extinguidos, vive y se multiplica, como es ley de la naturaleza. En 1844 se encontraron en el Brasil esqueletos humanos, confundidos con los del mastodonte y el megalonix; en un corte del Mississipí, entre fragmentos de árboles de terrenos cuya formación tiene más de mil siglos, según Dowel y Lyell, se vieron huesos de hombres, y había un cráneo cubierto por las raíces de añoso ciprés, que habría vivido mucho más, para sucumbir al fin. En Boston se muestra al viajero, en el Museo de Historia Natural, una calavera encontrada en California, á setenta varas de profundidad, en unión de muchos fósiles de animales gigantescos; cerca de Buenos Aires se han recogido, revueltos con piedras talladas groseramente, algunos fragmentos de esqueletos de aquellos antiquísimos pobladores de la argentina pampa, que se guarecían bajo las conchas enormes de colosales tortugas, á guisa de rústicas viviendas (glyptodon elegans). Los estudios geológicos recientes han hecho penetrar la investigación á remotísimas fechas, evocando perdidos recuerdos y añadiendo, según las expresiones de Mr. de Quatrefages, gran número de siglos á la historia.[2]

      En efecto, el rey de la creación, representante, al decir de Egard Quinet, de la luz del mundo en su medio día, apareció cuando pudo ese ser privilegiado, alzándose recto sobre sus piés, avanzar sin esfuerzo, sin encorvarse, ni arrodillarse, ni rastrear, donde el espacio se desarrollaba delante de él, y le convidaba á tomar posesión del horizonte; donde toda la tierra le decía, como dijo Cristo al paralítico de la Piscina ¡Levántate y anda![3] El hombre es el único de los animales que anda en el tiempo; es decir, que progresa en la historia, que sale del estado primitivo, salvaje, al estado semiculto y al civilizado. El tiempo, ese eterno generador y destructor á la vez, ha venido atestiguando en la tierra, la marcha de la humanidad hacia adelante, dejando las generaciones que mueren, el legado de sus adelantos á las generaciones que nacen.

      Cuando las velas desplegadas de tres pequeños barcos españoles traían á la América el espíritu europeo, que alboreaba en renacimiento histórico, al expirar el siglo XV, la transición iba á ser brusca y súbita; la temperatura moral, el medio ambiente social, el torrente de las ideas, el huracán de las creencias, el estallido de las pasiones, la dinamita del interés, inflamada por el celo religioso, que, á usanza musulmana se imponía entonces á sangre y fuego; todo hubo de poner en choque la civilización latina con la indígena civilización de América. ¿Podrían los pobladores de aquende el océano, salvar de una vez el tiempo que separa la edad de piedra de la edad de plata?........ El exterminio, por la conquista, al filo de la espada, fué la suerte de casi todos los innumerables pueblos que por tantos siglos habían venido creciendo y desarrollándose en este continente. En la parte que los ingleses ocuparon desaparecieron los indios, que apenas se dejan ver hoy en una que otra tribu, que errante vaga, lejos del bullicio de las villas y ciudades.[4] En donde los españoles clavaron el estandarte de los reyes católicos, no se destruyó por completo la raza aborigen; pero en cambio, la fuerza del vencedor la subyugó de tal manera, la explotó de tal modo, que apagó en ella la vida moral, las expansiones del espíritu. Sin que sea mi ánimo culpar á la heroica España de los efectos y consecuencias que debía producir la conquista en el siglo XVI, ya que ni lógica, ni históricamente podía esperarse otra cosa diversa, es lo cierto que á los férreos soldados iberos tocóles producir ese choque ciclópeo de una civilización avanzada con otra civilización remota; y que en la lucha social, había de acontecer lo que sucede diariamente en la renovación de los elementos de la naturaleza. Las mismas manos que pusieron al emperador de Méjico en una parrilla, á una Anacaona en la horca, á un nobilísimo inca en afrentoso suplicio y á un Caupolicán en la punta de una lanza, esparcieron la semilla del progreso europeo, de la civilización del viejo continente, en las tierras que anegaban de sangre y fertilizaban con lágrimas. Así como el descubrimiento de América estaba preparado por los designios de la Providencia, la conquista del Nuevo Mundo se hallaba históricamente preparada también, á causa de los sucesos varios que en luchas sangrientas dividían á los pobladores de estas comarcas americanas, cuya civilización harto había decaído.

      Los imperios más ricos y populosos que existían aquí, al tiempo de la conquista, que eran el de los aztecas, el de los incas y el de los quichés, se hallaban menos civilizados que los antiguos indios, que levantaron monumentos grandiosos en Mitla, Copán, Palenque, el Cuzco, Titicaca, Huanuco y Tiahuanaco. La escritura fonética de los mayas era más perfecta que la de pinturas y nudos usados por los demás pueblos. Hubo en América, á no dudarlo, invasiones de tribus salvajes del continente mismo, que destruyeron mucho de la cultura de los antiquísimos imperios, más viejos acaso que los de Siria y Babilonia. La civilización de Méjico, Centro América y el Perú, creen algunos que se elaboró en el suelo americano, sin tomar nada á los chinos, á los japoneses, á los israelitas, á los fenicios, á los celtas, á los germanos, ni á los escandinavos.[5] Dicen que era una civilización original y mucho más adelantada, en época remota á la venida de los españoles, bien que es preciso confesar que, no obstante los prodigiosos adelantos que los geólogos y cosmógonos han alcanzado en los últimos tiempos, aún permanecen esos puntos en tela de juicio. Lo que sí está demostrado, en la antigua historia de los naturales del Nuevo Mundo, es que se verificaron invasiones de tribus bárbaras; de tal suerte que la tragedia que en el viejo continente tuvo por desenlace la caída del imperio romano, se repitió en América; y los hunos, alanos, vándalos y godos de aquende el mar, consiguieron destruir una civilización que podía relativamente competir con las de Roma, Nínive, Egipto y la India.[6] Lo mismo que en el antiguo mundo, nótase en América que, en ciertas épocas dadas, la civilización, semejante al sol, sigue su curso de Oriente á Occidente, y las invasiones bárbaras llegan á los imperios cuando ha sonado la hora precisa de su caída. Se las ve siempre salir del Norte, para arrojarse sobre las regiones del Mediodía, y siguiendo una marcha análoga á la de la civilización, que desciende del nordeste al sudoeste.[7]

      Divididas unas tribus de las otras, ni siquiera se entendían, ya que siendo América el hemisferio menos poblado, era el que contaba con mayor número de idiomas.[8] Lejos de haber espíritu continental entre los indios, había odios profundos y tendencias á la destrucción y al exterminio. Poco antes de llegar los conquistadores españoles, sacrificaron los mexicanos, á sus dioses, después de una guerra, setenta y cinco mil prisioneros[9]; de tal suerte que el elemento europeo, en escaso número, sólo fué un medio de que usó la Providencia