¿De dónde proviene la serenidad de los griegos? De que se quedaron siempre niños; de que sufrieron menos que otro pueblo alguno las crisis de la transición de una temperatura, de una edad del mundo á otra edad.
¿No sentís, por el contrario, en la melancolía de Virgilio el lamento de una especie que se extingue? Todo el antiguo mundo itálico, latino, sabino, se ve perecer y gime en el alma del poeta; abismo escondido debajo de la púrpura.
Nosotros también hemos visto á la edad moderna acabar de extinguirse, y nuestros oídos están todavía llenos de las lamentaciones que aquel naufragio inspiró á los poetas, á principios de este siglo. Algo se muere, parecían decir todos ellos, y el lamento crece y redobla de Chateaubriand á Byron, hasta que se endurecen los corazones y se forja un mundo nuevo. Entonces deja de comprenderse ya esa poesía de desolación y llanto.
Edad de piedra, edad de bronce, de hierro ó de plata; la transición de una á otra no puede efectuarse sin dolor. Hay para cada pueblo, como en la vida de cada hombre, una crisis, una mudanza en el tránsito de la infancia á la adolescencia, á la juventud, á la edad madura."[14]
Las tribus indias de América, aún están hoy, como estaban antes de la conquista, mejor dicho, han retrogradado y han perdido el espíritu de ir adelante. Contemplan por doquiera enemigos ó dominadores, y luchan por conservar sus costumbres, porque saben, por experiencia triste, que cada vez que ha sobrevenido para ellos un cambio, ha sido para caer en un abismo más profundo y doloroso. Siguiendo la ley de la naturaleza, que por doquiera pugna por la vida, la raza indígena se apega á sus hábitos, como la crisálida al capullo que la sepulta; podrá el gusano llegar á ser mariposa de colores, pero la transformación siempre se teme y se rechaza, aunque se espere un cielo tras la puerta del sepulcro.
Esos pobres parias, que pasan su vida miserablemente, ignorando lo que fueron ayer y sin preocuparse de lo que serán mañana, sólo pueden encontrar en la embriaguez lenitivo á lo monótono y cansado de su existencia. "Sienten una necesidad suprema: la de llorar sus desventuras. Y, ¡cosa rara! en esos cantos y lamentos, no suenan para nada los nombres de los antiguos soberanos, de los antiguos héroes, como en la poesía popular de las razas oprimidas, que tienen anales heroicos y que se acuerdan de ellos.
Este olvido es tanto más incomprensible, cuanto más abundantes y grandiosos son los restos del pasado de América. Las ciudades conservan aún en pié los palacios de los antiguos señores: los caminos que cruzan el interior han sido delineados y abiertos por los principales dueños del territorio; las aguas corren todavía por los cauces que ellos les designaron, y en muchos parajes las colinas y los cerros forman inmensas escaleras á las cuales cubría de vegetación la industria de los adoradores del Sol.
Pues bien, si os fuera dado interpretar los tristes sonidos que el indio arranca á su querida quena al pié de las colosales murallas, antes cubiertas de oro; si, al caer el sol y á la media luz de esa hora "del silencio y del pesar profundo," siguiéseis de cerca las huellas de sus toscas sandalias, á lo largo de esos caminos abiertos en la roca por sus antepasados; si, entrada ya la noche, os acercáseis hasta el solitario sitio en que el infeliz viajero, rodeado de sus hijuelos, distrae la fatiga y los pesares tocando su instrumento favorito, podríais sorprender ayes dolorosos salidos del fondo del alma, lánguidos suspiros de amor, tiernas quejas y orientales manifestaciones de una alma enamorada. Pero en medio de esas quejas contra el rigor de la mujer querida, ni una sola contra el rigor de los dominadores; en medio de esas endechas fúnebres, ni un solo canto varonil y enérgico en honor de la grandeza pasada, ni en prueba de que tienen conciencia de la abyección presente.
Aquello es un pueblo huérfano, que ha perdido hasta el recuerdo de sus glorias.
Una raza sin alientos, porque ha perdido hasta la esperanza, hasta los deseos de la libertad.
El llama, que hace marchas inmensas, sin comer ni beber, suele en ocasiones sublevarse contra su fatal sino y echarse al suelo, decidido á morir en el sitio, antes que dar un solo paso más. El indio, perdida la esperanza ó la paciencia, ha tomado una resolución idéntica. Se ha dicho como el sectario de Mahoma ¡Más vale estar tendido que de pié, y muerto que vivo! Ha llamado en su socorro al genio del suicidio, y el infeliz no puede morir, y lleva ya tres siglos de agonía.
Cuando el viajero árabe nota que llega la última hora para el camello que cruza el desierto, echa pié á tierra, y sacando del cinto el enorme puñal, se lo clava en el corazón, en premio de sus leales y preciosos servicios. En América hay otra costumbre. Cuando un caballo fatigado no puede dar un paso más, por las pampas de arena de la costa, se le deja atrás, abandonado en medio de la horrible soledad, para que muera de hambre y de sed, viendo á los buitres revolotear sobre su cabeza.
Con la raza indígena se ha hecho una cosa parecida. "No se la ha muerto, dándole una puñalada en el corazón; se la ha abandonado, para que perezca de hambre y sed, para que los buitres la devoren."[15]
Por eso es que todo corazón levantado, ha de acoger con entusiasmo, la idea de amparar, de ayudar, y si posible fuere, de civilizar á los indios, que todavía se ven en tribus aisladas del resto de nuestras poblaciones, y que conservan aún los idiomas primitivos y las costumbres, y hasta los vicios de sus antepasados. Más de las dos terceras partes de la población de Guatemala está formada por los aborígenes, estancados muchos de ellos en sus colectividades, y sin tener ni patria, ni aspiraciones, ni superiores anhelos, ni tendencias á mezclarse con la parte culta del pueblo. Si en vez de haberse perdido á las veces las fuerzas vitales y creadoras del país en fratricidas luchas, odios de bandería que no tienen razón de ser, escepticismos que desalientan, y negaciones que arguyen ignorancia, se hubiera trabajado filantrópicamente, con asiduidad, por la civilización de los indios, algo se hubiera obtenido y mucho se habría hecho, ya que no sólo por espíritu de justicia y alardes de caridad, sino hasta por interés patriótico, debemos empeñarnos en no tener, á fines del siglo XIX, esas tribus estacionadas, que son rémora para el desarrollo material, intelectual y político de la nación. La historia nos demuestra que es harto peligroso dejar á los indios formar un status in statu, perpetuando su separación, la rusticidad de las costumbres, su miseria y todos los motivos de odio contra las otras castas.[16] Sobre todo, ¿cómo ha de progresar un país cuanto debiera, si la mayoría se compone de hombres que se hallan hoy en más atraso que el que tuvieron en los primeros siglos, que se visten y se mantienen como lo hacían allá en la época de Quicab ó de Balam Acam?
PRIMERA PARTE
Tiempos precolombinos, ó los indios antes del descubrimiento de América
CAPITULO PRIMERO
Origen del hombre americano. Sus razas é idiomas
SUMARIO
Diversas opiniones acerca del origen de los indios.—Inmigraciones.—Manera como han podido verificarse.—Teoría del abate Brasseur de Bourbourg.—Remotísima antigüedad del hombre americano.—Razas indígenas diversas.—Existen algunas tribus blancas.—Opinión de Mr. Bennet Dowler acerca del tiempo que lleva el Nuevo Mundo de estar habitado por hombres.—Lenguas que encontraron los españoles al llegar á América.—No hay analogía entre los idiomas de éste y del Antiguo Continente.—Caracteres de las lenguas americanas.—Opinión de Bancroft sobre dichas lenguas.—Grupos de civilización que fija el Dr. Berendt en Centro-América con relación