—No hace falta. —Me di la vuelta para encontrarme de cara a sus senos desnudos. Eran operados, pero no exagerados. Bendecía las manos de su cirujano—. Iré a visitar a un amigo y comeré con él, ¿vienes?
Esmeralda, la curvilínea latina de ojos verdes con la que salía regularmente desde que había descubierto a Amanda con Helga, pegó un chillido lleno de emoción. Era la primera vez que compartíamos una actividad ajena al sexo. Un avance para ella, una desgracia para mí. El único objetivo era desquitarme con su cuerpo hasta que otra bruma bloqueara mi distracción, no encontrar otra prometida. Ella, sin embargo, no estaría feliz hasta tener algo más. Era lógica simple. Si no estaba feliz conmigo, mucho menos estaría feliz conmigo durante el sexo, lo que se traducía a mis pensamientos de Rachel no siendo noqueados por sus curvas.
Esto era solo un sacrificio a cambio de mi paz mental.
—Nathan, ¿qué me pongo? —me preguntó cuando salimos de la ducha—. ¿Puedo usar lo que traía puesto? Si quieres, pasamos por mi casa. No quiero parecer una…
—No te preocupes. —Estaba hambriento, así que empecé a comer una manzana que había traído de la cocina mientras se afeitaba en el baño, lo cual encontraba extraño, tras ajustarme la corbata. Ya estaba listo—. Diego es muy… despreocupado. Será un desayuno casual. —Mi vista fue a sus senos—. No te lo tomes muy a pecho.
Juntó las cejas con preocupación.
—¿Estás seguro?
—Seguro.
—Pero Nathan… —Hizo un puchero—. ¿Tanto te cuesta llevarme unos diez minutos a casa? —Deshizo el nudo de su toalla. Era hermosa. Tenía un lindo cuerpo, una melena rubia brillante y un rostro con demasiados rasgos femeninos, empezando por el gran tamaño de sus labios marrones, los ojos rasgados y sus marcados pómulos—. Piénsalo. Entro, busco lo que quiero y salgo. Puedo cambiarme en el auto.
Le di otro mordisco a mi manzana.
—Lo siento, linda. Estoy hambriento. —Reí cuando sus ojos brillaron. Seguro pensaba que había abierto la posibilidad de ser convencido con sexo—. Pero no de nada que puedas darme —solté antes de salir de mi habitación.
Rachel
—Tu casa es muy hermosa —elogié cruzando el umbral de su entrada—. Mucho.
—Gracias, pero tú lo eres más. —Diego, que cargaba con Madison, me ofreció su codo. Lo acepté—. ¿Antes de empezar con el trabajo me dejas darte un recorrido?
¿Cómo podía decirle que no a esa cara?
—Por nada en el mundo me negaría.
Asintió, conforme, antes de empezarme a guiarme a través del pasillo.
Paredes de color salmón, piso de mármol y obras de arte esparcidas por doquier fueron los principales íconos del tour. La decoración era clásica e involucraba exóticos detalles, como la chimenea de gas en el centro de la sala, petunias que adornaban cada una de las ventanas, enredaderas usadas como divisores y cuero en los muebles. El comedor era la habitación más grande después del recibidor, pero no tan impresionante como los jardines trabajados por las que apodó las mujeres de su vida, con quienes nos reunimos en la terraza cuando terminamos.
Luz bebía té con la misma elegancia que su progenitora. A diferencia de Diego, poseía rizos rubios envidiables y ojos de color oliva, que no pasaban desapercibidos. Dichas características eran herencia de su madre, la que, a pesar de ser décadas mayor, se veía igual de atractiva. El trato de ambas conmigo y Madison rozó lo celestial. Atentas a cada una de nuestras necesidades, ajenas a las hipocresías y completamente valientes a la hora de dar su opinión, eran las clientas perfectas.
—¿Qué piensas de un amarillo pastel, Luz?
—Pues… —Jugó con sus dedos—. ¿Estaría bien con blanco perlado?
Arrugué la nariz.
—Podríamos intentarlo, ¿pero no sería muy chillón?
—¿El amarillo no lo es?
—El amarillo pastel no.
Diego puso los ojos en blanco. Nos oía mientras Madison pisoteaba sobre su regazo. Él no la soltaba desde que habíamos llegado y no era como si ella se quejara demasiado, más bien lo contrario. Mi pequeña no se cansaba de batirle las pestañas y de agitarse para llamar su atención con el movimiento de su vestido rosa de encajes.
—¿Qué pasa con el azul real?
—Es tu día. —Me incliné para apretar su mano—. Si azul real es lo que quieres, azul real es lo que tendrás.
A diferencia de mí, Luz ya sabía el sexo de su bebé por llegar. Era un niño.
—Bien. —La sonrisa volvió a alumbrar su rostro—. ¿Qué más falta escoger?
—El catering.
—¿No deberíamos probar las opciones? —Se sonrojó cuando su madre le dio una mirada desaprobatoria—. ¿Qué? Es lo usual, ¿no?
—Tus antojos son lo usual ahora —la molestó Diego entre risas.
—Es lo usual. —Le guiñé. Estuve en la misma posición de quererme comer el mundo. Literalmente hablando—. En media hora llegarán las muestras, Luz, tranquila. Conseguí que trabajaran un fin de semana. No habría sido lo mismo si las hubiera almacenado en mi congelador.
—Eres una maravilla. —Agitó sus rizos al negar—. Te adoro.
—Te adoramos —añadió su madre.
—Bueno, bueno, ya está bien. No quiero que me la roben. —Diego se levantó—. Hablar de comida me ha dado hambre, ¿a ustedes no? Creo que los amigos sobornables de Rachel del mundo de los eventos todavía no llegan, ¿o sí?
—No, deberían estar aquí después del mediodía.
—Entonces no deberíamos postergar más el desayuno. Es la primera vez que me levanto temprano para uno en años. —Me ofreció una sonrisa—. ¿Vienen?
—¡Pensé que nunca lo dirías!
Luz, a pesar de estar embarazada, saltó de su silla como un resorte.
—La quiero, pero me va a matar cuando dé a luz y se vea la figura. —La señora Acevedo se frotó las manos debido al frío antes de perseguir a su hija. Nos habíamos quedado detrás de los hermanos; Madison, con ellos—. Estoy segura de que lo primero que hará será preguntarme por qué la dejé comer tanto.
Yo, como no sabía qué responder, me encogí de hombros.
—Quién sabe. Quizás se adapte a las curvas —susurré—. Pero pienso que lo primero que preguntará es si él está bien.
La mujer me sonrió con todo el encanto del mundo, probablemente recordando sus propios partos.
—Cierto.
Entre otras bromas, curiosidades y anécdotas de la maternidad, por fin llegamos al comedor a hacer compañía a los otros tres que ya devoraban las raciones de frutas y carbohidratos. Feliz de cómo la estábamos pasando de bien, Maddie, enamorada de Diego, y yo, enamorada de su madre y hermana, me serví algunas rodajas de banana con pudín de chocolate y bocadillos de pan que resultaron estar rellenos de jalea de frambuesa. Cuando pregunté por qué todo era tan dulce, Luz me contestó que, empalagándose en las mañanas, no se volvía loca por el chocolate en las noches.
Diego se molestó con nuestro cambio de tema, de sus viajes a otros continentes a dietas, pero no le quedó más remedio que quedarse en silencio hasta que una de las empleadas del servicio anunció la llegada de un nuevo acompañante y su mujer. Cuando ambos aparecieron, necesité todo de mí para no lanzarle el cuchillo al nuevo.
El maldito donador de esperma estaba aquí.
Nathan