Deseos encontrados. Oscary Arroyo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Oscary Arroyo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013201
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preguntárselo a tu padre. —Harta de la mayoría de nosotros, la organizadora de Luz se dio la vuelta y empezó a arrastrar un cochecito en el que había puesto a Madison dentro, quien reía sujetándose a sus pies—. Así como a mí no me molesta que me llames Raquel, espero que a ti tampoco te moleste que te llame hija. —Le guiñó—. De cariño.

      Esmeralda, por fin consciente de que el cariño de Rachel podía ser veneno, dio por finalizado el lanzamiento de ácido. Por el rabillo del ojo noté cómo Luz y su madre, aliviada por no tener que ver a su hijo cortejando lo prohibido, de nuevo, reían. Al parecer eran del equipo R.

      Me uní con una sonrisa que tuve que contener.

      —Nathan. —Diego se apresuró a levantarse—. Ten más cuidado con quien te relacionas y más con quien traes a mi casa —susurró en mi oído antes de salir corriendo tras ella como un perro faldero.

      Incómodo por las consecuencias de lo sucedido, Esmeralda y Luz intentaban hablar de las nuevas tendencias dentro del mundo de la moda mientras su mamá se deleitaba con las muestras de comida para el baby shower. Los seguí para ver si sacaba algo más del desafortunado encuentro casual. Afortunadamente así fue. En un determinado momento me hallé en la sala, solo, a unos tres pasos de Maddie. Escuché sus risas en la cocina. Ante ello una potente sensación de irritación se apoderó de mí pese a que tal vez estuviera exagerando. Pero ¿cómo eran capaces? Ella era tan pequeña, tan vulnerable a cualquier posibilidad de daño. Indignado de que la dejaran sin supervisión, me terminé de acercar.

      —Hola —le dije.

      Maddie detuvo sus juegos con los móviles y se concentró en mí. Sus ojos, iguales a los de Rachel, me volvían loco a pesar de las palpables diferencias entre sus miradas. La de Madison no desbordaba desagrado u odio, sino más bien todo lo contrario. Ella parecía esperar las mejores cosas de mí, hecho que solo me hacía sentir ruin. Únicamente aquellos a los que tenía en nómina solían observarme de esa manera, depositar así su fe en Nathan Blackwood. Maddie no había recibido ni una libra que viniera de mi parte y eso lo hacía más significativo, a la vez que incrementaba el sentimiento de culpabilidad.

      —Nada de esto es tu culpa, ¿sabes? —Dejé que envolviera mi dedo con los suyos—. Nunca lo será. Tienes el privilegio de la inocencia. Espero que sea así por un largo tiempo. Para siempre si es posible —continué—. Aún estoy confundido, Madison. Si lo que pienso ahora, después de verte, es cierto, significa que soy tu padre y que lo arruiné para nosotros como no tienes idea. —Alargué el otro brazo para acariciar su mejilla. Su textura era suave como las plumas, como un algodón—. Rezaré para que no sea así. Te mereces algo mejor que yo, pero… —Me agaché para poder apreciar mejor su sonrisa. Era preciosa—. Te juro, Madison van Allen, que serás mi gran amor si resultas ser mía. Toda la vida me esforzaré para merecerte. —Quería quedarme plantado allí si ello significaba tenerla frente a mí, pero me levanté debido al miedo de ser descubierto—. Por ahora lo único que puedo hacer es conseguir esas respuestas que tanto necesitamos, pequeña flor.—Le regresé la sonrisa—. Hasta entonces.

      Madison se despidió con su pequeña mano.

      En contra de mi instinto, le di la espalda y comencé a alejarme.

      Si confirmaba que era mi hija, esta sería la última vez que lo haría.

      Rachel

      Me hallaba bien.

      Siempre y cuando el sábado no viniera a mi mente, estaba bien.

      Por fortuna el trabajo, irónicamente lo mismo que me había llevado a toparme con el donador de esperma y su novia jarrón, era un botón de silencio. La labor de buscar la tarjeta de invitación ideal para Madame Octavia me distraía lo suficiente. El motivo no solo tenía que ser alusivo al quinto cumpleaños de su beagle, sino que debía ser la gran envidia de los demás caninos en cada aspecto. Nada de «diste una buena fiesta, pero mi cachorro tuvo una mejor invitación», no. Nada de eso. Señor Beagle merecía lo mejor por ladrar, defecar y pavonearse en cuatro patas como ningún otro.

      Entre descartar y probar, al final diseñé una huella de aluminio con letras grabadas que me gustó lo suficiente y que saciaría la sed de prestigio de la orgullosa dueña. Guardé el modelo en mi portafolio. Lo primero que hice al salir de mi estudio fue caer sobre la silla con ruedas de mi oficina, exhausta. ¿Por qué era tan cómoda? Debía tener un pacto con el diablo. A veces dormía en ella en vez de mi propia cama. En realidad, eso fue lo que pasó debido a que no pude dormir durante la noche y, por un momento, soñé con un mundo mejor.

      Uno sin Nathan.

      Lástima que la alarma sacudiera mis fantasías anunciándome que era la hora de recoger a Madison. Dentro de hora y media la tendría entre mis brazos. Ahora me iba más temprano para asegurarme de que saliera conmigo. Aunque Sophie me había asegurado de que nadie, salvo Gary, Ryan y Cristina tendrían acceso a ella, seguía siendo una paranoica que creía que Nathan en cualquier momento aparecería para molestar, así que llamaba repetidas veces a lo largo del día y me aparecía antes de las tres.

      Sophie me sabía soportar. Yo ya me habría mandado al demonio.

      A quien también le agradecía por encubrir mi excesivo uso indebido del servicio telefónico de la agencia, entró en mi oficina sin tocar. Cristina era mi ángel de la guarda con apariencia de modelo Vogue de los ochenta.

      —Hay un hombre afuera.

      Apoyé la barbilla en la palma de mi mano.

      —¿Es mi ex?

      Esa era la excusa que había puesto Nathan para colarse dentro.

      —No. No sé quién es. Solo dice que necesita verte con urgencia. Le enseñó algo a los chicos de seguridad que los convenció de dejarlo entrar —respondió con un deje irritado que me hizo saber que había hecho lo posible por sacarle información—. Lo siento, Rachel. Hago lo que puedo aquí arriba para no armar un escándalo que moleste a los demás, pero este tipo de cosas seguirán pasando si no mantienes una acaudalada conversación con las recepcionistas.

      Asentí. Tenía razón. Confiaba en Cris. Ellas eran la raíz del problema o lo que había dejado atrás cuando me marché de Cornualles.

      —Déjalo pasar.

      La mujer me miró como si me hubiese vuelto loca antes de acatar. La puerta no se había cerrado tras ella cuando un hombre ya estaba entrando. Mi garganta se secó. No era Nathan, sí alguien capaz de afectarme por su sangre y memorias en común.

      Loren.

      Me mordí el interior de la mejilla, ¿qué tenían los hombres de mi pasado con aparecer en mi oficina convertidos en espías? ¿Tan difícil era anunciarse? Entendía a Nathan, pero a Loren sí lo habría dejado pasar. No había necesidad de tanto misterio. Era mi hermano. Siempre lo recibiría. Aunque intentara bloquearlo, extrañaba a mi familia todos los días. Me había alejado de ellos, porque era lo mejor para mí y para Madison, guardar distancia hasta que recapacitaran y fuese independiente al grado de poder mirar a mi padre sintiendo la victoria corriendo por mis venas, no porque no los quisiera. Solo quería que se dieran cuenta del verdadero orden de las prioridades y de que podía hacerlo sola, que no necesitaba ser manejada.

      Aunque estaba cerca, ese momento aún no había llegado.

      —Hazme el favor de no decir nada. —Fui quien dio el primer paso—. Vamos a tomarnos un café, ¿está bien? Pero no rompas el silencio hasta que lleguemos. Necesito… —Respiré hondo—. Necesito acostumbrarme a ti, hermanito.

      En contra de su naturaleza exigente y egocéntrica, asintió y se mantuvo en silencio hasta que dimos con el local. John, el nuevo mesero, luchó con sus compañeros para tomar mi pedido apenas me vio entrar. A pesar de las circunstancias, no pude contener una sonrisa. El hombre solía hablar de más —demasiado diría yo—, por lo que generalmente intercambiábamos palabras cuando venía por la merienda de Maddie. Volvió a nuestra mesa al aire libre con dos humeantes cafés de vainilla junto con una bandeja de brownies. Me guiñó antes desaparecer en el interior con su sombrero de cupcake.