Deseos encontrados. Oscary Arroyo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Oscary Arroyo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013201
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Me encogí de hombros al notar que no entendía—. ¿Tutoriales de YouTube de origami? Eso y un equipo dispuesto a pasar horas doblando papel.

      —No, eso no. —Su cresta ondeó cuando negó—. Calmarla.

      Eché uno de sus rizos hacia atrás, fuera de su frente llena de sudor.

      —Soy su mamá.

      Nathan

      —¿Cómo desea que sean sus pretzels? —preguntó el cajero.

      —Azúcar y canela, por favor.

      Cinco minutos más tarde me encontraba en una mesa con mi ración; John, frente de mí. Su habitual conjunto de camiseta y vaqueros había sido reemplazado por un uniforme a rayas con un gorro de cupcake. A la vez que me preguntaba cómo había terminado trabajando en una cafetería, me cuestioné si podía demandar a su jefe por ese uniforme que iba en contra de su dignidad como ser humano.

      —¿Irás a casa? —Estaba acompañándome durante su descanso—. Mamá dará una cena mañana. Deberías ir. Está explotando mi maldito teléfono preguntándome por ti.

      —¿A ti? —Bufé. No éramos tan cercanos—. ¿Por qué a ti?

      —Porque soy el mayor. —Se encogió como si fuera obvio—. Deberías ir.

      Arrugué la frente sin entender. Si había alguien que odiaba más las reuniones familiares que yo, ese era John. Estaba bien encontrarme con mamá en un restaurante o con tenerla de visita en casa, pero fingir que podía soportar a nuestro padre o que no me alegraba que estuviera en sus días finales era una mierda.

      —¿Tú irás?

      —Claro. Luz estará allá.

      Rodé los ojos. El idiota frente a mí tenía un enamoramiento con la pequeña hermana de Diego, quien se encontraba en proceso de divorcio y, en mi opinión, también tenía sentimientos por él, pero el amor que sentía por su hijo no nato le impedía dar un paso en su dirección. Necesitaba que John cambiara su forma alocada de vivir la vida. Estabilidad que él no le daba. Nadie podía culparla.

      —No te hará el menor caso hasta que tengas un buen trabajo, un auto seguro, una casa habitable y una buena reputación. —La verdad dolía, pero alguien jodidamente debía decírsela—. Cuando abandones el ático de mamá, la llamas.

      —¿Con qué moral me dices eso, Natti? —Negó—. ¿Qué sabes tú de amor? Luz no es interesada. No le importa si tengo dinero o no. Además, a ti te dejaron por alguien que a) no tenía tu mismo dinero, b) no tenía una casa tan bonita, c) tiene a Amy en un mini Cooper y d) ni siquiera tiene tus bolas.

      Tensé la mandíbula. ¿Por qué el universo era tan cruel y mandaba a John a la India con una organización de apoyo a los homosexuales, donde por supuesto se había encontrado a los mejores amigos gais de Amy y Helga con Instagram?

      No lo entendía. De verdad que no.

      —Bien, haz lo que quieras. —Me levanté sin terminar mis pretzels—. Nos vemos.

      Sin más reparos, me dirigí a la calle y empecé a recorrer la calle Victoria sin un destino fijo. Me estremecí al pasar por el callejón donde los gorilas de Rachel me habían arrojado. Ni siquiera quería pensar en aquello. No más. Pero al parecer verla no había cerrado el episodio, sino más bien abierto la posibilidad de una temporada completa de suspenso y frustración. Su cabello, su cuerpo, sus ojos. No me podía sacar nada de ella de la cabeza por más que quisiera, sin mencionar su actitud resentida, llena de desprecio hacia mí, cosa que la última vez que la vi, no la reciente, pensé que no podía ser más intensa.

      Luego de eso, de pasar tan cerca, terminé vagando una y otra vez como un fantasma alrededor del mismo eje, debatiéndome entre arriesgarme de nuevo o no.

      Rachel

      «Dios». Le eché un vistazo a mi reloj.

      —A esto se le llama retraso, Madison. Es de muy mala educación. —Retiré el chupete de su boca. Ya había tenido suficiente de él. Me miró mal—. Nosotras no podemos permitirnos eso, ¿entiendes? Luego el cliente se enoja.

      Cuando las puertas del ascensor se abrieron, para ella debió ser como un receso de su infernal clase de protocolo. Empujé el carrito hasta que los vigilantes de turno, Felipe, el de los sudokus, y Reúsen, el exluchador, me ayudaron a bajarlo por las escaleras mientras Madison reía dentro al ser alzada. Yo, por el contrario, los seguí de cerca preocupada de que se pudiera caer y por lo tarde que íbamos a llegar. Por más amable, el tiempo de Diego Acevedo valía dinero.

      El mío también, pero no tanto como el de él.

      —Gracias —les dije a ambos antes de que desaparecieran.

      Reúsen, el alemán, me guiñó dándose la vuelta.

      Sin embargo, su coquetería no fue la única sorpresa de la mañana. Fuera de mi edificio estaba Diego esperándome con el maletero de su Lamborghini abierto. La impresión de encontrármelo hizo que casi me resbalara con la humedad del suelo, aun cuando estaba sujeta al mango de la carriola violeta de Maddie.

      —Die… Diego —tartamudeé por la impresión—. ¿Qué haces aquí?

      —Quedamos en vernos a las nueve, son las diez. Llamé a tu oficina para disculparme, porque también me quedé dormido y me dijeron que acababas de llamar diciendo que llegarías, probablemente, una hora más tarde —dijo sin sonar molesto—. Como conozco tu dirección, ¿por qué no pasar y llevarte? Quizás necesitabas ayuda. Besó el dorso de mi mano tras hacer lo propio con la de Madison—. Me asusté, Rachel. No puedes culparme. Eres una mujer muy puntual.

      Mis mejillas se ruborizaron a causa de su encanto español. De repente quería soltar no una, sino miles de risitas tontas.

      —Lo soy.

      No contento con acelerar mi corazón, me dio una sonrisa coqueta.

      —En caso de que te lo estés preguntando, sí. Esto es una maldita excusa para verte.

      Me mordí el labio.

      Aunque me enojaba descomunalmente que alteraran mis planes, no me quedaba otra que aceptar el aventón a su propia casa. No estaría bien que lo rechazara, no podía permitirme perderlo como cliente, lo que él debía saber muy bien. Quizás de taxista sería más rico que como arquitecto.

      —¿Quién te dijo que necesitabas una excusa para verme? —Al inclinarme para sacar a Madison, me aseguré de dejar bastante clara la carga sexual en mis palabras a través del escote de mi blusa—.

      ¿Nos vamos?

      Diego tragó de forma sonora, hermoso y lleno de ego, asintiendo.

      Lo último que vi, antes de que cerrara mi puerta para meter la carriola en el maletero, fue el evidente nerviosismo en sus ojos. Cuando Madison me atrapó mirándolo, le devolví la sonrisa como si nada hubiera sucedido. Durante el trayecto el español se mantuvo en silencio. Como no quería causarle un infarto, solo me aseguré de que Madison estuviera feliz en mi regazo y que no se acercara a la palanca de cambios. Uno de los detalles más curiosos de la belleza femenina era que todas teníamos ese brillo que se hacía más grande y notorio con la experiencia. Muchas podíamos no darnos cuenta de ello. Muchas podíamos no sacarle provecho. Muchas podíamos envolver en él a quienes nos rodeaban sin buscarlo, pero las que sí sabíamos de su existencia y cómo usarlo éramos potencialmente peligrosas. Aun con un bebé, cada día era más consciente del mío. Aunque no lo usara las veinticuatro horas del día, ya fuera porque mi atención estaba por completo en Madison o porque en realidad no me interesaba, a veces era necesario sacarlo para evitar la pérdida de práctica. Fuera por quien fuera, familiares, amantes o amigos, todas merecíamos sentirnos adoradas como estrellas.

      Mis ojos se humedecieron