Deseos encontrados. Oscary Arroyo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Oscary Arroyo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013201
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el demonio también. Aunque con su cuerpo cualquiera podría serlo, su personalidad arrebatadora tenía que ver—. ¿Cómo va el baby shower de Luz? —Cambié de tema porque sospechaba que confesarme no aliviaría mis pecados, sino que empeoraría la situación—. ¿Qué tal te fue con la organizadora?

      —Pues… —Una sonrisa placentera se extendió por su rostro—.

      Aún no tenemos nada en concreto, pero para mañana habrá un plan. Es una mujer exquisita, Nate. No nos reunimos, porque fui fuera de horario, pero la encontré en un restaurante cerca de la agencia de eventos. Ella… ella es madre soltera. —Frunció el ceño—. Tiene una bonita niña con sus ojos. No entiendo qué clase de idiota las dejaría solas.

      No entendí una mierda. Este sujeto no hablaba como mi mejor amigo.

      —¿Desde cuándo quieres ser padre?

      —Desde que la mamá más terriblemente ardiente de la historia apareció.

      —¿Tan linda es?

      Debía hacer que las modelos de Victoria’s Secret pareciesen ogros para tenerlo así.

      —Sí. Te daría detalles, pero un caballero no habla de sus conquistas. —Me palmeó la espalda mientras me hacía un guiño y su pie aplastaba la colilla que había arrojado en el piso. Me anticipé a los hechos e hice planes de empezar a buscar otro lugar para entrenar. Siempre nos corrían por su mal hábito—. Si la ves, seguro te enamoras y no quiero tener que competir con mi mejor amigo.

      Tras intentar sacarle detalles sobre la belleza que había logrado que se planteara abandonar su estilo mujeriego, me dirigí a las duchas para salir. Me despedí de Diego, quien se quedó seduciendo a la recepcionista para que no le pusiera una multa. Mis planes de ir a la embotelladora y seguir con los pendientes hasta que anocheciera se estropearon cuando mi chófer apareció con las fotografías que le había solicitado el mismo día que las vi. En las imágenes una mujer luchaba por subir un cochecito hasta la entrada de la agencia del viejo Steel. Para mi desgracia quién o lo que estaba dentro de él no se vislumbraba, pero sus sábanas rosas y el pequeño pie que sobresalía dentro de una media de lunares delataban su sexo.

      Cerré mis ojos con fuerza.

      Había llegado el momento de dar la cara.

      Llegué a la calle Victoria en menos de veinte minutos. Envié al hombre a su casa en un taxi, tomando prestado su auto asignado, porque no quería testigos en el que probablemente sería otro mal momento. Me abandonó con un leal asentimiento. Dentro del edificio de ladrillos me dirigí a la recepción, donde les pregunté a las rubias que atendían por la señorita Van Allen. Me impresioné cuando desearon saber si tenía una cita. Traté de sobornarlas con dinero, lo que resultó imposible por lo bien instruidas que estaban y, al final, tuve que inventar una historia. Muchos ruegos después las convencí y me dejaron continuar. De camino a su oficina todos los empleados me veían con lástima, ante lo que supuse que el chisme del ex lloriqueante de Rachel se había esparcido rápido. No pude evitar preguntarme cómo, habiéndose escapado de su casa sin nada, empezando desde cero, había avanzado tan rápido.

      Quizás haciendo uso de sus encantos.

      El alivio de que los obstáculos hubieran terminado con los de seguridad y las recepcionistas se esfumó al ver a una Mary Poppins en una cabina antes de completar mi trayecto. La mujer de sombrero rosa, ya avisada por las de abajo, me miró con cara de pocos amigos mientras me indicaba que esperara.

      Media hora después estaba tocando su puerta.

      —Pase.

      —Buenas tardes —saludé.

      Si la primera vez que la vi, dormida a mi lado, me pareció hermosa pese a que había destruido mi mundo, si la segunda vez en mi oficina, furioso como estaba, me pareció apetecible, ahora era completamente una visión. Ninguna de las fotografías de su padre, ningún recuerdo en mi mente le harían justicia a la experiencia de tenerla cerca.

      Esta vez un vestido verde pino, de jodidas trasparencias y sin mangas se ceñía a su seductor cuerpo estilizado por el corte y los tacones. Su cabello, carbón y rizos, estaba atado en un moño que dejaba su cuello lo suficientemente expuesto para lucir una gargantilla brillante. Además, había ciertos cambios de los que fui consciente a medida que la inspeccionaba. La inocente torpeza en sus ojos, por ejemplo, había sido reemplazada por una helada determinación.

      —¿Qué haces aquí?

      —Yo… —¿Cómo mierda era posible que no supiera qué decir? Había estado pensando en un posible encuentro desde hacía meses—. ¿No saludas?

      Se sirvió una copa de whisky de su minibar, la cual sostuvo con tanta fuerza que pensé que iba a romperla.

      —¿Qué haces aquí?

      —No, cariño. —Me tomé el atrevimiento de recostarme en la pared. Quería dar la impresión de estar relajado, en control de la situación, aunque por dentro me estuviera muriendo por escuchar cualquier cosa que saliera de su boca. Cualquier mentira. Cualquier artimaña—. La pregunta sería, ¿qué haces tú aquí? Esta es mi ciudad.

      —¿Perdón? —Soltó una risa entre tragos—. Lo siento si necesito usar lentes y no me he dado cuenta, pero en el tiempo que llevo aquí no he visto ningún cartel de bienvenida con tu nombre.

      Gruñí. Tenía el derecho de estar donde le viniera en gana, pero sabía a lo que me refería: a ella viviendo en la misma ciudad que yo para joderme cuando en Cornualles, donde quisiese, podía prosperar si hablase con su padre y admitiese sus locuras.

      —¿Qué buscas aquí, Rachel? ¿Por qué no estás con tu familia?

      —Cállate. No es tu problema.

      Entrecerré los párpados. Por unos instantes el dolor había tomado el control de sus facciones. Lástima que, tan rápido como apareció, se esfumó. Aquello me recordó la culpabilidad que percibí en Loren. Tal vez si él se sentía culpable con su desaparición significaba que había hecho algo para causarla o no había hecho nada para impedirla.

      Definitivamente, había algo más.

      Algo lo bastante grande para que Rachel renunciara a su trono.

      Por un momento, debido al peso de los actos, me detuve a imaginar otra variante. ¿Y si ella era una simple víctima más? ¿Y si las lágrimas que había derramado ese día en mi oficina tenían que ver? ¿Y si su familia la había obligado a amarrarme? ¿Y si…?

      —¿Por qué fingiste estar embarazada?

      —Esa no es la pregunta, Nathan —me imitó sirviéndose la segunda copa—. La pregunta es, ¿por qué yo, una mujer con estudios, bonita, joven y con un buen estatus, fingiría estar embarazada?

      —¿Dinero?

      —Tu fortuna es envidiable, pero tenía más dinero en un dedo que lo que tú tendrás en toda tu vida. —Era cierto. Las propiedades y los negocios de su familia no solo se centraban en los vinos—. No te necesitaba.

      Ella hablaba en pasado, ¿por qué?

      —¿Te acostaste con el señor Steel?

      Su cara se transformó en una máscara de furia.

      —Imbécil.

      —¡Rachel! —Había estado tan concentrado en su rostro que no me di cuenta de la lámpara que venía directo hacia mí y que segundos después impactó en la pared, al lado de mi cabeza, destrozándose—. ¡Maldita sea! ¡¿Estás demente?!

      —¡Yo nunca me acostaría con alguien para obtener algo! ¡Entiéndelo de una vez! —Se acercó, histérica—. ¿Entendiste? ¡Nunca!

      Ya que aún tenía un vaso de cristal en la mano, alcé las manos en señal de paz.

      —Sí, ya.

      —¡Largo! —gritó.

      Me quedé estático. Jamás me habían corrido de ningún