Deseos encontrados. Oscary Arroyo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Oscary Arroyo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013201
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el movimiento. Prefería que no supiera cuánto—. ¿Dónde estás viviendo?

      Arrugué la frente. Bajo ningún concepto le respondería eso.

      ¿Para qué necesitaba el dato si ya conocía mi sitio de trabajo? ¿Para juzgar mi nuevo hogar? No, gracias. Estaba orgullosa de mi vida tal y como era en ese momento. No necesitaba nadie que la criticara. Lo había logrado desde cero. Si decía algo al respecto, cualquier oportunidad de reconciliación entre nosotros se aplazaría.

      En el fondo, no quería que sucediera. Lo extrañaba.

      —¿Por qué mejor no hablamos de ti?

      —No hay nada que decir. —Intentando no parecer exasperado, se encogió de hombros—. ¿Por qué no me dices tu dirección? ¿Ya no es algo… absurdo ocultarlo?

      —Me siento mejor así.

      Loren asintió. Gruñí sabiendo que no me tomaba en serio.

      —¿Cuándo piensas volver a casa, Rach?

      —Nunca.

      —¿Nunca?

      Llevé otro bocado de brownie a mi boca.

      —Nunca. Ya no quiero vivir en Cornualles. Me gusta Brístol.

      —Maldición —soltó arremangándose la camisa—. Es bueno saber que sigues tan difícil como siempre. —Sonrió con aire melancólico—. En fin... después hablaremos del tema. Tenemos tiempo —dictó inclinándose para tomar mis manos; sus ojos brillaban—. ¿Dónde está?

      —¿Quién?

      —Tu hijo.

      —Hija —corregí echándole un vistazo a mi reloj.

      Sus iris mostraron genuino interés.

      —¿Se parece a ti?

      Hice una mueca al pensar a quién se parecía más, a quién se parecía menos.

      No le iba a mentir cuando estaba a punto de verlo él mismo.

      —Tiene mis ojos. —Chasqueé—. Debo ir a buscarla. Sale en unos minutos. Si quieres, puedes venir conmigo.

      Rachel

      Anduvimos por la acera. Loren me seguía sin sacar el tema de regresar a Cornualles, donde tal vez habían regalado mis cosas a la caridad y convertido mi habitación en un segundo salón de trofeos de golf. No me sorprendería saber que habían preparado un velorio ficticio para explicar la ausencia de la hija menor de Lucius van Allen. Quizás fuera exagerada, pero no podía simplemente volver como si nada. Estaba segura de que Marie y mis padres sentían lo mismo a estas alturas. Simular que nada había pasado sería como ignorar a un elefante en una habitación. Estaba cien por cien convencida de que, como mínimo, mi padre volvería a intentar emparejarme.

      Me estremecí al pensar en tener que soportar a alguien como Thomas.

      Él, además de Madison, era algo que le debía al donador. Gracias a mi embarazo, no terminé perdonándolo con el tiempo o, peor, saliendo con su hermano por venganza, lo cual combinaba con la chica caprichosa e irracional que había dejado atrás.

      —¿Es muy lejos?

      —No. Es allá. —Tomé su mano para guiarlo a través de la calle, acercándonos al preescolar. Su toque era cálido y fraternal. Me produjo nostalgia—. Aquí.

      —¿Aquí? —preguntó con incredulidad cuando llegamos.

      La construcción era peculiar. Lápices de colores estaban situados a modo de reja. El camino hacia la entrada estaba diseñado como piezas de rompecabezas. Los salones eran casetas separadas por un pasillo techado, como en un campamento. Desentonaba por completo con el resto de la calle. Construido para atraer a los niños, era todo lo contrario a las escuelas católicas a las que Marie, él y yo habíamos asistido.

      —Sí. ¿Me esperas un momento?

      Fui en búsqueda de Madison sin detenerme a hablar con otros padres ansiosos de intercambiar información de sus hijos cuando asintió. En el salón mi bebé me recibió con los brazos abiertos. Llevaba su cambio para la tarde. Medias blancas, vestido rojo y pequeños zapatos negros. La colgué en mi cadera y coloqué su mochila sobre mi hombro para marcharnos, apresurando la charla con Sophie.

      En la calle mis niveles de sorpresa se dispararon. Frente a mí estaba Loren evaluando el material de los lápices con mirada de arquitecto. Estaba a punto de preguntarle si pensaba copiar el modelo para usarlo en alguna de sus casas cuando me di cuenta de que sus ojos estaban más allá, en el patio. En la hija de Sophie, Anabelle, la cual cuidaba a un grupo de niños de preescolar. Uno de ellos jalaba su cabello, casi colgándose de él, mientras ella regañaba a un par más. Esperé a que el grupo volviera al interior de los pasillos para interrumpir aclarándome la garganta. Batí la mano de Madison cuando obtuve su atención.

      —Hola, soy Maddie —la presenté usando tono de bebé.

      La expresión de Loren pasó de estar en blanco a contener un montón de emociones. Lo único que reconocí en su rostro fue su típica sonrisa emocionada. Solía usarla cuando compraba un auto nuevo. Sus dedos se movían sin parar.

      Quería cargarla, imaginé.

      —Rachel…

      Le devolví la sonrisa mientras colocaba un sombrero sobre la cabeza de Maddie.

      —¿Sí?

      —Es adorable —murmuró extendiendo el brazo para tocar su mejilla.

      Madison tomó el movimiento como una invitación. Abrió sus palmas en su dirección para que la tomara. Fui testigo de cómo se debatía, preguntándose qué hacer o qué sería lo mejor, tomando en cuenta las circunstancias, el pasado y mi opinión. Era probable que se debatiera entre molestarme o decepcionarla.

      Como no odiaba tanto a Loren —me reservaba el sentimiento para otras personas— y no deseaba que Maddie se sintiera rechazada, se la ofrecí y lo alenté a tomarla. Él lo hizo como si se tratase del objeto más frágil. Madison se acurrucó en su pecho y frotó su pequeño rostro contra su hombro antes de cerrar los ojos. No la culpaba. La tela de su traje debía ser suave. Ni hablar de su colonia cara. Era mi hermano, pensar en él de esa forma sería incesto, pero no estaba ciega. Ese lugar era donde a muchas mujeres les encantarían estar. Solía ser el ideal de mi príncipe azul. De pequeña prefería colarme en su habitación en vez de la de mis padres. Él no me regañaba si tenía miedo. Mis ojos se cristalizaron ante los recuerdos que había tratado de bloquear durante un año. Lo quería tanto, pero no en pasado.

      Antes, ahora y siempre.

      —Rach…

      Alcé la barbilla, por primera vez sintiéndome mal con la decisión que había tomado. Tal vez no debí marcharme sin despedirme. Tal vez me hubiese ayudado a buscar una alternativa si hubiese recurrido a él. No, me corregí, estaba segura de que lo habría hecho, pero… pero no. Lo mejor que pude hacer fue buscar independizarme. Jamás Rachel van Allen en Cornualles hubiera sido buena para Madison.

      Hubiese sido una niña cuidando de otra.

      Además, no habría conocido a los chicos, ni a Cleo, ni habría encontrado el empleo de mis sueños. Ni siquiera conocía el significado de la palabra «vocación» o la satisfacción de ganarme las cosas antes de venir a Brístol. Madison me dio mucho.

      —Me siento como una mierda cuando pienso que pasaste por esto sola. —Depositó un beso en la cabeza de Madison—. Lo siento tanto, Rachel. Lo siento tanto que lo sentiré en esta y en la siguiente vida. —La abrazó—. Te quiero.

      «Dios». El nudo en mi garganta se hizo más grande. Las lágrimas empezaron a deslizarse por mis mejillas. Esto era difícil.