Deseos encontrados. Oscary Arroyo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Oscary Arroyo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013201
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de cuarenta años en esto. Sé de lo que hablo.

      A pesar de que esa era la decisión más difícil que hubiera tomado jamás, escogí escuchar la voz de la experiencia. Planté un beso en mi palma y luego lo presioné contrala frente de Madison, quien hizo una mueca.

      —Adiós, pequeña.

      Nathan

      —Verticales… —leí en voz alta—. ¿País de América del Sur famoso por ser exportador de petróleo? Venezuela. —Llené los recuadros con tinta de bolígrafo—. ¿Capital de Italia? Roma. ¿Personaje masculino cuya responsabilidad es cuidar de sus hijos? —Los conté—. Padre.

      Estaba rellenando esa línea cuando sentí un golpe en la ventanilla.

      —No están listos. —Ya que había surgido un problema en la embotelladora, le había pedido al chófer que fuera por ellos mientras resolvía mi crucigrama. Luego molestaría a John—. Podemos esperar o pedir a domicilio.

      Me encogí de hombros. Los pretzels a domicilio probablemente llegarían fríos.

      —Esperamos.

      El hombre cabeceó y fue a cumplir con su trabajo. Desde el auto lo vi cruzar la calle y desaparecer en la cafetería. El inconveniente en la embotelladora también había impedido que fuera por algo más elaborado para el almuerzo.

      Intenté volver a mi crucigrama, pero era demasiado predecible y aburrido, por lo que terminó arrojado en la alfombra del asiento trasero. Me dediqué a mirar a las personas que transitaban por la calle Victoria, la cual se encontraba infestada de peatones debido a que era la hora de salida de los trabajadores. Había de todo un poco, detalle que juntaba algo de cada tipo de persona en una misma calle: abogados, comerciantes, cajeros, médicos, maestras.

      Hermosas madres solteras.

      —Rachel… —susurré su nombre como si ella fuera mi peor pesadilla.

      Rachel

      El cielo estuvo nublado desde que había despertado por la mañana. No sabía cómo pude haberme dejado llevar por Carl Peterson, el ardiente pronosticador del canal quince, y no ver más allá de su tableta de abdominales al quitarse la camisa anunciando un día soleado. Debería ser ilegal transmitir tanto calor en vivo. Podía llegar a confundir a los espectadores y cosas como estas podían pasar.

      —No puede ser.

      Justo cuando iba por la acera con Maddie para coger un taxi, comenzó a llover a mares. Nos refugié bajo una parada de autobús junto a otros desafortunados. Con ella no había tanto problema. En el kínder le habían puesto un impermeable y sus botas de goma. Si apoyaba su cabeza en mi hombro, no se mojaría, pero yo había olvidado mi paraguas. Al cabo de unos minutos, al darme cuenta de que no sería una lluvia pasajera y que probablemente los autobuses estaban atascados en el tráfico, me armé de valor y renuncié a la protección del techo. Después apresuré el paso hacia un restaurante de comida rápida al otro lado de la calle. Al entrar, mi estómago rugió por haberme saltado el almuerzo a causa del trabajo. Tras pedir, lo primero que hice fue adentrarnos en el baño para secar mi abrigo de lana y retocarme el maquillaje. Al salir, en mi mesa estaba esperándome el terror de cualquier mujer con curvas. Una hamburguesa doble con una lata de Coca-Cola, patatas y recipientes de salsa.

      Antes de comer le di pecho a Maddie, cubriéndome con una manta, mientras la paranoica en mí miraba hacia todos lados para asegurarme de que no hubiese nadie viendo. Había muchas mesas de madera desocupadas, una barra que estaba llena de hombres trajeados, máquinas de caramelos y pósteres de Marilyn Monroe que decoraban cada pared. Mi ubicación, por otro lado, estaba lejos de todo y junto al ventanal que daba a la calle. Brístol me enseñó a adorar el hecho de ver caer la lluvia.

      Claro, siempre y cuando no cayera sobre mí.

      —Señorita Rachel. —Me interrumpió un trigueño de ojos verdes cuando empezaba a devorar mi comida. Madison estaba dormida entre mis brazos; su estómago, abultado por el banquete—. ¿Puedo acompañarla?

      Me sonrojé. Era un cliente. Esperaba que no me hubiera visto los senos.

      —Por supuesto.

      —La busqué en la agencia, pero su asistente me informó que ya se había marchado —continuó mientras se sentaba—. Ha sido un milagro. Tenía que hablar con usted.

      Hice una mueca.

      —Estamos fuera de la oficina, ¿me tratas de tú, por favor?

      Sonrió ampliamente.

      —Por supuesto.

      —Bien. —Solté un suspiro—. Lo siento. Solo trabajo de lunes a jueves hasta las tres. Los viernes estoy hasta más tarde si no hay eventos programados. Los fines de semana no trabajo. —Señalé a Madison—. Hacemos las cosas juntas esos días.

      —¿Es tuya? —preguntó sorprendido, lo que me llenó de alivio, ya que no me había visto toda paranoica dándole pecho.

      —Sí.

      —Pues… pues… —Se atragantó con su propia saliva al no saber qué decir—. Eres joven; nunca creí que ya estarías comprometida. —Volvió a observar a Madison. Ella gorjeó en sueños—. Al menos no a ese nivel.

      —No estoy comprometida. Soy madre soltera —me expliqué; mis mejillas se tornaron más rojas al darme cuenta de que acababa de dejarle claro que estaba disponible.

      Los rasgos españoles de Diego Acevedo, muy atractivos, se suavizaron.

      —No has dejado de parecerme un encanto por tener una hija. —Sus labios se curvaron en una sonrisa—. Al contrario. Ahora te veo más… humana. Las veces que me he cruzado contigo has estado trabajando. Aunque te veías muy hermosa en cada una de esas ocasiones, debo admitir que me sentí intimidado. —Ladeé la cabeza, encantada con la idea de un hombre sin miedo a admitir sus debilidades—. En cambio, ahora no. Ella... ¿cómo se llama?

      —Madison.

      Asintió con aprobación.

      —Madison te hace suave.

      Eso no tenía que decirlo. Gracias a ella, era la mejor versión de mí.

      —Es cierto.

      —Bien. —Sacó una carpeta de su maletín y empezó a ojearla—. Adelante, come. Luego hablaremos sobre tú sabes qué. —Me guiñó. Eso era el baby shower de su hermana—. Seguirá lloviendo por un rato. Sabiendo que eres madre y que habrás vivido la experiencia por ti misma, no te dejaré ir. Luz merece lo mejor.

      —Por supuesto —dije antes de, al despegar él sus iris de mí, darle un mordisco a mi hamburguesa, mandando a la mierda la etiqueta y el profesionalismo.

      Diego, dueño mayoritario de una de las constructoras más relevantes de Reino Unido y los Emiratos Árabes, pidió y tomó un café con vainilla mientras analizaba un futuro proyecto y yo me alimentaba. Cuando acabé, se resignó a posponer nuestra charla sobre el evento de su hermana para mañana —ya que Madison se agitaba con el sonido de nuestras voces—, ganándose varios puntos positivos.

      Desde que había empezado a trabajar desde hacía un mes atrás como organizadora en la Agencia de Eventos Steel, la cual pertenecía a un viejo amigo de mi padre que me reconoció y tras una charla prometió guardar el secreto de mi ubicación, aprendí que en la educación no estaban los valores. Había conocido a todo tipo de personas en Brístol, aún más que en Dionish, con diferentes excentricidades y modales en diversos niveles económicos. Mientras que unos desbordaban cortesía y amabilidad, otros eran capaces de llamarme a las tres de la mañana, despertándonos a Madison y a mí, para cambiar el tono de las flores, la textura de las servilletas o solicitar los avances.

      Sin embargo, amaba mi nuevo