Yo, a diferencia de mi hermano, tenía vagina, y con ello un pase libre para sentir y manifestarlo, pero no a cometer errores que mancharan mi virtud. Definitivamente, Lucius van Allen era un machista. ¿Por qué durante toda nuestra niñez estuvo empeñado en hacerlo un hombre fuerte, y a Marie y a mí unas dementes como Anastasia? Loren podía reír, pero no llorar de la risa. Nosotras podíamos sufrir, pero no sufrir por el hombre equivocado. Yo, en especial, fui como una cometa para mi padre. Donde quisiera que estuviera, por más cerca o lejos, estaba conectada a su mando por un hilo. Pero ¿qué sentido tuvo su método de crianza si al final terminamos rompiéndonos? Él estaba llorando frente a mí, de manera abierta, donde todo el mundo lo podía ver, y yo había cortado la cuerda.
Loren no me pudo dar mayor prueba de su arrepentimiento que sus lágrimas.
—¿Qué es lo que quieres, Loren? —pregunté con la voz quebrada por la emoción.
Él se acercó. Me abrazó con Madison entre nosotros.
—Quiero dejar de extrañarte. —Besó la cima de mi cabeza como había besado la de mi hija segundos atrás—. De preguntarme cada maldito día si estás bien. A salvo. Protegida. —Miró entre nosotras—. Ambas.
—Para eso debes dejar de quererme.
—No. Para eso debo estar contigo, Rach —murmuró en respuesta—. Para eso debo estar con ustedes —modificó tomando mi mano con la suya que no sostenía la espalda de Madison—. Porque ahora que la conozco, la quiero y la extrañaré de igual manera. Mi vida está incompleta sin ustedes. Por favor… —Su mirada se volvió suplicante—. Déjame entrar de nuevo. Déjame estar ahí para ti. Fui un idiota que reaccionó tarde. Lo siento. Hice mal, pero no dejes que eso nos rompa definitivamente, porque una parte de mí se irá contigo si lo permites.
Lo abracé de vuelta.
—Esto no nos va a romper.
Eso era lo más genuino que le había dicho desde que había aparecido en mi oficina. Madison era alegría, bondad, amor, toda la belleza del mundo en una pequeña presentación. Ella —lo que pasó cuando supe que vendría— no podía ser la causa de nuestra separación, sino todo lo contrario. Lo mismo debió haber pasado con Nathan y con el resto de mi familia, quienes esperaba que en algún momento recapacitaran. El primero no solo me había rechazado a mí, sino a ella, así que era un caso diferente.
Por eso nunca lo perdonaría.
—Ella no nos va a separar, Loren. Nada de lo que pasó lo hará.
—Me puse de puntillas para besar su mejilla—. Te perdono.
Nathan
Cuando era un niño con la esperanza de un futuro feliz junto a una linda esposa heterosexual e insistía en ser chef, mamá siempre me repetía que la felicidad no estaba en un trabajo o en otra persona, sino en los detalles del presente que no éramos capaces de tomar en cuenta por enfrascarnos en nuestros planes de futuro. En resumidas cuentas, adaptando sus palabras a mi situación actual, había dejado escapar mi posible felicidad con Madison, mi aparente hija, por el ideal de una vida con Amanda. Lo triste era que al final no resultó nada, así que las perdí a ambas.
A las tres si contaba a Rachel, pero no pisaría ese terreno.
Me propulsé hacia atrás en mi silla imaginándome empujado por sus poderes telepáticos por atreverme a pensar que alguna vez había sido mía para perderla. Solo nos acostamos una vez. Aunque hubieran sido más, no era mi tipo de mujer. Demasiada complicación. Podía ser buena madre, pero andando con mi mejor amigo tras hacer lo suyo con Steel, el catálogo de sus ex en Cornualles y conmigo demostraba lo fría y calculadora que era. Sus ojos grises, hermosos como los de su mamá, vinieron a mi mente. Una mujer que no se establecía, ¿ese era el ejemplo que quería para mi hija?
«En el caso de que resultase serlo», recordé.
—¿Cómo diablos se supone que un hombre debe asegurarse de eso?
Los lobos reconocen el olor de sus crías. Una cebra sería capaz de identificar a su hijo en el armario de una excéntrica mujer adicta a las pieles. Podía decir lo mismo de los pingüinos. No era idiota. Sabía que un examen de ADN aclararía las dudas de meses en un abrir y cerrar de ojos, ¿pero cómo se lo pediría a Rachel?
No se me ocurría ninguna manera de hacerlo sin perder mi pene.
Dejé caer mi frente contra la mesa.
Horas más tardes decidí que por hoy era suficiente y me marché de la oficina con un persistente sabor agridulce en el paladar. Por más que lo deseaba no desaparecía. No lo haría hasta que todo esto acabase. Eran las ocho en punto cuando por fin puse un pie en mi hogar. Willa había dejado la cena servida en una bandeja para calentar en el microondas. La comí tras ducharme. Como no le vi sentido a cenar en una mesa solitaria, encendí el televisor y comí en el sofá. Para mi suerte HBO transmitía un maratón de Regreso al futuro y mi mal genio se aligeró con la actuación de Michael J. Fox. Lamentablemente tuve que interrumpir una escena de la segunda parte cuando mi teléfono comenzó a sonar sin parar hasta que descolgué tras ignorarlo tres veces.
—¿Hola?
—¿Nathan?
John.
—¿Has visto la hora? —le pregunté sin molestarme en ocultar mi irritación.
Hipó. El maldito estaba borracho.
—¿Quieres salir?
—¿De qué mierda hablas?
—Mujeres dispuestas. Tú. Yo. Hermanos al límite juntos en un importante club nocturno donde soy… —Soltó un ridículo rugido que me obligó a apartar el teléfono de mi oído— …el puto rey león.
—¿Me estás llamando drogado? —Froté mi sien—. ¿Otra vez?
—Tal vez sí, tal vez no. Si quieres saber, tú mismo tendrás que ver.
—Ahora eres un puto oráculo, ¿eh?
—Tal vez sí, tal vez no. Si quieres saber, tú mismo tendrás que ver.
Suspiré, resignándome a perderme el maratón.
—¿Dónde estás?
—Bubblegum.
Rachel
Maldije al club, a las personas dentro de él y a la ventana.
—Maddie, cariño, cálmate. —La mecí una vez más y obtuve el mismo resultado. Nada—. Solo son luces, pequeña; no llores.
—Malvada. Quiere ir a bailar y llora porque tú no la dejas.
—Cleopatra pausó su sesión de pedicura para observarnos—. Pero no te preocupes, cachorra; tía Cleo te enseñará los placeres de la vida nocturna cuando seas más alta y uses tacones.
—Cuando cumpla treinta años —añadí.
—Cuando su identificación falsa se vea real.
Rodé los ojos.
—Eso en el caso de que te deje salir con ella.
—Si no lo haces, le mostraré cómo escaparse de tus sucias garras. —Las comisuras de sus labios rosas se extendieron y curvaron siniestramente—. Seré su maestra del mal. Le enseñaré a evitar cada obstáculo que pongas entre ella y la libertad.
—Yo no soy una madre con… —No pude terminar lo que iba a decir. De nuevo un fuerte estruendo, Judas, de Lady Gaga,