Deseos encontrados. Oscary Arroyo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Oscary Arroyo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013201
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Espero que tengas una linda tarde. Recuerda venir mañana a las ocho.

      —Eso es muy temprano. —Pasó una mano por su cabello negro, despeinándolo—. Generalmente, empiezo mi jornada a las doce. Prefiero dormir y despertar tarde. ¿Qué te parece si mejor nos vemos para el almuerzo y comemos juntos?

      Le dediqué una sonrisa maliciosa.

      —Le diré a Cristina que corra las citas una media hora por si te quedas dormido.

      Se echó a reír.

      —Veo que no cambiarás de opinión.

      —Soy terca.

      —Me imagino. —Se mordió el labio. Era muy apuesto—. ¿Sabes? Yo también soy terco. Por algo el negocio ha funcionado. ¿Qué tal si las llevo a casa?

      —No lo sé…

      Por más amable que fuera, además de cliente, era un desconocido.

      —También podría quedarme aquí hasta que se vayan —añadió al ver mi duda.

      Afirmé.

      —Es mejor.

      —Bien.

      Con eso ambos, de pie frente a la calle, él trajeado y yo con mi abrigo blanco, estuvimos durante más de diez minutos intentando detener un taxi en vano.

      —¿Te rendiste ya?

      Miré a Madison. Seguía durmiendo, pero si nos quedábamos más tiempo sometidas al frío, podría enfermarse. Eso igualaba, en parte, el riesgo de que nos secuestrara.

      —Es que…

      —A ver. —Se enderezó, haciéndome consciente de su metro ochenta—. ¿Me haces algunas preguntas? Así nos conocemos mejor. También puedes enviarle a un conocido la placa de mi auto. No les pasará nada. Lo prometo.

      Tomé aire.

      —¿Comida, color y número favorito? —me resigné.

      —Paella, verde y, definitivamente, el nueve.

      —A mí me gusta la paella. —Clavé mi vista en el suelo. Mis brazos empezaban a sentirse cansados por aguantar el peso de Maddie—. Eso nos hace amigos, ¿no?

      Diego, en su confusión, tardó en responder. Sonreí para mis adentros.

      Quizás acababa de darse cuenta de que lo había enviado a la friendzone.

      —Supongo.

      No tardamos mucho en llegar a mi edificio. El viaje duró casi lo mismo que tardamos esperando un taxi. Su auto, un Lamborghini rojo, no llegó a su velocidad máxima por Madison, a su pesar. Después de haberse dado cuenta de que su máquina no me sorprendía al abrirme la puerta, había sido una completa frustración para él no alardear de su motor. Tampoco habría funcionado. Loren tenía mejores. Le robaba la llave de cada uno de ellos desde que había cumplido dieciséis.

      —Nos vemos mañana, hermosa.

      No pude evitar sonreír genuinamente ante la visión de su hoyuelo.

      —Te estaré esperando. Sé puntual. —Besé su mejilla—. Gracias.

      Diego me guiñó un ojo antes de cerrar la puerta y rodear el auto. Sin esperar que arrancara empecé a subir las escaleras que llevaban a la entrada. Madison ya se había despertado y jugaba con mi cabello. Con ganas de llegar, cambiar a Maddie, ver repeticiones de The Vampire Diaries hasta el cansancio y caer en mi cama con Ian Somerhalder en mi mente, tomé el ascensor.

      En mi piso alguien tuvo la osadía de impedir mis planes.

      —Hola —saludó la recién proclamada reina del nudismo.

      Parpadeé sin creerme que hubiera una rubia bronceada de manera artificial, ya que el sol de Brístol no te pondría como una zanahoria, huyendo de mi apartamento en ropa interior. Me encontraba exhausta, por lo que me limité a asentir en reconocimiento de su existencia y a cerrar la puerta con fuerza a la espera de que entendiese el mensaje. Agradecía no estar relacionada de forma afectiva con el responsable de su presencia en mi casa. Compadecía a quien sí.

      «Ryan» y «descaro» tenían el mismo significado.

      Al entrar un poco más lo encontré sentado en el sofá en ropa interior, lugar en el que planeaba dejar a Madison para que jugara mientras veía televisión. La furia me invadió al recordar que el día anterior lo había limpiado. Tendría que volver a hacerlo para librarlo de fluidos antes de que empezara el nuevo capítulo de mi serie favorita.

      —¿Qué te sucede? —preguntó con arrogancia.

      Dejé la pañalera de Madison en la encimera de la cocina.

      —Nada.

      Ignorando sus intentos de llamar la atención, Maddie y yo metimos sus prendas sucias en la lavadora. Cuando empezó a funcionar, la llevé a su alfombra para gatear en la sala. Gary la había colocado rodeada de un muro de felpa para evitar que saliera y se lastimara con objetos punzantes, vidrio o la dureza de las baldosas.

      —¿Por qué haces eso?

      —¿El qué? —Sonreía como boba mientras me agachaba para jugar con ella.

      —Atravesarte. Seducirme con tu trasero cuando te agachas.

      Me giré para verlo.

      —Repítelo.

      —Buscas seducirme. —Alzó el mentón—. Eres una mala mujer.

      —Imbécil. —Señaló a Madison. Me sonrojé. Había establecido en casa una regla de cero groserías—.¿Cómo puedes decir eso?

      —Me levanté con los brazos en jarras, sintiéndome un poco cohibida con su desnudez—. ¿Qué tal un poco de respeto, Ry?

      —Madison no entiende lo que decimos. —Le dio un trago a su cerveza—. Lo del respeto te lo debes plantear a ti primero. Siempre acaparas mi campo de visión con tu trasero —gruñó—. ¿No tienes pudor? Desvergonzada.

      Alcé una ceja.

      —Primero que nada, ¿qué haces tú mirando mi trasero?

      Ryan, el duro policía, separó sus labios sin saber qué responder.

      Con el éxtasis de la victoria corriendo por mis venas, abrí una de sus cervezas.

      Nathan

      Estuve dándole vueltas al tema durante más de dos semanas. No pasaba ni un segundo sin preguntarme qué sería mejor. El debate estaba entre ignorar su cercanía, a tan solo unos metros de la cafetería donde trabajaba John, o hacer algo al respecto.

      En pocas palabras, desde que la vi, mi paz se redujo a cenizas.

      Podía escucharse exagerado, pero pensar en Rachel era un suicidio mental, lento y doloroso. Mencionar su nombre u oírselo decir a su hermano, a su padre, creaba un torbellino de contradicciones en mi cabeza que no debería existir. Era tan hermosa.

      Ambas lo eran.

      Diego jaló mis audífonos.

      —Si sigues así, te vas a desgarrar algo.

      —No has visto nada. —Comencé a bajar la velocidad de la cinta—. Nada.

      Se apoyó en la máquina luciendo interesado con mi rendimiento.

      —¿Estás pensando inscribirte en un maratón?

      —No. —Apoyé mi frente en el monitor de la caminadora cuando se detuvo por completo, inhalando y exhalando con profundidad—. No estás en la liga, imbécil. No puedes opinar. —Cerré los ojos—. Es más profundo que tú.

      En contra de las normas del puto gimnasio, encendió un cigarro y le dio una calada.

      —¿Una mujer?

      —Sí.

      ¿Qué sentido