Deseos encontrados. Oscary Arroyo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Oscary Arroyo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013201
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un mordisco a mi croissant, lo que era muy difícil con las bolas de fuego infernal que me disparaban los ojos de Rachel. Ni siquiera podía creer que minutos atrás me estuviese muriendo de hambre. Esmeralda, por su parte, no hacía que la situación fuera menos incómoda. Por cómo debí reaccionar apenas puse un pie en el comedor, debió darse cuenta de que entre la organizadora de eventos y yo había un gran saco de mierda, pero en vez de mantenerse al margen empezó a atacar a la fiera.

      «Justo lo que necesitaba», ironicé dentro de mi mente.

      Nunca había sentido tantas ganas de apuñalarme a mí mismo como ahora.

      —Raquel, esos pendientes se verían mucho mejor con el cabello recogido.

      —Esmeralda… —murmuré.

      Dejando de lado el no querer que explotara frente a Diego y su familia, lo cual la llevaría a decir cosas que no le concernían a nadie que no fuera a nosotros dos, no estaba de acuerdo.

      Para mí se veía completamente hermosa.

      Rachel tenía el poder de despertar fascinación en mí en lo que se refería a su imagen. Seguía tan exótica y sencilla, sublime, como siempre. Lo que intuía era un vestido que se acoplaba a la perfección a sus pechos, creando una buena línea de escote. El tono frambuesa de la prenda lograba resaltar el tono pálido de su piel; también su cabello, el cual se entremezclaba con las plumas de pavo real que colgaban de sus orejas. Quizás Esmeralda tenía razón. En cualquier mujer se verían mejor con el cabello recogido, pero no en Rachel. En ella los colores se unían al tono oscuro de su melena.

      —No, yo creo que se ven mejor así. —Gracias a Dios, Luz estuvo de acuerdo conmigo y fue capaz de decirlo antes de que Rachel respondiera—. A la luz se ve espectacular.

      —¿Dices que el salón es oscuro? —preguntó la otra rubia mirando las rendijas del techo por el que entraban los reflejos del sol—. Lo siento, Luz, pero creo que el día está lo suficientemente claro. ¿Crees que debería buscar una linterna? Por más que lo intento no noto lo espectacular.

      —Deberías tener mejor gusto —siseó Rachel.

      Luz separó mucho los párpados.

      —He… he visto a varias modelos usarlos con el cabello suelto.

      —Les ofreció una mirada conciliadora a ambas—. También con el cabello recogido. Dependiendo del cabello y del rostro, de las dos formas se ven genial.

      —¿De dónde me dijiste que te graduaste en moda? —le preguntó la pelinegra, ignorando los intentos de la hermana de Diego de mantener la paz.

      —Joder... —murmuró Diego tras codearme el brazo—. ¿Ves por qué me gusta? Con una mujer así, no me preocuparía por nada. ¿Te imaginas a Limbert discutiendo con ella? —Limbert era uno de sus accionistas que usualmente daba problemas—. Acabaría enamorado o aniquilado, una de dos.

      —En definitiva, una joyita. —No importaba que fueran las diez y media de la mañana, necesitaba un puto trago, así que extendí mi mano hacia la botella de bourbon. Me estaba convirtiendo en un alcohólico por causa de dos de sus invitadas—. ¿Te importa? —Diego negó—. Bien.

      —Tendré que llevarte yo si das dos más como ese. —Se refería a mí casi acabándome la botella de un trago—. ¿Es Esmeralda? —Bajó más la voz—. ¿Te está asfixiando? ¿Por qué la trajiste? Pensé que después de lo de Amy no querrías compromisos por un tiempo.

      —Así es —mascullé.

      —¿Entonces?

      —Pensé que darle un incentivo haría que…

      —Haría que tuvieran mejor sexo —completó por mí.

      —Sí.

      —Mierda, Nathan, es por eso por lo que las mujeres juegan con tus testículos.

      No pude contradecirlo.

      Tampoco pude hacer caso omiso al chillido de la niña que se llenaba de pudín sobre sus piernas. Ella metía las pequeñas manos en un tazón—demasiado grande en mi opinión— y se las llevaba a la boca, manchándose la cara entera, sin ninguna vergüenza. Estaba tranquila, feliz, tan diferente a las mujeres que discutían sin razón a unos centímetros. Como su madre, porque claramente era de Rachel, poseía los irises grises más embriagadores que hubiera visto. Un tono cobrizo era responsable del pigmento de su pequeña melena de león. Sus pestañas eran abundantes, factor que hacía que, al parpadear, el corazón de quien la viera se detuviera y sus mejillas estaban rosadas, como las de una muñeca de porcelana. Cargaba un vestido con volantes, encaje floral y cuello de algodón, lo que no hacía más que terminar de convertirla en la personificación de la ternura y la inocencia.

      Era por completo adorable.

      Y tenía el presentimiento de que era mía.

      Nathan

      Maddie se grabó a fuego en el interior de mis párpados. Durante la estancia en casa de Diego no pude dejar de mirarla, mucho menos de desear que todos desaparecieran para estar a solas con ella y comprobar o descartar la idea que iba maquinando mi mente. El primer round, o intento de cumplir lo anterior a falta de una vara mágica o un hoyo negro en el que arrojar a los otros, traté de sentarme junto a ellas en el jardín. Diego, por supuesto, lo arruinó a base de absurdos celos y posesividad hacia su organizadora de eventos. Bufé ocupando el lugar al lado de Esmeralda al otro extremo. Si él supiera la potencial identidad del padre de la pequeña Madison o cómo de loca podía ser Rachel, no se tomaría tantas molestias de caballero de antaño.

      El segundo intento, por otro lado, casi resultó. Casi. En esta ocasión fue Luz quien me dio la oportunidad de tenerla en brazos cuando decidió ir al baño. Segundos después la madre de Diego me la arrebató alegando que la lastimaría. No pude no darle la razón. Mi experiencia con los niños era escasa, así que no protesté y, a partir de allí, me concentré en desviar cada una de las miradas asesinas de Rachel.

      La tercera fue la vencida.

      —¿Estás segura de que quieres irte, cariño?

      Apreté el borde de la mesa con mis manos. ¿Por qué la llamaba así?

      Rachel tuvo el descaro de sonrojarse.

      —Sí. Debo atender un asunto —contestó—. Mi compañero de piso está teniendo algunos problemas. —Se levantó y empezó a recoger los juguetes de Madison de la mesa. Luz la ayudó—. Lo siento, de verdad; nos gustaría quedarnos por más tiempo, pero tengo que ir a ayudarlos.

      ¿Compañeros de piso?

      —Espera, ¿qué dijiste, cariño? —Bárbara de Acevedo abrió los ojos como platos—. ¿Vives con alguien? —Rachel asintió—. ¡Diego! ¡¿De nuevo con una mujer casada?!

      Diego se atragantó con su jugo.

      —¿Qué? Yo… ¡yo te juro que no sabía! —Miró a Rachel acusatoriamente—. ¿Por qué no me dijiste que eras casada, cariño? —le susurró con la intención de que no escucháramos, cosa que no sucedió—. Mamá… —Se llevó la mano al pecho fingiendo estar indignado—. Te juro que no lo sabía y que lo más pronto que pueda conseguiré que firme esos papeles de divorcio, ¿sí? La amo tanto que estoy dispuesto a perdonarla. —La miró con súplica—. Aunque no será fácil. Me haré el difícil al principio, pero todo sea por el amor —añadió cuando lo anterior no la convenció.

      Arrugué la frente.

      Si Rachel se había casado, ¿Madison tenía el apellido del imbécil que había encontrado para suplantarme? Eso tendría sentido. No podía tener una hija sin padre.

      —No estoy casada.

      —Raquel, ¿entonces quién es el padre del bebé?