—Madison.
Nathan
Después de que John fuese transportado en silla de ruedas a la sala de radiología para que pudiéramos saber si el golpe había afectado su cabeza, decidí tomarme un descanso de la tarea de niñera y me dirigí a la cafetería. Al llegar me acerqué a una de las máquinas expendedoras por un café. Mientras llenaba el recipiente con el delicioso elixir, me fijé en un policía a mi lado que hacía lo mismo con cinco vasos que colocaba en una bandeja con la misma cantidad de porciones de pastel de chocolate.
—Necesitan un poco de energía para la siguiente ronda de patrullaje, ¿eh? —intenté entablar una conversación normal, lo que necesitaba tras pasar tiempo con John.
El policía sonrió.
—No son para mí. Son para la paciente.
—Ah, ¿qué tiene?
—Acaba de dar a luz. —Otra vez sonrió—. Despertó queriendo pastel.
—Mucho por lo que puedo ver. —Reí—. Felicidades.
Frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Es el padre, ¿no?
—No, no lo soy.—Negó como si lamentara ese hecho. Abrió la boca para añadir algo más, pero el sonido de su celular lo detuvo—. Lo siento, debo irme.
—Bueno... —Leí su placa—. Agente Parker, fue un gusto conocerlo.
—Igualmente.
CAPÍTULO 6
Martes, 16 de agosto de 2011
Rachel
—¿Fresa? —Le mostré el rosa—. ¿O chocolate?
Maddie agitó las manos hacia el frasco en forma de cacao.
Guardé todo lo que no quiso usar el día de hoy en el armario. Tomé una toalla con bordado de flores sin dejar de presionar su estómago. En el baño hizo un mohín por el cambio de temperatura al entrar en su bañera, pero en vez de llorar chapoteó mientras la limpiaba con una esponja. Era el mejor bebé que le ponía las cosas fáciles a mami.
De regreso a la habitación la acosté en el centro de la cama y la rodeé de almohadas para dejarla ahí mientras iba por su ropa. Gateó todo lo que pudo en su pequeño espacio. Lucía adorable, así que alcancé la cámara instantánea y le tomé otra foto para al álbum cuando se sentó. Era la primera vez que lograba sacar una nítida donde estuviera así por sí misma.
—Eres hermosa, ¿lo sabes? —Acaricié la punta de su nariz—. Perfecta.
En un principio distinguir sus rasgos más allá de los pigmentos fue tarea imposible, pero a medida que crecía se hacía más evidente que la genética la había ligado a Nathan. Su nariz. Sus cejas. Su cabello. Mis pómulos. Sus hoyuelos. Su barbilla. Mis ojos. Mis labios. Sus pestañas gruesas, abundantes y separadas como si fuesen falsas.
Era una versión femenina, inteligente y en miniatura de él.
—Hoy saldremos a conquistar el mundo con esa sonrisa tuya. —Le di a Pulpo, su animal de felpa, al meterla en el corral cuando estuvo preparada para salir—. Naciste para conquistar el mundo, Madison. —Me agaché para depositar un par de besos en su tersa piel de bebé. Tal vez en un futuro sería una narcisista por mi culpa, pero cada una de mis palabras eran ciertas. Mi ángel estaría en la cima en lo que deseara. Hacía lo mejor para prepararla—. Te quiero.
Tras darle algunos mimos me dediqué a mi propia apariencia, mientras le echaba un ojo de vez en cuando con la radio encendida. Trasmitían Pon de replay, de Rihanna. Para entretenimiento de Madison, manteniéndose de pie con ayuda de los barrotes, hice algunos pasos mientras me vestía hasta que un brazo velludo, apretándome, me detuvo. Me congelé. Madison cayó sobre los cojines asustada. Debíamos estarlo. Ryan y Gary, las únicas personas que tenían llave, estaban resolviendo algunos asuntos del salón. Me estremecí.
Eso significaba que había un intruso.
Separé los labios para empezar mi rutina de supervivencia con un grito —no la que me había enseñado Ryan con todos esos trucos de luchador profesional—, pero la alegre voz de Eduardo me detuvo.
—Come Mr. DJ song pon on replay. Come Mr. DJ won’t you turn the music up. —Se separó de mí dando giros hacia Madison—. All the gyal pon the dancefloor wantin’ some more what. —La tomó y sostuvo su brazo mientras bailaban. Madison no lucía impresionada—. Come Mr. DJ won’t you turn the music up.
—Okay… everybody get down if you feel me —me uní cuando la adrenalina pasó.
—Put your hands up to the ceiling. —Se echó a reír mientras la canción terminaba—. Dios, Rachel. Tengo tiempo sin salir. Deberíamos ir a un club. ¿Crees que podríamos pasar a Madison en un bolso? —Mientras negaba nos evaluó a ambas con una sonrisa. Le divertía que nos vistiéramos parecido todo el tiempo—. ¿Compran su ropa en una tienda madre e hija o tienen su propia modista?
Me encogí de hombros.
—Así ninguna eclipsa a la otra.
—Oh, está bien, lo siento. ¿Cómo no lo supuse? —Se echó a reír—. Me alegra saber que no habrá ninguna competencia entre ustedes. Tendrás cuarenta cuando Madison tenga veinte, así que no sería divertido que esto se convirtiera en una película de Lifetime, donde le robas sus conquistas. —Batió la mano de Maddie—. ¿A ti, pequeña? ¿Te alegra no convertirte en un cliché para la diversión de amas de casa y abuelas?
Ella contestó soltando un chorro de baba. Reí colocándome un bléiser rosa que combinaba con su vestido. Ambos eran del mismo tono pálido pastel.
—¿Qué haces aquí, Eduardo? Gary no me avisó de que vendrías.
—Me reservé el regaño por violar mi privacidad. Estaba demasiado agradecida por no tener que luchar contra un intruso—. Tenía tiempo sin verte.
—Una semana. —Dejó a Madison en su corral, cuya atención se concentró en Pulpo—. Ni siquiera yo sabía que vendría, Rach. Gary fue a buscarme anoche. Dormí aquí. Almorzaremos juntos. —La expresión de su rostro se volvió soñadora—. Es perfecto. Nunca dejaré de darte las gracias por derramar ese cono de… de…
—De helado de mantecado con zanahoria —completé recordando cómo nos habíamos estrellado; mis hormonas me hicieron llorar y Gary limpió su camisa.
Miré a Maddie. A veces de los desastres surgían cosas preciosas.
—Lo recuerdo como si fuera ayer. Amé el contraste de su cabello con su rostro —susurró —. Tenías que verlo. Estaba esperándome con una sombrilla en la pista. Ya tiene comprados a los de seguridad.
Fruncí el ceño mientras elegía mis aretes. Al final opté por perlas.
—Diría que más bien tú lo tienes comprado.
—Lo quiero. —Me ayudó con el broche de un collar—. ¿Qué hay de ti?
—¿De mí?
—Sí. ¿Qué hay de tu historia de amor?
—¿Mi historia de amor? —No tenía ni idea de a qué se refería—. No me he enamorado de nadie. Tuve un novio, pero no funcionó.
—¿En serio? —Dejó caer la mandíbula con incredulidad—. ¿No te has enamorado?
Cubrí mis labios con labial antes de responder.
—No.
Eduardo se lanzó a mi cama y se acostó de lado, alzándose sobre su codo.
—Pensé que habías tenido algo serio con el papá de Maddie.