Deseos encontrados. Oscary Arroyo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Oscary Arroyo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013201
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me había obligado a tomar desde niña. Clases de cómo maquillarme, vestirme y peinarme para estar a la altura de la reputación de mi familia—. ¡Eres buenísima!

      —Lo mejor para mis mejores clientas.

      —Por supuesto que sí. No me verás en ningún otro salón. —Le devolví la sonrisa, feliz de tener otra ciudadana de Brístol en mi bolsillo, mientras veía cómo se hipnotizaba a sí misma con su reflejo—. ¿Qué días te puedo encontrar aquí?

      La pequeña mujer rubia asistiría a una boda. Vino a mí siguiendo los consejos de su mejor amiga, quien ahora era la envidia en el trabajo, ya que no solo arreglaba su cabello, sino que también violaba los términos profesionales de nuestra relación al involucrarme en su guardarropa al acabar mi turno. Estaba bien con eso. Ir de compras y seleccionar conjuntos habían sido mis actividades favoritas durante años. Ahora sacaba provecho de ello. Con respecto a Melissa, mi actual clienta, ella solo tenía problemas para domar sus rizos rebeldes. Me tomó dos horas hacerme cargo. Si antes era bonita, ahora la novia tendría que tomarse unos minutos para compararse con ella, retocarse, preguntarle quién era responsable de su nueva apariencia y posponer la boda para tener una cita conmigo antes.

      —Todos los días de nueve de la mañana a siete de la noche, excepto domingos.

      —Oh…

      —¿Tienes algo el domingo?

      —Sí, una reunión con la familia de mi novio.

      —¿La primera vez?

      —Sí. Estoy muy nerviosa. He oído que su madre es muy gruñona.

      Saqué una tarjeta con mi número.

      —Toma. Llámame entre semana y acordamos una hora.

      —¡En verdad, eres genial! —Se levantó pegando un salto para abrazarme. Le devolví el gesto con incomodidad que, por fortuna, notó, separándose—. Lo siento, lo siento, lo siento. Olvidé que estás embarazada. —Puse los ojos en blanco. Mi vientre estaba enorme. No verlo era como no ver agua desde un barco en medio del océano—. ¿Cuántos meses tienes?

      —Seis —contesté acariciando mi abdomen por encima de la camisa para embarazadas, la mejor oferta que había encontrado en una boutique de diseñador.

      No tener dinero no significaba vestirme mal.

      —Seguro será tan hermoso como tú. —Cerré los ojos cuando hizo eso de alargar su mano para frotarme como una esfera de cristal. No era la primera vez. Todos amaban invocar espíritus a mi costa—. Aunque apuesto que es una niña.

      Fruncí los labios. Lo dudaba. Pateaba mucho. Se movía dentro de mí como burbuja en una lámpara de lava. Imaginaba más un minijugador de fútbol, pero no tenía preferencias. Los uniformes deportivos de fútbol para niñas también eran adorables.

      Para evitar que se hiciera más tarde para ambas—a ella la esperaba una boda nocturna y a mí, un nuevo capítulo de The Vampire Diaries, mi adicción desde que ver televisión se había convertido en un pasatiempo—, la envié con Miranda. Cuando se fue, me despedí de Cleopatra, lo más parecido que tenía a una amiga, y agité mi mano a las otras chicas mientras colgaba mi delantal en el perchero. Eran como mi segundo hogar. Habían reforzado todos mis conocimientos, mejorándolos.

      Amaba mi trabajo.

      Amaba despertarme por las mañanas y tener la posibilidad de tomar lo primero que encontrase en el armario, porque no habría nadie para criticarme. Amaba poder comer a mi gusto. Amaba escuchar a las chicas reír sin necesidad de burlarse de otras personas. Amaba las historias de mis clientas. Amaba la sensación de independencia que me embargaba, la cual terminaba cuando veía a Gary parado junto a la puerta de la entrada fumando un cigarrillo, esperándome.

      —Sabes que no es necesario que hagas esto —susurré con la vista clavada en la heladería de la esquina.

      Tenían un helado de mantecado con zanahoria que me volvía loca.

      —Lo hago por el bebé. Si no fuera por mí, te comerías quinientos de esos al día. —Se arrodilló en la acera, pegó el perfil de su rostro a mi vientre y habló en voz baja, dramático como siempre—. Tranquilo. El tío Gary evitará que seas naranja y estés relleno de vainilla.

      —Eh…

      —Y Ryan se enfadará si no te acompaño —añadió levantándose.

      Fruncí el ceño.

      —¿Por qué tendría que molestarse?

      Ryan Parker era su hermano y nuestro compañero de piso. Con el empleo en el salón de la abuela de ambos, Teodora, vino el ofrecimiento de mi jefe de alquilarme una habitación cuando supo que necesitaba un lugar donde quedarme. Al principio creí que era otra obra de caridad. Esa sospecha se esfumó al conocer los gastos que compartiríamos. Como alguien que nunca se vio en la necesidad de pagar una factura de luz, por fin entendí la queja global del coste de los servicios, alquiler, entre otros. Sin embargo, el precio final de vivir con ellos valía la pena. El departamento era amplio. Contaba con vigilancia, áreas verdes y estacionamiento múltiple —aunque de momento en los nuestros solo estaba la motocicleta de Ryan, posicionada en forma horizontal para impedir el paso a nuestro territorio—, además de todos los servicios.

      Con respecto a mi otro compañero de piso… moreno, pelo al rape, barbilla cuadrada y con cada uno de sus músculos desarrollados, era completamente diferente a su hermano. Mientras Gary era risueño y amable, él era descarado y grosero. Hacía mi vida miserable, pero yo no me quedaba atrás. Pasaba mis noches excusándome en ataques de ansiedad para hacerlo salir a altas horas de la noche a la tienda por cerrarme la puerta del refrigerador mientras guardaba las compras o tardarse más que un modelo en el baño. Su ética policiaca no le permitía dejar que una embarazada saliera a las frías calles de Brístol por comida en la madrugada. Si me sucedía algo y en la comisaría lo vincularan conmigo, ¿cómo qué clase de policía quedaría? Tendría que decir adiós al ascenso que tanto deseaba.

      —Todos los días me pregunta si te traje de regreso.

      —¿Ah, sí? —Me hice la desinteresada—. ¿Cómo suena su voz cuando lo hace? ¿Pone voz de monstruo? «Rachel, maldita sea, dime lo que quieres para que pueda comprarlo y regresar a dormir» —lo imité poniendo cara de monstruo, haciéndolo reír, pues así era exactamente cómo sonaba y lucía.

      —Sí, algo así, pero pone su expresión de estar en un…

      —¿En un interrogatorio?

      —Exacto.

      —Bueno… —Me colgué de su brazo para arrastrarlo a la heladería—. Dile que ya soy una chica grande. Esto lo demuestra. —Señalé mi estómago—. Además, de que dudo mucho que alguien se atreva a atacar a una mujer embarazada tan temprano.

      —Ya lo hice.

      —¿Y?

      —No funcionó. Dice que las estadísticas…

      Puse los ojos en blanco, ignorando lo que tenía por decir. Ryan y sus estadísticas no me dejaban dar un solo paso en paz. Apretando aún más el brazo de Gary, retomé con más rapidez mi andar hacia la heladería ignorando las estadísticas sobre mujeres embarazadas que sufrían un accidente al ir por un helado.

      Nathan

      —Otra ronda —exigí en medio de otro intento desesperado de aliviar mis penas.

      La barman, una rubia, me miró seductoramente antes de dedicarse a ello. Tras agregar dos cubos de hielo a mi trago, lo deslizó por el mostrador junto con un papel con su número. Tomé el trago. Arrugué el papel hasta hacerlo una bola y lo arrojé a la pista de baile cuando se dio la vuelta para atender a su siguiente cliente.

      Estaba harto de las mujeres.

      Una vez que tomé un sorbo, repasé el borde de cristal con la yema de mi dedo mientras fruncía los labios. Si mi vida fuera un partido de fútbol, estaría perdiendo mil a cero contra el otro equipo.