Deseos encontrados. Oscary Arroyo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Oscary Arroyo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013201
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me sostenía en una pierna que si mi madre estuviera presente, me lavaría la boca con ácido. Cuando el dolor pasó, entré a la cocina y saqué un jamón del refrigerador para hacerme un sándwich. Diez minutos después, al darle un bocado, lamenté no haber luchado por mi sueño de estudiar cocina. De haberlo hecho, seguro habría tenido éxito y desconocería las identidades de Helga y Rachel, además de que con un poco de suerte mi prometida no me habría engañado con mi asistente.

      Sería feliz.

      Cuando la melancolía pasó y terminé de alimentarme, dejé el plato en el fregadero para que Willa, el ama de llaves, lo limpiara cuando volviera de vacaciones. Si la vida se empeñaba tanto en dejarme como un imbécil, sería el mejor de todos.

      Estaba sirviéndome un vaso con agua cuando sonó el timbre.

      —¿Qué quieres?

      Mi tono sonó más frío de lo necesario, pero no era para menos. Su engaño era un golpe a mi orgullo. Sus gustos sexuales no tenían nada que ver, sí que no hubiera conversado conmigo sobre traicionarme bajo mi propio techo mientras me mantenía ilusionado con un plan que no quería. Además de ello, me dolía porque más que un amor pensé que entre nosotros había una confianza inquebrantable.

      Pero ella la rompió al usarme como tapadera para su homosexualidad.

      —No, lo pensé mejor, no me digas. No me interesa. —Intenté cerrar la puerta, pero su pequeño pie se interpuso—. Vete.

      Hizo caso omiso.

      —Te traje esto.

      Bajé la vista a la tarta de cumpleaños que reposaba en sus manos.

      —Fue la semana pasada —gruñí.

      —Lo sé. —Tragó antes de continuar—. Lo siento por no llamarte. Temía acercarme y comprobar que me odias, pero Helga me animó a que viniera. Ella se dio cuenta de cuánto te necesito para…

      —¿Cómo te animó? ¿Acostándose contigo? —No soportaba que mencionara a la pelirroja que, gracias a Dios, nunca más había aparecido por la oficina y me había ahorrado el trabajo de despedirla renunciando—. Aunque mierda, para aparecerte aquí imagino que eres la valiente de las dos. Debes tener unos… —Tomé aire—. Que no vi antes.

      —Nathan...

      Su voz, al igual que su precioso rostro de nariz respingona, ojos azules y pecas, se quebró y parte de mí, la que seguía amándola, con él. Pese a lo sucedido en mi corazón, porque en mi mente ya no, todavía era la pequeña rubia de personalidad calmada, generosa y dulce que amaba.

      Me masajeé las sienes.

      —Amanda, lo mejor que puedes hacer ahora es irte.

      —¿No te lo quedarás? —Negué. Ella lo dejó en el piso—. Bi… bien.

      —Comenzó a sollozar y yo, a cerrar la puerta de manera definitiva. Esperaba que el perro del vecino lo notara cuando se escapara de alguno de sus paseos y se diese un banquete —. Te quiero, lo sabes ¿no? Mi error fue no ser sincera, pero te quiero. En eso nunca te mentí. Eres el mejor amigo que tengo.

      Lo último que vi del exterior fueron las tres velas encendidas del pastel, una por cada década de mi miserable vida llena de mentiras y equivocaciones.

      —Adiós, Amanda.

      Rachel

      Me levanté pensando que sería un día hermoso. El conjunto que tenía planeado usar para recibir el año no pensó lo mismo al encogerse en la secadora, por lo que ahora tendría que asistir a la fiesta que Gary había organizado en nuestro departamento usando una bata de baño. Al parecer era lo único en lo que entraba mi cuerpo.

      —Nada me queda bien, Gary —mascullé entre hipidos con la frente enterrada en la camisa de mi amigo, manchándola con mis lágrimas—. Estoy horrenda.

      —Estás fantástica. —Acarició mi espalda—. Mírate.

      Visualicé mi reflejo en el espejo.

      ¿Estaba ciego?

      Tenía los tobillos hinchados. Mi pelo se veía grasoso. La piel de mis manos estaba seca. Mi abdomen a duras penas permitía que la toalla se cerrara. Mi cutis estaba rojizo. Estaba en mi peor momento y Gary se atrevía a decir que estaba fantástica.

      —No mientas. —En la indignación retorcí mis puños en la tela de su prenda—. No voy a salir, Gary; estoy fea. Menos hoy que es Año Nuevo y todos estarán luciendo geniales en sus estúpidos atuendos hechos a medida. —Las hormonas hablaban por mí—. No saldré de mi habitación.

      —Luces hermosa. No te dejes llevar por las emociones del embarazo. —Me abrazó más fuerte—. Eres bonita hoy, mañana y siempre.

      —No sabes lo que dices. —Estaba deslumbrante como un diamante con su traje oscuro, buena forma y linda cresta. Él no entendía—. Tú no sabes cómo me siento… —Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas—. ¡No lo sabes! ¡Eres atractivo!

      —No miento, lindura. —Amarró mi cabello en su mano, haciendo resaltar mis pómulos—. Solo tienes que arreglarte. —Me dejó en el centro de la alfombra mientras se dirigía a mi armario y sacaba un vestido plateado con elástico que todavía tenía la etiqueta de nuevo, una chaqueta de cuero con algunas perlas que la adornaban y sandalias de tiras ajustables—. Ponte esto.

      Lo hice. Una vez que tuve la ropa puesta, me sentó frente al espejo y se dedicó a mi cabello como si fuera una de sus exclusivas clientas. Rizó cada mechón como si le hubiese pagado millones. También me maquilló. Cuando terminó, mis ojos se llenaron de lágrimas, que no derramé por respeto a todo el trabajo que le había costado hacerme lucir hermosa.

      —¡Gracias! —Lo abracé—. Yo… lo siento si me pongo loca, Gary. Te amo.

      Me ofreció una sonrisa.

      —Lo sé, Rachel. Dos meses más y pasarás cada día de tu vida agradeciéndomelo.

      —Eres un interesado —reí tomando su mano y guiándolo fuera de mi habitación.

      En la sala estaban Ryan y Cleopatra compartiendo un plato de galletas. Se encontraban también algunas de las chicas del salón. La abuela de ambos me abrazó apenas me vio. Era un encanto de piel morena, regordeta y de cabello gris. Se había hecho cargo de los chicos al morir sus padres en un accidente cuando eran niños. Además de luchar para criarlos después de la muerte de su hija, antes de ello luchó para cumplir sus sueños mientras era madre soltera y montar un salón de belleza en el que trabajó hasta que Gary se animó a ayudarla. Cuando la conocí, inmediatamente la adopté como un ejemplo. Quería que mi bebé me mirara como Ryan y Gary la veían, como una persona que había luchado por ellos.

      —Te ves preciosa —murmuró mientras me abrazaba—. Ya casi es hora, ¿no?

      Asentí mientras llevaba las manos a mi vientre.

      No importaba lo que sucediera; solo un día, el día que lo sostuviera entre mis brazos, haría que este nuevo año fuera el mejor de mi vida.

      Nathan

      —Estaré bien. Willa dejó comida para calentar —le informé a mi madre.

      Solo porque sabía el gran esfuerzo que para ella implicaba no tener a sus dos hijos en la cena de hoy, Año Nuevo, le había contestado la llamada. Prefería mantenerme aislado del mundo y del recordatorio constante del engaño de Amanda. Lo veía en todas partes. Cada vez que veía a una pareja pretendiendo ser feliz me moría de ganas de gritarles que mentían, que nada era para siempre o cosas por el estilo.

      —Nathan, cariño, ¿pero en verdad estás bien? —Era la cuarta vez que lo preguntaba en los diez minutos que llevábamos hablando—. ¿Seguro? No despertaré con una llamada de la comisaría un primero de enero, diciéndome que te has ahorcado o algo por el estilo, ¿verdad?

      Puse los ojos en blanco. Ella leía muchas novelas policiacas.

      —No,