Vitamina C. Andrew Saul. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Andrew Saul
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Медицина
Год издания: 0
isbn: 9788478089970
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éxito evolutivo también depende de la reproducción. Siempre y cuando los jóvenes consumiesen suficiente vitamina C para evitar el escorbuto agudo, la ausencia del gen no habría hecho disminuir la aptitud evolutiva de los humanos primitivos. Habría habido la vitamina C suficiente para evitar la enfermedad y mantener los niveles de aptitud durante todo el período de la concepción y la crianza de los niños.

      En tiempos de abundancia, la pérdida del gen de la vitamina C podría haber tenido solamente un efecto mínimo. De hecho, los animales vegetarianos que carecen del gen pueden disfrutar de una ligera ventaja energética, puesto que no necesitan fabricar internamente la sustancia. Los animales con el gen y los mutantes que lo habían perdido podrían haber coexistido durante largos períodos en la misma población. Sin embargo, cuando el suministro de alimentos se acortaba, aquellos que no desperdiciaban energía vital en fabricar la vitamina C podrían haber tenido una ventaja para la supervivencia. En palabras del doctor Cathcart, los mutantes podrían haber «superado por hambre» a aquellos que tenían el gen. Durante los períodos de tensión evolutiva máxima, los animales carentes del gen de la vitamina C podrían haber predominado hasta el punto de que los portadores del gen se extinguieran.

      Una ventaja evolutiva

      Varias evidencias indican que la población humana cayó estrepitosamente en el pasado. En muchas especies vemos que los cuellos de botella evolutivos son sorprendentemente comunes, porque una especie existe solo mientras pueda competir por su lugar en el ecosistema. La mayoría de las especies que han existido en la Tierra ya se han extinguido. Una especie típica tiene un período vital de unos diez millones de años.[14] Las evidencias actuales indican que los humanos casi se extinguieron hace unos ciento cincuenta mil años; los estudios genéticos muestran que todos los humanos surgieron de una pequeña población de África entre ciento cincuenta mil y doscientos mil años atrás.[15] Una interpretación creativa de los hechos científicos sigue la pista de toda la vida humana hasta una sola mujer, que vivía hace unos ciento cincuenta mil años en el Este de África, el área que ahora abarca Etiopía, Kenia y Tanzania. La «Eva mitocondrial», como se la conoce, es el antepasado femenino común, o matrilineal, más reciente de todos los seres humanos.[16]

      Para comprender la importancia de la Eva mitocondrial, hay que recordar que las células humanas contienen unos orgánulos pequeños, llamados mitocondrias, que mantienen la maquinaria química que nos suministra la energía. Las mitocondrias tienen su propio material genético (ADN), que se transmite a los niños por medio del huevo materno (ovum).[17] El esperma masculino es mucho menor que el huevo y no aporta mitocondrias al feto. Los científicos han demostrado que todos los seres humanos tienen el ADN mitocondrial originado en un solo individuo. Esta Eva no vivió sola y probablemente residió en un pueblo pequeño o una comunidad reducida, donde sus hijos tuvieron alguna ventaja evolutiva sobre los demás niños de la tribu.

      Existe el correspondiente antepasado masculino común, el llamado «Adán cromosomático Y», que vivió hace entre sesenta mil y noventa mil años. Los cromosomas son paquetes de genes que transfieren el ADN a las células de la descendencia. Los niños adquieren de su padre un cromosoma Y, que se empareja con un cromosoma X de la madre y crea el par XY que define al sexo masculino. Las niñas reciben un cromosoma X de cada progenitor y forman el par XX. Los científicos han seguido las mutaciones en los cromosomas X e Y en el tiempo para identificar al Adán cromosomático Y. A diferencia del Adán bíblico, el Adán cromosomático Y vivió muchos miles de años después de la Eva mitocondrial. Nuestros Adán y Eva bíblicos no deben ser considerados como hechos científicos, sino como historias para ilustrar una interpretación posible de las evidencias disponibles.

      Una explicación posible para el Adán cromosomático Y es un acontecimiento supervolcánico que ocurrió hace entre setenta mil y setenta y cinco mil años en el lago Toba, en Indonesia, suceso que podría haber devastado la población humana.[18] Los humanos podrían haber quedado reducidos a unos pocos miles de parejas reproductoras, creándose así un cuello de botella en la evolución humana. El acontecimiento geológico fue de una magnitud quizá miles de veces mayor que la erupción que destruyó el monte Saint Helens, y pudo haber hecho descender la temperatura global durante varios años, desencadenando posiblemente una era glacial. Es posible que el Adán cromosomático Y fuese simplemente el superviviente más eficaz de la catástrofe supervolcánica de Toba.

      Esta historia ilustra lo grave que puede ser la presión de la selección sobre los seres humanos. Si la pérdida del gen de la vitamina C proporcionó una capacidad aumentada para sobrevivir períodos de hambruna, también podría haber asegurado la supervivencia final de la especie humana. Es posible explicar a nuestra Eva mitocondrial suponiendo que una mutación en su ADN mitocondrial le otorgó una gran ventaja sobre los demás humanos. En este caso, podría haberse incrementado la población de gente que heredó las mitocondrias de Eva, lo que podría haber hecho que al final esa gente reemplazase a todas las demás formas. Podríamos explicar al Adán cromosomático Y de un modo parecido.

      A diferencia de los simios y de otros muchos mamíferos, los humanos poseen muy poca diversidad genética; esto podría haber sido causado por cuellos de botella en la población.[19] Cualquier gen que esté representado en solo un pequeño número de individuos está en peligro de eliminación. Ha habido muchas veces en las que la carencia del gen para la vitamina C podría haber conferido una ventaja evolutiva; los cuellos de botella de la población pueden haber asegurado que los individuos sin el gen llegasen a dominar. Nosotros acarreamos las consecuencias de este accidente evolutivo en nuestros genes.

      El coste del gen perdido

      A pesar de su beneficio evolutivo, la pérdida del gen para la vitamina C podría haber situado a los ancianos bajo graves carencias y enfermedades. Una vez que un animal ya se ha reproducido, la selección evolutiva es menos eficaz. En los seres humanos modernos, y en algunos grupos animales, los abuelos pueden estar involucrados en la crianza de los jóvenes, pero en términos evolutivos eso es un factor secundario. En estado salvaje los animales viejos son infrecuentes y los amplios grupos familiares constituyen la excepción. La pérdida del gen para la vitamina C puede conducir a numerosos problemas, como la artritis, las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y una respuesta inmunitaria disminuida. Sin embargo, la muerte de un animal que ya ha completado su fase reproductiva no evita que su descendencia capaz forme la siguiente generación. Siempre y cuando esas enfermedades crónicas ocurriesen en un momento posterior de la vida, su efecto sobre la aptitud evolutiva sería pequeño. En términos evolutivos no importa que una cobaya vieja sufra, mientras haya dejado detrás un gran número de descendientes jóvenes y sanos.

      Así pues, la evolución humana puede haber otorgado la capacidad de sobrevivir a largos períodos de escasez de alimentos, pero a expensas de padecer enfermedades crónicas. Tales enfermedades serían un problema solo si la ingesta de vitamina C en la dieta fuese insuficiente para las necesidades a largo plazo. No sabemos mucho de nuestros antepasados mamíferos ni del tiempo en el que se perdió el gen para la vitamina C. Cuarenta millones de años es poco tiempo después de la extinción de los dinosaurios, y solo tenemos un registro escaso de huesos fosilizados de esa época. Y más importante aún, disponemos de escasa información de la dieta de nuestros antepasados.

      La dieta típica de los seres humanos modernos no consiste predominantemente en verduras ricas en vitamina C. Aunque la gente disfruta de vidas razonablemente largas con esa ingesta limitada, padece cada vez más de enfermedades degenerativas y de una menor calidad de vida. Este sufrimiento innecesario podría no ocurrir si el gen perdido estuviese presente. Nuestra incapacidad para fabricar nuestro propio ascorbato significa que cada niño recién nacido viene de fábrica con una dependencia de vitamina C, con una deficiencia innata de vitamina C.

      Los beneficios para la salud de la vitamina C

      La verdadera historia de la vitamina C se ha hecho más clara en los últimos años, conforme las afirmaciones de sus


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Pigolotti, S., A. Flammini, M. Marsili y otros. «Distribución del período vital de las especies en modelos ecológicos simples». Proc Natl Acad Sci USA 102: 44 (2005): 15747-15751. Newman, M. E. J. y R. G. Palmer. Modelos de las extinciones. Nueva York, NY: Oxford University Press, 2003.

<p>15</p>

Reich, D. E. y D. B. Goldstein. «Evidencia genética sobre la expansión de la población humana paleolítica en África». Proc Natl Acad Sci USA 95: 14 (1998): 8119–8123.

<p>16</p>

Sykes, B. Las siete hijas de Eva: la ciencia que revela nuestra ascendencia genética. Nueva York, NY: W. W. Norton, 2001. Fay, J. C y C. I. Wu. «Un cuello de botella en la población humana puede explicar la discordancia entre los patrones mitocondriales y la variación del ADN Nuclear». Mol Biol Evol 16: 7 (1999): 1003–1005.

<p>17</p>

Cann, R. L., M. Stoneking, A. C. Wilson. «ADN mitocondrial y evolución humana». Nature 325 (1987): 31–36.

<p>18</p>

Ambrose, S. «¿Provocó un cuello de botella en la población humana la supererupción de Toba? Réplica a Gathorne-Hardy y Harcourt-Smith». J Hum Evol 45 (2003): 231–237. Ambrose, S. «Cuellos de botella de la población humana en el pleistoceno superior, el invierno volcánico y la diferenciación de los humanos modernos». J Hum Evol 34 (1998): 623–651.

<p>19</p>

Feng-Chi, C. y L. Wen-Hsiung. «Divergencias genómicas entre los humanos y los demás homínidos, y el tamaño efectivo de la población de los antepasados comunes de los humanos y los chimpancés». Am J Hum Genet 68: 2 (2001): 444–456.