Y entonces, en su desesperación, nació la fe. Fe en que Jesús podía curarla. Y tanta fue su fe que creyó en que con solo tocar el manto de Jesús, podía ocurrir el milagro. Se estiró, en medio de la gente, deseosa de que acabase ya su lucha, su miseria. Y la fe ganó. Fe no en un trozo de tela, sino en el poder del mismo Maestro, el Sanador poderoso.
Jesús, que conoce tu necesidad aun antes de que pidas con fe, dijo a esa mujer: “¿Quién me tocó? Sentí que salió poder de mí”. Los ojos de la mujer buscaron tímidamente los ojos del Señor. Ahora sus ojos brillaban de salud, emoción y gratitud.
¿En qué confías tú? ¿Dónde está tu confianza? Si confías en cosas, sea ropa, calificaciones, lugares, o incluso personas, quedarás decepcionado. Solo confiando en Jesús y en su poder podrás escuchar las palabras de Jesús, que te dice con amor: “Tu fe te ha salvado”. Cinthya
1º de febrero
Dedicados a hacer el bien
“Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien” (Tito 2:14, NVI).
Hoy quiero invitarte a usar tu imaginación y pensar en algunas cosas de la creación. ¿Has estado alguna vez en la ribera de un río? Si es así, quiero que pienses en su utilidad. Muchas ciudades extraen agua de los ríos, la potabilizan y la usan para su consumo. Cerca de los ríos, la vegetación que está en la orilla siempre está verde y con colores vivos, porque absorben sus frescas aguas. Además, hay un montón de animalitos que viven dentro de sus aguas.
¿Y los árboles? ¡Nos regalan muchas cosas! El oxígeno que respiramos todos los días es gracias a ellos. Su sombra en días calurosos nos alivia y nos refresca. Los árboles frutales tienen un toque extra: nos dan deliciosas frutas. Y además, ¿cuántas cosas conoces que se fabrican con madera?
¿Te gustan las flores? Su variedad de colores y formas deleitan la vista de todos. ¿Y su aroma? Hay flores como la fresia, el jazmín y la rosa, que embellecen el aire con su perfume. ¡Qué delicia!
¿Y el sol? Su luz llena de alegría el ambiente y su calor nos entibia en los días fríos. Ahora, ¿notaste una cosa? Parece ser una ley de la naturaleza que todas las cosas creadas están hechas para dar algo en beneficio de otros. Todas fueron creadas para el bien de los demás. El sol no guarda su luz para él mismo, los árboles no se comen sus propias frutas, las flores no retienen egoístamente su aroma, ni los ríos se beben su propia agua. Todos fueron hechos para dar y beneficiar a otros.
Tú y yo, como hijos de Dios, no somos la excepción. ¿Por qué estás en este mundo? ¿Para qué fuiste creado? El versículo de hoy te puede ayudar a encontrar la respuesta. Vuelve a leerlo.
Sí, amiguito, Dios te creó para que seas una de bendición para los que te rodean. Tú eres parte del pueblo elegido de Dios, dedicado a hacer el bien a los otros. Y así como cada cosa en la naturaleza tiene su función, tú también tienes algo para dar: una sonrisa, palabras de ánimo, ayuda a quien la necesita, y mucho más. Pídele hoy a Dios que te muestre cómo ser una bendición para los demás en cada pequeña y gran acción. Gabriela
2 de febrero
Bondad ejemplar
“¡Qué bondadoso es el Señor! ¡Qué bueno es él!” (Salmo 116:5 p.p., NTV).
Había una vez un niñito que vivía en una aldea de montaña. Este niño tenía una personalidad encantadora. Era cortés por naturaleza, y parecía que sus manos voluntarias estaban siempre listas para servir a otros de manera totalmente desinteresada.
Todos en la aldea lo conocían. Desde pequeñito parecía que vivía para beneficiar a otros. Él era miembro de una familia pobre; por ello no solo ayudaba en los quehaceres del hogar, sino también trabajaba en el taller de su papá. ¿Cómo crees que tomaba él este asunto? ¿Era un amargado por tener que trabajar cuando otros niños de su edad se la pasaban jugando? No. Todos los que lo conocía, sabían que lo caracterizaba su alegría constante. Muchos que pasaban frente al taller donde él trabajaba podían oír que expresaba su alegría cantando himnos de agradecimiento. Con algo tan sencillo como el canto, parecía perfumar el ambiente con la fragancia del Cielo, logrando que los demás se elevaran por sobre los pesares de esta Tierra y sintieran más cerca la Patria Celestial.
Este niño fue creciendo hasta llegar a ser un joven. Y seguía siendo un ayudador nato. Su simpatía y ternura alegraban y cambiaban el día de todos los que tenían contacto con él: ancianos, niñitos, personas tristes o preocupadas. ¡Hasta los animalitos eran más felices a causa de su presencia! Parecía que no había nada tan insignificante que no mereciese su atención o su ayuda. No tenía problema en agacharse a aliviar un pajarito herido. Era una persona capaz de simpatizar con todos. Parecía siempre envuelto en una atmósfera de esperanza y valor que hacía de él una bendición en todo lugar.
¿Sabías que esta historia es real? Es la descripción que hace Elena de White sobre el niño Jesús en el libro El Deseado de todas las gentes. ¡Sin dudas él fue la bondad en persona! Ahora, piensa en esto: ¿Se podría usar la misma descripción para hablar de ti? ¿Eres una bendición para los demás? ¿Disfrutas de ayudar a todos? ¿Alegras con tu presencia a los tristes?
No te desesperes si te falta mucho para ser como Jesús. La bondad es algo que cultivamos toda la vida. Y Dios hizo provisión para que todo niño que quiera, pueda llegar a ser bondadoso como él. ¡Pídeselo hoy en oración! Gabriela
(Basado en el capítulo 7 de DTG: “La niñez de Cristo”, pp. 49-55.)
3 de febrero
Lodebar, donde la bondad llegó
“El Señor es justo en todos sus caminos y bondadoso en todas sus obras” (Salmo 145:17).
Lodebar, también conocida como “tierra maldita”, era un lugar donde la Palabra de Dios no llegaba. Un lugar alejado de todo. Una pequeña aldea ubicada a 13 kilómetros del mar de Galilea. Ya imaginarás que era un lugar terrible para vivir. Se la describe como una tierra seca, sin pastos, ni frutos... nada.
Mefiboset, el joven de nuestra historia, vivía allí. ¿Cómo lograba subsistir después de haber sido príncipe y vivir con todos los lujos? No lo sé. Además, el pequeño quedo lisiado cuando tenía cinco años. Su abuelo Saúl y su padre Jonatán habían muerto en batalla. Al escuchar estos incidentes, la nodriza de Mefiboset quiso escapar rápido del palacio, porque era costumbre que el nuevo rey que asumía el cargo matase a los descendientes del rey anterior. En la veloz huida, la nodriza dejó caer al niño heredero, quien quedó cojo de ambos pies por el resto de su vida. Qué triste, ¿verdad?
Pero esta historia bíblica tiene un final feliz. Un día, David, quien ya era rey, buscó ser bondadoso con cualquiera que quedara de la casa de Saúl. Y Mefiboset fue llamado. Humildemente y con temor, el joven se presentó delante de David. Es posible que su voz haya reflejado temor, pues inmediatamente David lo tranquilizó, asegurándole: “No tengas miedo, porque sin falta ejerceré bondad amorosa para contigo por amor de Jonatán tu padre; y tengo que devolverte todo el campo de Saúl tu abuelo, y tú mismo siempre comerás el pan a mi mesa” (2 Sam. 9:1-7). Movido por un sentimiento de profundo aprecio, Mefiboset se postró ante David y dijo: “¿Qué es tu siervo, para que hayas vuelto tu rostro