Usemos la ilustración de una de las creaciones más bellas de Dios: la mariposa. ¿Las has visto volar? ¡Cuántos colores y formas tienen! Pero la mariposa no empezó teniendo bellas alas ni lindas antenitas, y ¡ni siquiera podía volar! Era un gusano que se arrastraba por la tierra.
Para que la mariposa llegue a ser mariposa, tiene que pasar por una transformación muy rigurosa. A este proceso se le llama metamorfosis, que significa “cambio de forma o transformación”.
Esta transformación en cuatro etapas ¡me fascina! Primero, nace un huevito y sale una larva. Segundo, se convierte en una oruga y se arrastra por la tierra. Tercero, entra en un capullo llamado crisálida, y queda inmóvil. Cuarto, se libera de su caparazón, despliega sus coloridas alas al sol y vuela.
¡Qué maravillosa transformación! Cuando Jesús mencionó que había que “nacer de nuevo” se refería a la clase de transformación que experimentamos cuando lo invitamos a entrar a nuestro corazón. ¡La fe en Dios lo transforma todo! Transforma tus hábitos, tus costumbres, tus gustos. Eso quiere decir que si antes mentías ahora no lo harás más; si te enojabas por cualquier cosa, ahora serás gentil con los demás. Si te costaba obedecer, ahora con la ayuda de Dios serás un niño obediente.
Las mariposas nos ayudan a comprender de forma maravillosa lo que hace la fe de Dios en nosotros. ¿Qué eliges ser hoy? ¿Un gusano que se arrastra por la tierra o una hermosa mariposa que vuela? Magaly
29 de enero
Cartas de amor
“Y nosotros hemos llegado a creer que Dios nos ama. Dios es amor. El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 4:16, NVI).
Una de las cosas importantes en mi vida han sido las cartas. Ellas han tenido un fantástico poder para hacerme sentir amada cuando tuve que separarme muchas veces de mi familia. Más adelante, el joven del que estaba enamorada recibió una invitación para trabajar como misionero en otro país, por lo que también nos tuvimos que separar.
En ese tiempo no existía Internet. Lo mejor que podíamos hacer era tomar una hoja de papel y escribir a mano una carta. Yo escogía el papel más lindo que encontraba en la librería y escribía el mensaje de amor más tierno que salía de mi corazón. Para poder enviarla, la colocaba en un sobre, la sellaba y la llevaba a la oficina de correos para que fuese enviada de un país a otro. Esto no era instantáneo; tenía que esperar muchos días y hasta muchas semanas para poder recibir la respuesta.
Más emocionante que escribir y enviar las cartas, era el poder recibirlas. Cuando recibía una carta corría a algún lugar solitario para que nadie interrumpiera ese momento especial. Al abrir el sobre lo hacía con mucho cuidado, y aunque tenía prisa por leer cada una de sus palabras, lo hacía cuidadosamente para no romper ninguna de las hojas. Ellas me traían el mensaje de amor más esperado, bañado en tantos suspiros como respiros tenía.
Lo conocía desde hacía mucho tiempo; por eso, mientras leía sus cartas podía imaginarme su sonrisa, y mi corazón latía a cien por hora cuando leía que me amaba... me salían corazoncitos por los ojos. Estábamos separados por muchos kilómetros de distancia y, aunque no podía verlo, las cartas me ayudaron a creer que me amaba. Tenía la seguridad de sus palabras, y eso nos acercaba y mantenía unidos todo el tiempo que estuvimos separados.
Aunque esas cartas fueron muy importantes en mi vida, sin lugar a dudas todos tenemos acceso a la carta de amor más maravillosa jamás escrita. ¿Sabes cuál es? Sí, es la Biblia. Mediante sus palabras podemos imaginarnos a un Padre de amor que, aunque no vemos, sabemos que nos ama.
Creer en su Palabra es tener fe; es confiar que, aunque no puedas verlo, él te ama más que cualquier cosa en el mundo. Dios te ama y dejó una carta de amor para ti. ¿Ya la leíste hoy? Magaly
30 de enero
El sacrificio
“El Ángel de Jehová dijo a Abraham: ‘Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos’ ” (Génesis 22:16, 17).
Imagínate que un día despiertas temprano, cuando está amaneciendo, y tu padre te dice: “Hijo, vamos a salir de viaje”. Tú te emocionas muchísimo y le preguntas: “¿A dónde vamos y en qué vamos a viajar?” Él responde: “Vamos a ir a una montaña que queda a un par de días de viaje e iremos caminando”. Como eres un niño obediente, partes a la aventura con papá. El viaje es polvoriento y la montaña se ve muy lejana. A la vez, observas que tu papá está silencioso y en momentos para a descansar y a orar. Comienzas a captar que esta aventura es más que eso, es más bien una misión. Al tercer día de este viaje, tu padre dice: “Hijo, este el lugar donde nos detendremos y prepararé un altar para adorar a Dios”.
Tu padre edifica allí el altar y pone la leña sobre las piedras. Tú le preguntas: “¿Dónde está el cordero que será ofrecido como ofrenda en este altar?” Tu padre responde: “Hijo mío, Dios proveerá el cordero para el holocausto”. Luego de un momento tu padre te explica que Dios le ordenó hacer este sacrificio y te pone sobre la leña. “¡¿Qué?! ¿Yo? Pero, ¿por qué yo?” Quizás gritarías: “¡Mamá, auxilio! ¡Alguien que me ayude!”
No creo que te suceda algo así; sin embargo, esta fue la historia de Isaac. Es impresionante no solo porque muestra la fe total de Abraham en Dios, sino también porque muestra la gran fe y obediencia de Isaac. La Biblia no registra que él haya intentado escaparse mientras su padre lo perseguía. Más bien el relato bíblico dice que él sumisamente obedeció la indicación de Dios y de su padre.
Esta historia termina diciendo que un ángel le dijo a Abraham: “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”.
Te pregunto a ti: ¿Tienes una fe como la de Isaac? ¿Eres obediente a Dios y a tus padres cuando te piden que hagas algo? Sé siempre fiel y así ¡gana tus victorias espirituales! Nina
31 de enero
¿Dónde está tu confianza?
“Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz” (Lucas 8:48).
Me pregunto si todavía estará en algún lugar de tu casa, viejita y arrugada. Tal vez está en algún cajón, porque te da pena tirarla a la basura. Quizá quedó para que la usen tus hermanitos menores. Tal vez quedó para el perrito, ¡quién sabe! Pero una cosa es cierta, muy posiblemente has tenido una mantita especial, esa con la que dormías mejor y te sentías seguro. O, tal vez no fue una mantita, sino un osito de peluche o algún otro animalito blando.
De cada diez bebés, siete tienen algo preferido para dormir y para sentirse seguros. ¿Crees que las mantitas y los peluches tienen poderes especiales? ¡Claro que no! Pero los bebés se sienten mejor con ellos, se sienten confiados. Hay algo en ese olorcito que los hace sentir cómodos, seguros.
La confianza de los bebés en sus mantitas me hace pensar en la historia de una mujer que también confió. Doce años llevaba enferma. Doce años de gastar dinero en medicinas; de perder a sus amigos, uno a uno. Doce años de