7 de febrero
El valor de un pequeño acto
“Sean compasivos, así como su Padre es compasivo” (Lucas 6:36, DHH).
Tenía que estar callada y trabajar. Esa era la condición de una cautiva, sierva, extranjera y judía viviendo en Siria. Ella tenía muchas razones para estar con resentimiento: había sido arrebatada de su hogar, alejada de todo lo que amaba. Pero esa niña sabía cómo un pequeño acto podría hacer una gran diferencia. Conoces la historia, ¿verdad? Si no, puedes buscarla en 2 Reyes 5. Es la historia de un milagro, que le ocurrió a un capitán llamado Naamán. Él era leproso.
Como ya sabes, tener esta enfermedad era una condena de muerte, lenta y dolorosa. Hasta ahora, este poderoso hombre la había llevado oculta debajo de sus finas ropas. Pero su esposa no podía ocultar el dolor que sentía, y sus lágrimas brotaban casi sin quererlo.
Observadora como era, nuestra heroína podría haberse mantenido en el anonimato, pero ella decidió ayudar. Pensó en el profeta Eliseo, un poderoso hombre guiado por Dios que sabría qué hacer. Ella solo hizo lo que estaba a su alcance: testificar del amor de Dios. No tenía posición, ni bienes, ni poder. Lo único que tenía era su fe. Y eso fue suficiente.
Siempre me pregunto qué habrá obtenido esta niña en recompensa. ¿Será que sus padres aún vivían y retornó a vivir con ellos? ¿Será que fue adoptada como hija legítima del capitán y su esposa, como muestra de gratitud de parte de ellos? No lo sabemos. Pero de algo estamos completamente seguros: ella entró en el gozo de Dios, como alguien que tuvo bondad y compasión.
Querido lector, ¿quieres tú también hacer la diferencia con pequeños actos llenos de amor? Entonces ten confianza. Dios está a tu lado. Vive y testifica de Quien tanto hizo por ti. Sé una persona compasiva. Que lo que digas y lo que hagas infunda amor a otros. Inspira esperanza en otros. Llena tu mente y corazón de las promesas divinas, y ellas serán parte de tu vida. Cada uno da de lo que tiene.
No tengas miedo de hacer algo para el Señor, aunque sea un acto pequeño. Una sonrisa, un versículo de memoria dado a alguien que está triste, una oración... Y así, la vida de alguien podrá ser transformada por algo “tan sencillo”. ¡Pruébalo! Mirta
8 de febrero
La casita flotante
“Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia” (Colosenses 3:12, NVI).
Es una bella ciudad, calurosa por su clima y por el cariño de su gente. Su paisaje es pintoresco, su vegetación impresionante, y su exótica comida encanta a todo el que visita Iquitos, capital de la Amazonia peruana. Pero esto no es lo más importante. Lo mejor de esta ciudad es el testimonio de vidas de abnegación, compasión y bondad que dejó una familia misionera que dedicó muchos años de sus vidas al servicio de los indígenas.
Sintiendo el llamado de Dios y la seguridad de haber sido escogidos para un propósito especial, Fernando y Ana Stahl, junto a sus dos hijos, Frena (15 años) y Wallace (4 años), estuvieron dispuestos a dejarlo todo. Sin saber nada de español partieron desde Nueva York hacia Perú.
En 1926, construyeron una casa flotante de madera a orillas del río Itaya y destinaron una de las habitaciones como dispensario médico. Ana y Fernando habían sido entrenados como enfermeros y fueron los primeros profesionales de salud en atender a los enfermos en esa región sin tener en cuenta raza, color de piel o nivel social.
En 1977, la casita flotante se convirtió en un moderno edificio hospitalario, y en el programa de inauguración, el prefecto de la región pidió un minuto de silencio luego de expresar: “Cuando era niño enfermé gravemente, y hoy vivo gracias a la bondadosa atención de doña Ana; de otro modo nunca hubiera llegado hasta aquí para contarlo”. En 2018, 92 años después, tuve el privilegio de ver con mis propios ojos cómo la acción bondadosa de esta familia sigue cambiando vidas a través de la obra médico-misionera de lo que ahora es la Clínica Adventista Ana Stahl.
Al igual que Ana y Fernando Stahl, tú y yo somos escogidos por Dios para revestirnos de compasión y practicar la bondad hacia los demás. Quizá por ahora no tengas que viajar en barco tanto tiempo como ellos, pero sí puedes utilizar lo que Dios te da para ayudar a otros en el lugar donde estés.
Y quizá algún día, cuando seas más grande, Dios te escoja para ser un misionero en un lugar del mundo donde necesiten de ti. Los Stahl eran conocidos por una vida abnegada de bondad y amor hacia los demás. Y tú, ¿por qué quieres ser conocido? Magaly
9 de febrero
La tapita de la plastilina
“El segundo es: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. No hay otro mandamiento más importante que estos” (Marcos 12:31, NVI).
En una mudanza que nos tocó vivir, pudimos llevar muy pocas cosas. Tuvimos que vender la mayor parte de los juguetes de mis hijas. Mi hijita menor, Melissa, tenía tres años, así que le fue muy difícil separarse de sus cositas. Finalmente, cuando llegó la hora de armar las maletas, cada una tenía dos muñequitas, un osito de peluche, un par de rompecabezas... en fin, no era mucho. Pero habíamos guardado, nuevecitos, dos tarritos de plastilina.
Cuando llegamos a nuestro nuevo destino, un día Meli me acompañó a comprar vegetales, aferrada a su tarrito de plastilina. En el medio de la compra, se le cayó la tapita de plástico en un desagüe. Tanta pena le dio desprenderse de su pequeña tapita, que se puso a llorar. Yo di por perdida la tapita enseguida, pero Meli no paraba de llorar. ¡Los desagües tenían casi un metro de profundidad y encima tenían una reja pesadísima encima!
En ese momento, una de las vendedoras de vegetales se conmovió y le dijo: “No te preocupes, la vamos a sacar”. Y esta bondadosa señora se las ingenió para probar varios métodos diferentes. Finalmente, ató dos ramas, y en la punta de una de ellas pusimos plastilina. Cuando la tapita salió, después de unos veinte minutos, ¡Melissa estaba feliz! Y yo, muy agradecida a la señora de los vegetales por su ayuda.
¿Sabes? Ese pequeño gesto de bondad me marcó profundamente. ¿Valía la pena tanto esfuerzo por una tapita de plastilina? Para esta amorosa señora, sí, valía la pena. Valía la pena gastar tiempo, valía la pena esforzarse, idear nuevos métodos. Valía la pena demostrar bondad para con una niñita de tres años, desolada por la pérdida de su tapita.
Hoy quiero invitarte a pensar, ¿qué esfuerzo vale la pena para ti hacer, para ser bondadoso con los demás? ¿Te detendrías a ayudar a un niño pequeño? ¿Te molestarías en salvar un pajarito? ¿“Perderías tiempo” en consolar a alguien que llora? ¿Te quedarías sin recreo para explicarle matemáticas a un compañerito que no entiende?
Recuerda las palabras de Jesús: “A mí lo hicisteis”. Cuando ayudas con amor, cuando demuestras tu bondad, lo estás haciendo al mismo Jesús. Que él esté contigo hoy, mientras muestras bondad a todos aquellos con quienes te encuentres. Cinthya
10 de febrero
La dama de la lámpara
“Y este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado” (Juan 15:12, NVI).
Florence Nightingale nació